Alguien ha dicho –o debió decirlo– que el pueblo español ha sido el único capaz de parar a Napoleón y a Bannon. El pueblo, no los políticos que lo representan. Con todas las matizaciones que nunca caben en los títulos. Se habla de las mayorías suficientes en ambos segmentos como para sustentar una teoría. Pasó en la gesta del 2 y el 3 de mayo de 1808 que justo se conmemora. Personalmente simpatizo mucho más con los afrancesados que con los castizos. Pero lo cierto es que el ejército contra el que se levantó el pueblo español fue el del tiránico Napoleón, no contra la Revolución de la libertad que le había precedido.
Ahora, en las elecciones del 28 de Abril, la sociedad española ha obrado de nuevo con la sensatez y valentía que le caracteriza en los momentos críticos. Y ha acotado a la ultraderecha en un 10,26 %, cuando las corrientes que la insuflaban le daban el doble de presencia como mínimo. Se ha inclinado también por un voto útil al PSOE, esperando de él un gobierno progresista que, como diría la obviedad, se logra pactando con fuerzas progresistas. Sensatez y valentía porque venían nubarrones amenazadores a lomos de la corriente actual filofascista que dirige en Europa el gran muñidor del triunfo de Trump en los Estados Unidos: Steve Bannon.
En muchos otros momentos –la reacción a los atentados del 11M por ejemplo- ha demostrado el pueblo español obrar por su cuenta sacando las castañas del fuego. Numerosos políticos, en lugar de hacerse cargo de la situación como el puesto les obliga, se entregan a alimentar los rescoldos. E insultan, en expresión verbal y a la inteligencia. Muchos de ellos, no todos, insisto. De hecho sería muy injusto generalizar. Como tampoco son todos los ciudadanos quienes toman las riendas y no se dejan llevar adonde no quieren. Es esa dicotomía constante que caracteriza a la sociedad española.
Dicho esto, asomarse cada mañana a la actualidad es un ejercicio desolador en grandes dosis. Te despiertas viendo a un líder opositor venezolano, Leopoldo López, liberado de un arresto domiciliario por su colega Juan Guaidó, dando ruedas de prensa en el exterior de la residencia del embajador español en Caracas y custodiado por la Policía Nacional española. ¿A qué obedece semejante grado de implicación del gobierno español en el caso? Convendría explicarlo con precisión. En la muy manipulada información sobre Venezuela, lo que sí sabemos es que López mantiene una ya vieja oposición al chavismo y que su reclusión está basada en que lideró las manifestaciones de Febrero de 2014, con un balance de 43 víctimas mortales. Llama la atención que The New York Times denomine a lo que andan haciendo Guaidó y López intento de Golpe de Estado y no levantamientos militares. Y a Nicolas Maduro, presidente de Venezuela y no “régimen de Maduro”. En este terreno también hay en España quienes tienen mucho que aprender. Más aún, es verdaderamente notable que, en un “régimen”, los levantados o golpistas den ruedas de prensa en la calle. Y, encima, en terreno español y escoltados por policía española.
España, por otro lado, es el país en el que un banco, el Santander, anuncia qué pacto de gobierno quiere tener: PSOE con Ciudadanos. ¿Se imaginan eso en otro país? O en el que un antiguo vicepresidente del PSOE, no diré socialista, anda perdiendo el oremus para pedir lo mismo. Y buena parte de sus dirigentes se lo plantean, creyendo haber recibido –con los votos del miedo- un cheque en blanco. Voto del miedo muy fundado: Andalucía ya ha comenzado la caza de brujas de los trabajadores que luchan contra la violencia machista. La Junta ya le facilitado a Vox los datos que pedía. No se entendería desoír las voces de la noche Ferraz que, no por casualidad, requerían un “Con Rivera, no”. Y, pese a todo, el PSOE avanzaba este viernes su intención de pedir a PP y Ciudadanos que faciliten un Gobierno socialista en minoría. Textualmente.
