Se cumplen 25 años de la matanza de Puerto Hurraco. Y, también, del inicio del sensacionalismo en la televisión española. Aquel 26 de agosto de 1990 fue el estreno de las entonces nuevas cadenas privadas en la cobertura de un hecho de notable repercusión. Su puesta de largo.
Puerto Hurraco es un pequeño pueblo de apenas 200 habitantes situado en la provincia de Badajoz que va a vivir una enorme tragedia. Acaba un domingo de calor tórrido, final de vacaciones. Los hermanos Izquierdo, los Patas Pelás, se colocan a la salida de un oscuro callejón y disparan a los vecinos, indiscriminadamente. Las primeras en caer fueron dos niñas, las hermanas Antonia y Encarnita, hijas de su mayor enemigo en el pueblo: Antonio Cabanillas. Ambas murieron en el acto. Y tras ellas otras cinco personas. Dos más fallecieron al día siguiente. Hubo una decena de heridos más. Escenas terribles. El padre que cae muerto cuando va a proteger a su hijo. El joven que quedará paralítico por intentar salvar a su novia.
Los vecinos huyen y se parapetan en sus casas con escopetas de caza, pero nadie hace nada más. El silencio y la tensión se prolongan durante largas horas. En la madrugada, los agresores son detenidos en las afueras del pueblo, en el campo.
En Puerto Hurraco se acumulan todos los ingredientes de la España negra. Rivalidades personales y políticas, amores no correspondidos, las pugnas por los lindes. Y, sobre todo, un solemne aburrimiento. Una sola calle compone el pueblo. Sin tiendas, sin cines, sin bibliotecas, ni discotecas. Sin carteles o escaparates que cambien cada semana. Con el bar, uno, para los hombres, y las sillas en las puertas para mujeres que ven pasar la vida tras efectuar las tareas de la casa. Apenas hay teléfonos siquiera, se comunican por la clásica centralita. No son pobres y casi todos disponen de coche para desplazarse, pero el día a día se inscribe en una tediosa rutina.
Los hermanos Izquierdo son personas de pocas luces. Les han inducido al ataque dos de sus hermanas: Luciana y Ángela. Los cuatro son solteros. Residían en una casa sin luz y sin agua –porque las habían cortado– y sin relacionarse con nadie.
Hasta ahí un suceso. De notables proporciones. La gran diferencia con otros fue la cobertura. Como otras veces, nos desplazamos un equipo de Informe Semanal y esta vez nos encontramos con un mayor número de medios. La familia Cabanillas ha dispuesto en su casa de planta baja los ataúdes de las dos niñas.
Los periodistas aguardan ya fuera. Mi compañero Manolo Ovalle, alto, fornido y osado, coge la cámara y entra en el velatorio sin un titubeo. La familia grita los nombres de las niñas en un soniquete difícil de olvidar. El resto de medios sigue a Ovalle. La imagen, berlanguiana, que se emite ya en los informativos es una provocación y atrae a muchos más periodistas que llegan hasta Puerto Hurraco. En el entierro hay más informadores que vecinos. Dispongo de este fragmento del reportaje final, aunque en copia de mala calidad.
Buscamos causas, caracteres, tratamos de ahondar en la sociología, en las circunstancias que habían desencadenado tal desatino. Pero lo cierto es que la brutalidad descarnada de las muertes y la expresión del dolor se adueñan de todo. En el montaje, tanto el realizador como el director de Informe –Luís Martín del Olmo y Jesús Ortiz, respectivamente– insisten en comenzar con una larga secuencia del velatorio de las niñas. El montaje de urgencia, en dos cabinas, y terminado a la hora de emisión, cuela al comienzo esa escena. Pensé y pienso que sobró. Pero era mucha la competencia ya, las televisiones, la prensa, repetían a diario –Informe Semanal se emite los sábados– las escenas de la matanza. El reportaje en su conjunto suscitó especial interés en distintos medios. Precisamente porque era más que un suceso.
Los reporteros de las televisiones privadas siguieron a Manolo Ovalle en su irrupción en la casa de los Cabanillas, como digo. Y también cuando, ante el Juzgado de Castuera, con la plaza llena de gente mientras declaran las mujeres, aparece el padre de la familia Cabanillas con un cuchillo escondido bajo la camisa que es detectado por la Guardia Civil. Manolo metió la cámara en el suelo donde varios agentes le habían inmovilizado. Antonio Cabanillas mostraba, así, el vientre desnudo. Con la cicatriz de un navajazo fruto de anteriores reyertas con los Izquierdo. Obtuvo el mejor plano, en una dura pugna con los colegas. Fue una imagen para haberla tomado desde atrás.
Pensar en Puerto Hurraco en sentir un debate interno. La realidad era atroz, implacable, y se contó, con el análisis que se debe incluir y priorizar en estos casos. Suscribo aún todo el reportaje salvo la escena inicial. Sí mantendría a Cabanillas en el suelo porque era totalmente informativo. Pero el camino, otro camino, se había abierto. Tiempo después, en Alcasser, el amarillismo televisivo, el morbo, la truculencia, obtuvieron la reválida para enseñorearse de los medios quizás para siempre.
Seguramente era y es inevitable. La competencia es un poderoso estimulante, pero se puede competir en investigación y en calidad o en morbo, y triunfó este último; con la búsqueda de la audiencia, con el mandato del beneficio por encima de todo. Y cada día ha ido y va a más. Las historias que cimientan las sociedades y los países son información, regodearse en el sadismo y quedarse solo con él, no. También explica personas, ciudadanías y pueblos.