Hoy es día de hablar de la declaración de Rajoy, todo un presidente de gobierno, ante la Audiencia Nacional. Un Rajoy que ha precisado ayuda legal y asesoría -a las que añadirá su acreditada desfachatez- para actuar tan solo como testigo en la trama que sacude a su partido. En una de ellas, la Gürtel. El presidente de la Audiencia Nacional tiene previsto –como contaba Elisa Beni– salir a recibir al testigo, abrirle la puerta del coche y acompañarlo hasta la sala de vistas. Bajo palio, mejor, sí, que suben las temperaturas. Tengamos en cuenta que al ciudadano Mariano Rajoy Brey, no al presidente del gobierno, le “obligó el Tribunal a declarar presencialmente”, como titulaba la prensa.
Es importante lo que el tribunal le pregunte y lo que Rajoy conteste. Un pequeño paso para la justicia y uno grande para aliviar la sensación de impunidad. Pero raro será que se salga de su manual y no responda con un constante “esa corrupción de la que usted me habla”, alabe su propia gestión azote de corruptos y descargue culpas en otros. Arropado desde afuera por declaraciones exculpatorias de miembros del PP, portadas y artículos de apoyo, sin descartar alguna Venezuela, Catalunya, o escándalo sobrevenido para distraer la atención.
Ocurre, sin embargo, que España es un país, hoy por hoy, agobiantemente corrupto. Ese conglomerado que aglutina a los diversos poderes y que, como en un cesto con cebollas podridas, ha alcanzado unas cotas de putrefacción difícilmente superables en un país desarrollado. Pueden contar y cantar, disuadir, distraer pero la realidad se muestra cada día más tozuda. Y alguien tiene la culpa. No solo Rajoy, pero Rajoy, desde luego, por sus cargos y porque siempre ha estado ahí.
Resulta que el último detenido, Ángel María Villar, llevaba treinta años treinta, rebañando millones para sus bolsillos, según el auto judicial. Ya hemos arrinconado el caso de Luis Pineda y Ausbanc , con otros veinte años como mínimo extorsionando a empresas poderosísimas –lo más granado del país como BBVA y Santander entre otras- que pagaban y callaban ¿por qué? ¿De esto no se hablaba en los palcos de negocios de altos vuelos? ¿No se comentaba en otros cenáculos del poder?
De las tramas de corrupción “vinculadas al PP”, como se dice cortésmente, ya hemos perdido la cuenta. Las más gruesas parecen Gürtel, Púnica y Lezo, pero arrastramos una amplia soga de múltiples nudos que se extiende por toda España prácticamente. No hay semana que no aflore de los sumideros un nuevo atraco al erario. Casos aislados, dicen. Vamos, anda.
Estos días andan declarando ante el juez –sin que merezca mayor atención informativa-, investigados en la Operación Prisma, también conocida como Arpegio, parte de Púnica. Haría falta una guía detallada para seguir la corrupción española. Ésta es en la Comunidad de Madrid y se vincula a “la voracidad de Granados por ”un botín de 3.000 millones de euros“. Según cabe deducir, buena parte de quienes pasaban por el tema, pillaban. Como en el resto de las tramas, es el modus operandi. Casualidades de la vida, uno de los dossieres extraviados últimamente es de Arpegio y atañe al hoy numero 3 de Cifuentes, González Taboada. Cifuentes gobierna gracias a Ciudadanos que ha tenido una contundente reacción: Pide a Cifuentes que custodie mejor los documentos.
Borrado de los discos duros de Bárcenas -35 veces, una tras otra-, asaltos a domicilios de fiscales, incluido al nuevo Fiscal Anticorrupción mientras tomaba posesión como marcando territorio, desaparición continuada ya de dossieres judiciales completos sobre casos de corrupción de miembros del PP, implicados muertos en extrañas circunstancias ¿qué país se traga esto como normal? ¿Qué sociedad con todos sus estamentos desde el más alto al común de la gente es capaz de vivir en esta pocilga?
La otra gran pata de la corrupción atañe a la propia democracia. A estas alturas de la historia está documentada la existencia de una política “política” al servicio del PP para tratar de eludir sus imputaciones por corrupción y para atacar a sus enemigos políticos. Hechos y personas que revelan una red impropia de un Estado de Derecho. Presuntos periodistas, aún en ejercicio y estrellato, que difunden informes falsos. O, a modo de ejemplo simplemente de concomitancia, en una de las empresas privadas del Comisario Villarejo impartían clases dos altos cargos de Justicia: Moix y Maza, (minuto 41,56).
Los periodistas de Público Patricia López y Carlos Enrique Bayo investigaron esta policía política del PP hasta elaborar el documental “Las cloacas de Interior”, lo que a su vez llevó a una comisión parlamentaria saldada de forma un tanto vergonzante. Aunque con frutos, saber por ejemplo los premios con falsos destinos a agentes de Fernández-Díaz.
El documental, concluido en 2016, empieza a tener amplia difusión a pesar del escaso interés mostrado por él en los medios. Su contenido alcanza tal nivel de escándalo que algún periodista de prestigio intachable llegó a preguntarse: “¡Es acojonante! ¿Cómo puede no ocurrir nada?”. Pregunta retórica sin duda: Esto pasa porque el PP cuenta con numerosos y estratégicos cómplices.
El País sale de la parquedad para decir que “al gobierno deberían preocuparle las prácticas dañinas de Interior en la etapa de Fernández Díaz”. Un gobierno que preside Rajoy y que nombró a ese ministro al que reiteró su apoyo en toda controversia. Un ministro que en una de las conversaciones grabadas afirma que el presidente lo sabe pero es un hombre muy discreto.
La corrupción española acumula larga solera, es una forma de vivir y, en la etapa posterior a la Transición, nos ha ido invadiendo, colonizando, durante varias legislaturas y gobiernos. La muerte de Miguel Blesa ha vuelto a situarnos ante el “Aznarato” y su asalto al poder. Uno de sus periodistas afines, descontento después, lo contaba en ABC. Y nunca tiene repercusiones de entidad.
No las va a tener para Rajoy su declaración como testigo privilegiado. Ni judicial, ni socialmente. Al margen de lo que añada a nuestro conocimiento del personaje. Solo abundará en las causas profundas de nuestra situación y la atribución de responsabilidades.
Rajoy es culpable, solo y en compañía de otros. Son culpables de haber convertido España en un cenagal putrefacto e indigno. Del bochorno que sentimos muchos ciudadanos por tener semejantes linajes, aristocracia de la caspa, en el ejercicio del poder. De la vergüenza ajena, tan honda y cercana en el caso de los medios, que enrojece como propia al ver impúdicas complicidades. De haber cultivado ese submundo de siervos manejables que se apunta hasta acallar el sentido común. De habernos hecho perder prácticamente la esperanza de una regeneración. Así que lo que diga Rajoy e interpreten las crónicas monclovitas casi es lo de menos.