Algunos políticos no están a la altura de los ciudadanos. Miren ahora al Partido Popular. Nos cuentan los medios que Pablo Casado ha dado “un volantazo al centro” (con la misma frase casi todos). Para ser precisos, ha sido como si condujera en acuaplaning, patinando en tumbos de un lado a otro. Da vueltas como una peonza. Hace falta desfachatez para decir ahora lo contrario de lo que ha venido manteniendo desde que es presidente del PP y seguir soltando la sarta de insensateces que le caracteriza. Ahora es de centro y critica a Vox por ser de ultraderecha, cuando hace nada le ofreció ministerios y decía que votar al PP era lo mismo que votar a Vox. Afea a Abascal que cobrara “mamandurrias” de su PP, confesando prácticamente un delito. Este ser, Pablo Casado, es un puro dislate, solo a la altura de algunos miembros de su equipo como la candidata por Barcelona, Cayetana Alvárez de Toledo, o la de Madrid para la Comunidad, Díaz Ayuso. Hasta Nuñez Feijoó, la esperanza prudente del PP, se ha atrevido a declarar que la victoria de Sánchez se debe a una “estrategia” común con Vox. Un acuerdo entre ambos, ya ven.
Casado y Rivera coinciden de nuevo en dar lo que ellos mismos calificarían como un sablazo a la verdad. Tergiversan los datos para oponerse a los cambios de la política fiscal del gobierno que estaban hasta presupuestados con anterioridad a las elecciones. Rivera lo califica, en esa línea, de “un sablazo intolerable a las clases medias”. Es sabido que para el presidente de Ciudadanos las clases medias son las que reciben una renta anual de más 130.000 euros y que suponen menos del 0,5% de la población. Los detalles, documentados con precisión, aquí, en el eldiario.es. Los servicios públicos se pagan con los tributos recaudados o no se dan: se recortan o desaparecen. PP y Ciudadanos están trabajando con especial ahínco para evitar los impuestos a grandes fortunas, tecnológicas y transacciones financieras del IBEX, como detalla Infolibre. Vienen a operar en esa doble dirección.
Es ese despropósito continuo que logró colar como “crisis” una maniobra por la que, a modo de ejemplo, los consejeros de las grandes empresas declaran en España ingresos de 3.151 millones, el doble que antes de esa crisis que sí pagamos el resto de los ciudadanos. Con minúscula. Porque si alguien cree que las políticas sociales que precisa y pide el país se logran con una alianza en naranja, o con un gobierno facilitado por naranjas y azules, es que sus vendedores lo han hecho muy bien. Aunque cada vez hay más personas a quienes no les cuelan las trampas.
Los fallos de nivel dentro de los partidos políticos españoles se han evidenciado también en Podemos. Tras los errores del pasado, los movimientos para defender el desgaje del partido o las candidaturas de cara a las municipales y autonómicas están cayendo en extremos poco airosos. A las declaraciones sobre árboles caídos de Errejón y democracias que no se alteran con el fascismo, como ha dicho Manuela Carmena, candidata por libre, se unen críticas como torpedos desde el germen inicial del partido. Lacerante, un nuevo artículo en Infolibre y un hilo en Twitter de Miguel Álvarez –que fuera coordinador de Políticas Mediáticas en Podemos- recopilando todas las críticas a Pablo Iglesias. En momentos en los que se negocia un gobierno de competencia social es llamativo.
España necesita un gobierno progresista, vigilante en el cumplimiento del programa, para ir paliando los descalabros de la crisis económica y para un rearme moral. En tragaderas a la corrupción y a la mentira como arma política. Es muy preocupante también el voto a Vox en las Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado que han revelado las estadísticas de las elecciones. Una cosa es la ideología conservadora y otra la que ataca al feminismo, colectivos vulnerables y la propia democracia. La ultraderecha no es homologable. Y quizás se echa en falta la educación integral para la ciudadanía.
Hay políticos que trabajan a fondo y seriamente en el interés público, objetivo para el que fueron elegidos. Que nadie lo dude. Son esas tendencias chirriantes las que hacen pensar en una política que no está a la altura de los pueblos de España. Los españoles cuando se nos necesita imperiosamente, estamos. Pero alguna vez podemos llegar tarde. No se trata de ser los mejores apagando fuegos, sino de ir desplegando medidas de prevención de incendios, con fuertes dosis de educación cívica.
Cuando ese nervio de la ciudadanía responsable se afloja, cuando ese pulso se debilita, crece esa muchedumbre que termina gritando Vivan las caenas, precisamente al dirigente que menos lo merece. Defraudándonos a todos. Pero la otra está, siempre está. Todavía.