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Rebeliones de las calles a las urnas

Los líderes del G7 en Fasano, Apulia.
21 de junio de 2024 22:45 h

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El problema no ha sido que en la cumbre del G7 abundaran los patos cojos, dirigentes que se han quedado no ya sin poder, sino sin auctoritas, con una anfitriona, Giorgia Meloni que representa la nueva derecha radical. El verdadero problema es de futuro: pensar en cómo pueden ser, si prosigue esta rebelión en las urnas, el siguiente o los siguientes G7: con Meloni, claro, Trump, Macron vaciado y acompañado de Bardella (así ha sido la cohabitación en Francia), un canciller democristiano alemán dispuesto a pactar con la AfD al menos en algunos aspectos, quién sabe quién en lugar de Trudeau en Canadá, o quién pueda suceder a Fumio Kishida, etc. Quizás la excepción puede ser Starmer en lugar de Sunak. Con una agenda compartida de retroceso en algunos derechos civiles, en la lucha contra el cambio climático y la serie de desastres que conlleva en el horizonte, o en los nuevos muros contra la inmigración irregular y el comercio. Cuidado, con un Occidente en parálisis. China, India e incluso Rusia, no.

Está bien intentar parar esta marea de populismo de nueva extrema derecha, ante la que las políticas de “cordón sanitario” han reventado en muchos países. Donde no lo han hecho, como en Francia o en Alemania, han situado a sus sociedades, e incluso a la Unión Europea, al borde del abismo, del retroceso o de la parálisis. Pero hay que preguntarse qué han hecho mal tantos gobiernos para hacer crecer esa preocupante ola.

El final de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría llevaron a Occidente a retomar el hilo que se había cortado con el New Deal de Roosevelt, y a generar una política de bienestar que compitiera y superara al comunismo soviético. Terminada la Guerra Fría, pareció que ya no había tanta necesidad, y los distintos estados de bienestar parecen haber retrocedido en vez de avanzar. Lo que coincidió con una competencia económica global fruto del auge de la globalización y del neoliberalismo que se llevaron puestos de trabajo fuera a cambio de traer productos más baratos. Se incorporaron a varios miles de millones de personas, en China, India, Rusia, Europa del Este y tantos otros países a una economía mundial que no existía en los tiempos de la bipolaridad del equilibrio del terror. Silenciosa y subrepticiamente se fue introduciendo la nueva revolución industrial, con los robots, el avance de lo digital, la Inteligencia Artificial, ahora en una nueva fase mucho más potente y estamos solo al principio. Con un vaciamiento de las clases medias, incluso con el fin no ya del neoliberalismo, sino del liberalismo a secas, incluido el más importante: el social y el cultural. En resumen, la desaparición del centro, que deja a tantos ciudadanos políticamente huérfanos, obligados a no elegir o a elegir el mal menor. Quizás una excepción sea el Reino Unido con el laborista Keir Starmer, pero es un país que aún está digiriendo la mala experiencia del Brexit.

Trump lo entendió bien en 2016, y ahora, y en su estela esa nueva internacional de ultraderecha. Los demócratas habían abandonado a sus bases tradicionales de clases trabajadoras y medias, por ejemplo, en el crucial sector automovilístico y en otras industrias. O en el entorno rural o pequeño urbano, frente a las pujanza de algunas grandes ciudades. Se han tomado medidas para paliar el cambio climático, sin ver las consecuencias que tenían para grupos de población. De ahí surgió la rebelión de los chalecos amarillos en Francia, y el despegue ¿definitivo? de Le Pen y los suyos. Se pueden encontrar otros ejemplos. Ahí está el origen de ese “malestar” y “declive” sociales, que ve el politólogo Luc Rouban. Vale para Francia y para otras sociedades.

No es que no se tuvieran que tomar medidas para frenar el desastre medioambiental que se anuncia, sino que tendrían que haber venido acompañadas de compensaciones a los socialmente más afectados. Y claro está la cuestión de la inmigración, necesaria en países que envejecen pero que los votos no quieren. Ahí hay un choque entre democracia y realidad. En todos estos temas, la extrema derecha ha contaminado el debate, y forzado retrocesos. En cierto sentido, ya ha ganado. Sí, ahora vuelven la política industrial, los bastante inútiles proteccionismos, los muros y toda suerte de nuevas medidas. ¿Eficaces? ¿A tiempo para desactivar estas rebeliones en las urnas, si no en las calles? Cuidado en España con las manifestaciones contra el exceso de turismo, industria básica para este país, en algunos lugares. Son más significativas de lo que puedan parecer.

Dentro de estas rebeliones hay una de la que venimos advirtiendo hace tiempo: la generacional, la de una juventud que vive una crisis de expectativas, “la era de las expectativas limitadas”, como la llamó Paul Krugman. Una juventud que ve que sus padres, sobre todos los del baby boom, más numerosos (más votos) no es que hayan, hayamos, vivido mejor, sino que sus expectativas vitales han sido mejores, aunque ahora se hayan visto frustradas. No han vivido guerras, las han visto lejanas, y solo de soldados profesionales. Una juventud que despierta, que nació en democracia, que cree algo natural, que a menudo no vota (lo que contribuyó al Brexit que lamentaron), y cuyo voto a las extremas derechas, por ejemplo pero no solo en las elecciones europeas, según algunos análisis, ha aumentado de manera notable. Biden en 2016 ganó gracias a los votos de las mujeres y de los jóvenes. En sus años de presidente ha perdido a una parte importante del apoyo de estos, pese a sus políticas.

Macron ha puesto en marcha una dinámica diabólica en Francia con proyección europea. Probablemente no le quedaba otra que disolver la Asamblea Nacional tras la victoria del RN (Agrupamiento Nacional) en los europeas. A Macron, además de otras cosas, le falta partido. Renacimiento no acaba de serlo. Fallan las políticas (policies) y la pedagogía en tiempos nuevos. Hay demasiada resistencia al cambio, pese a que hemos cambiado de mundo. Mucha gente lo siente, pero no es consciente de ello. Ahora competimos, en muchos terrenos con muchos más, a comenzar con chinos, indios y otros. Puede que las jugadas en curso frenen a la extrema derecha en Francia, seguramente, pese a algunas divisiones internas, con un Frente Nuevo que no se esperaba Macron, o a Trump en EE UU. De otro modo, el precio a pagar será una parálisis o retroceso occidental y desde luego europeo, cuando Europa necesitaría ser y estar fuerte, no para imponer su modelo en el mundo, sino para defenderlo para sí.

Las causas profundas siguen ahí. Si hay que luchar contra la marea  de las extremas derechas, hay que hacerlo contra las causas que lo han provocado. Aunque no se las va a poder parar del todo, al menos sin renunciar a principios básicos, es necesario convencer para vencer. No bastará el miedo.

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