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25-M: La rebelión de todas las bases

Previamente al 25-M hemos sido muchas las personas que hemos participado en las resistencias sociales contra los recortes, los desahucios, el paro, la precariedad y la exclusión social; hemos sido mucha gente la que hemos invertido muchas horas e ilusión en el 15-M, las mareas ciudadanas o las recientes Marchas de la Dignidad 22-M. Y lo cierto es que teníamos miedo a que el bipartidismo, ese bipartidismo que sustenta las políticas austericidas y que sigue los dictados de la Troika y de los banqueros, saliera inmune de las pasadas elecciones europeas. Pero, afortunadamente, ese 49% en el que ha quedado el PP-PSOE nos demuestra que la lucha paga y que sirve para desgastar a los poderosos, lo que desde los movimientos sociales se vive con mucha alegria y optimismo.

Y es que la caída del bipartidismo tiene mucho que ver con el fuerte conflicto social que estos últimos años se ha vivido en nuestro país. Un conflicto que, desde mi punto de vista, hay que fortalecer, haciendo confluir de forma estable las luchas y los sectores afectados por la crisis. Porque una cosa debemos tener clara: esto no lo arregla ningún político (aunque el cambio en las instituciones sea esencial), esto lo arreglamos los pueblos, lo arreglamos los trabajadores y trabajadoras en la calle con desobediencia activa, movilizando a millones de personas de forma estable y continuada. El 22-M fue un ensayo de lo que somos capaces como ciudadanía. Ese día dimos un ejemplo de dignidad y estoy convencido de que sólo con dignidad todas las personas a las que la crisis nos ha destrozado la vida podremos salir adelante.

Pero también necesitamos un gobierno al servicio de la gente, un gobierno que impulse políticas al servicio de las personas y de los bienes comunes. Y para eso hace falta generar una nueva mayoría socio-política que convierta el estado de malestar existente en contrapoder ciudadano. Esto es lo fundamental, porque sin un pueblo organizado detrás, ningún gobierno podrá enfrentarse a la Troika con perspectivas de éxito. Porque es evidente que, si nos negamos a pagar la parte ilegítima de la deuda, o se si derogan las leyes antisociales para recuperar los derechos perdidos, o si se intenta recuperar para el sector público los sectores estratégicos de la economía, nos encontraremos con el muro de los poderes reales, que harán todo lo posible para evitarlo.

En este sentido, debemos ir asumiendo que en esta Unión Europea los pueblos del sur de Europa no tenemos ningún futuro y que el diseño que las élites europeas tienen para la franja sur nos lleva a sociedades sin soberanía política y económica y, como consecuencia de ello, a sociedades sin apenas derechos laborales, sociales y humanos. Si no nos unimos para evitarlo, nos dirigimos sin frenos al subdesarrollo, con un patrón de precariedad y empobrecimiento que durará décadas.

Hoy todos debemos de tener claro que sin la lucha social de los últimos años, ni el bipartidismo habría caído como ha caído, ni Izquierda Unida habría triplicado sus resultados respecto a 2009, ni Podemos habría irrumpido con tanta fuerza. Pero conviene no perder de vista que, si sumamos los porcentajes de ambas formaciones, junto al de primavera Europea, suman poco más de un 20%, lo cual si bien importante, aún es insuficiente para transformar este país. Aún nos queda por convencer a muchos millones de ciudadanos y ciudadanas de que se puede cambiar la situación dándole la vuelta a la tortilla.

Porque, igual que otras políticas son posibles, también lo son otros políticos. Admiro todas las llamadas que se están haciendo a la confluencia, pero ésta no puede ser la suma aritmética de dos o tres fuerzas politicas. No podemos conformarnos con un 20%. Necesitamos renovación, ambición, imaginación y altas dosis de generosidad de todas las partes para ser mayoria. Aunque, conociendo las diversas capillas de las izquierdas –de todos lados– y los altos niveles de sectarismo, reconozco que es una tarea harto difícil. Hay demasiado aparataje con intereses propios y mirada muy corta para que esto sea posible.

Pero es una tarea que nos incumbe a todos y todas. No podemos dejar que algunos profesionales de la política descarrilen un tren que tiene que ir desbordado de muchísima gente, agrupada o no en colectivos sociales de todo tipo. ¿Por qué no pensamos colectivamente qué alianzas políticas y sociales son posibles? ¿Nos conformamos con el acuerdo puntual de dos o tres fuerzas políticas por arriba o queremos superar los habituales espacios de la izquierda, creando otros nuevos y transversales? ¿Vamos hacia un gran polo sociopolítico que la gente sienta como suyo? No me cabe duda de que, si hiciéramos esto posible, el miedo cambiaría de bando.

Queda mucho por hacer, pero no tanto tiempo. Las oportunidades históricas son como los trenes, o los coges en su momento o te quedas en la estación esperando el siguiente. Con la salvedad de que la historia nunca te garantiza si va a haber otro tren, ni cuántas décadas tendrás que esperarlo.

Mientras tanto, el activismo social tiene que seguir llenando las calles en toda su pluralidad. El otoño se avecina caliente, como el invierno y la próxima primavera, porque cada vez somos más los que no nos resignamos, los que nos negamos a renunciar a nuestra la dignidad a pesar de las dificultades. Nosotros y nosotras, los afectados de esta crisis, tenemos muy claro los puntos en común y qué futuro queremos para nuestras familias. La izquierda política, sin embargo, todavía tiene que demostrar que sabe confluir y,sobre todo, que quiere hacerlo.

En este sentido, creo que todavía tiene mucho que aprender de la izquierda social. Porque la confluencia para cambiar el país se hace desde abajo, donde ya estamos convergiendo en torno a reivindicaciones concretas y objetivos comunes. Ahora es momento de que esa confluencia se amplíe al terreno político en torno a un programa mínimo común. No sé si los aparatos contemplan esta perspectiva posible, pero en las bases este deseo es mayoritario.

Es la hora del protagonismo ciudadano, de quienes luchamos sobre el asfalto. Necesitamos un nuevo gobierno de la mayoría social y una nueva institucionalidad democrática real. Necesitamos conquistar en las instituciones las reivindicaciones por las que estamos luchando todos estos años a pie de calle

Estamos viviendo momentos históricos. Lo sabemos y hay que creérselo hasta las últimas consecuencias. El régimen del 78 y sus símbolos de consenso van descomponiéndose a pasos agigantados. El bipartidismo cae, el rey abdica, las cúpulas sindicales se ven sobrepasadas en las calles –tal y como sucedió en el 22-M–, aparecen nuevas corrientes de pensamiento muy potentes que traen consigo nuevos referentes que piden paso y reivindican nuevas formas de representación y de hacer política. Es momento de pensar a lo grande, hay un tablero con forma de mosaico que tenemos que agitar y desordenar, para después ir encajando las piezas con calma.

En America Latina se pensó a lo grande y llegaron las revoluciones ciudadanas que cambiaron el tablero y las condiciones de vida de millones de personas. En Grecia pensaron a lo grande y hay un nuevo sujeto politico mayoritario que es un ejemplo para todas las izquierdas europeas.

Es evidente que vienen tiempos nuevos, pero el futuro no está escrito. De modo que podemos ir hacia un nuevo modelo de país o, por el contrario, de cabeza a una sociedad más autoritaria y desigual. Todo depende de la ciudadanía organizada y de lo que hagamos los próximos meses. Lo cierto es que todo va muy deprisa y, por tanto, ya no vale de mucho lo que repetíamos en el 15-M: “Vamos despacio por que vamos lejos”. Quienes estamos afectados por la crisis y nos han arrebatado el presente y el futuro tenemos prisa. Quienes tomamos las carreteras hacia Madrid desde el movimiento dignidad 22-M, pidiendo pan, trabajo y techo no podemos permitirnos una pausa. Entre otras cosas porque la precariedad, los desahucios, la exclusión social, la pobreza extrema y el deteriodo social también van más rapido de lo que podemos soportar.

Antes hablaba de que hacía falta renovación e imaginación. Pues bien, imaginemos una nueva mayoría que esté representada por Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Vicenç Navarro, Tania Sánchez, Lara Hernández, Diego Cañamero,Teresa Rodriguez, Marina Albiol, Íñigo Errejón, Ada Colau... y tantas otras personas que a muchísima gente sí nos representan. Pensemos con ellos a lo grande, pensemos cómo conquistar una nueva mayoría social y política para cambiar nuestro país. Ahora o nunca, todo o nada.