El día 8 de marzo, mientras miles de mujeres se manifestaban por una sociedad libre de violencia machista, una mujer guardia civil era sancionada por ausentarse entre 5 y 10 minutos de su puesto de trabajo para ponerse una compresa.
“A mí no me cuentes milongas, vas al baño antes o después del punto de control pero no durante”, le gritó su superior. Obviamente este superior no sabe qué es tener la regla. No sabe que a veces se adelanta, otras se atrasa; unas veces duele, otras veces no, unas veces la notas bajar con días de antelación y, otras veces, no la ves venir hasta que tienes las bragas y el pantalón manchados de sangre.
Hacía tiempo que quería hablar en esta columna sobre el androcentrismo, y me parece que no hay ejemplo mejor que esta noticia.
Androcentrismo: De andro-, centro1 e -ismo. 1. m. Visión del mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino.
Por supuesto, el negacionismo machista lo tacha siempre de invento, exageración, radicalismo, etc. La realidad es que el mundo entero es androcentrista, y si no lo ven es, entre otra cosas, porque todo gira en torno a ellos. Y digo entre otras cosas porque muchos, al entender de qué estamos hablando, deciden seguir haciendo activismo machista simplemente porque les va mejor así. Es muy común ver cómo se revuelven contra el lenguaje inclusivo, por ejemplo. Decir “el hombre” para referirse a “la humanidad” debería bastarnos a las mujeres, porque la palabra nos incluye a ambos, dicen: hombres y mujeres.
Por supuesto, esto no es verdad. Y nosotras lo sabemos mejor que nadie.
María Ángeles Querol, antropóloga feminista, en su libro La mujer en 'el origen del hombre' (2004), explica muy bien cómo ella misma empezó a darse cuenta de dicho androcentrismo en la forma en que estaba narrada la Historia. Y lo hizo citando un texto de Manuel Polo y Peyrolón, catedrático de instituto en Valencia, a cuenta de cómo éste trató el darwinismo en España (1878):
“Manuel Polo utiliza en todo momento un tono burlesco e irónico(...):
'Mujer, tití, lobo, puerco-espín, mastodonte, perro pachón y asno, venerables y antiquísimos antepasados de Darwin, permitidme que os salude y abrace fraternalmente; cayeron para siempre las barreras fanáticas que nos separaban; ha sonado la hora de que hagamos vida cariñosa y común, como a miembros de la misma familia corresponde'.
El evidente hecho de que Manuel Polo y todos los suyos no se sintieran de la misma familia que la mujer, en igual medida que no se sentían de la misma familia del lobo, del puerco-espín o del mastodonte, me dio la pista inicial de la hipótesis que luego planteé en forma de proyecto: en los discursos sobre el célebre tema “El origen del hombre”, la palabra hombre se ha referido tan sólo a los varones, y además a los varones blancos, occidentales, “civilizados” y cristianos“.
El androcentrismo lo ha impregnado todo desde tiempos inmemoriables, desde libros antiguos sobre antropología hasta la medicina actual, pasando por tenientes de la Guardia Civil que, en pleno 2017, ven “milongas” en el hecho de que a una mujer se ausente 5 minutos para ponerse una compresa.
El resultado de tantos siglos siendo vistas como seres inferiores, incluso biológicamente, repercute hoy en que seguimos siendo para muchos como un añadido, ciudadanas de segunda que hay que dejar estar donde antes nos prohibían el acceso por “corrección política”, no porque realmente crean que podemos, debemos o merecemos estar.
Muchos sienten que se nos “permite” hacer ciertas tareas del mismo modo que a un niño se le permite coger su escoba de juguete para que se divierta ayudándonos con las tareas domésticas. La condescendencia que usan luego es la misma que hemos visto en muchos padres: “Juega a eso, que das menos la lata que si te digo que no lo hagas”. Y ojito con “molestar” o “entorpecer”. Y nosotras entorpecemos de muchas maneras: con la regla, con bajas por maternidad, exigiendo conciliación (eso que parece que es sólo tema femenino), etc.
Se toma lo masculino como el centro, siendo su anatomía la óptima, lo que lleva impepinablemente a que la nuestra es la defectuosa.
Hace unos días, en El País, se publicaba un artículo sobre un estudio que se estaba realizando para investigar sobre los efectos de la ingravidez. Decía así:
“Para ello, el centro de Toulouse está reclutando a una docena de hombres de entre 20 y 40 años que gocen de una 'salud perfecta', no fumen, tengan un índice de masa corporal de entre 22 y 27 y practiquen deporte de forma regular. Es decir, lo más parecido a un astronauta. Aunque en el pasado han hecho también estudios con mujeres, en esta ocasión solo se buscan a hombres para tener medidas estándar, explican desde la institución”.
Después de las críticas, El País decidió editarlo y quitar aquello de “estándar”. Pero lo cierto es que sí, se toma al hombre como medida. Y esta medida la pagamos las mujeres muchísimas veces con nuestra salud y también con nuestra vida.
En Pikara Magazine, se publicó hace unos años este impagable artículo llamado ¿Locas?, que recogía las palabras de la psiquiatra Cristina Polo sobre la diferenciación existente en los diagnósticos médicos dependiendo del género:
“En atención primaria numerosos estudios muestran cómo ante los mismos síntomas físicos se prescriben a las mujeres más tratamientos ansiolíticos y antidepresivos y a los hombres se les realizan más pruebas físicas”.
Se toman en consideración las dolencias de los hombres y se trata de averiguar qué hay detrás de ellas, mientras que a las de las mujeres se les presupone siempre alguna vinculación con su género: ese género desconocido. Orfidal y pa casa.
El ejemplo más claro es el de los infartos de miocardio: nosotras sufrimos menos infartos pero morimos más debido a ellos. ¿Por qué? Tan simple como que nuestro cuerpo muestra síntomas diferentes a los “estándar”, muy diferentes al conocido dolor en el brazo izquierdo: a nosotras nos duele el vientre. Esto conlleva a que nos diagnostiquen erróneamente y muramos.
“Sólo el 15% de las mujeres recibe un tratamiento adecuado, mientras que el porcentaje aumenta hasta el 56% en los varones”.
No hay campo ni ámbito en el mundo que no se rija por el androcentrismo. Hace unos días tuve la oportunidad de entrevistar a Ana López Navajas, ganadora del Premio Avanzadoras que otorga Intermón Oxfam. La frase que resume sus ocho años de investigación en el ámbito de los libros de texto (que luego estudian millones de adolescentes), puede que sea ésta: “Es un fraude cultural: nos han dado gato (cultura masculina) por liebre (cultura universal)”.
Sin duda lo es, el problema es que parece que no vemos que este androcentrismo trae de la mano una inevitable invisibilización de las mujeres, de nuestra Historia, nuestra anatomía, nuestras dolencias, nuestras experiencias, nuestras referencias y, en definitiva, de nuestra vida.
Todo esto es lo que se esconde tras la historia de un hombre sancionando a una mujer porque le ha bajado la regla. Porque no es un anécdota puntual de un solo hombre: es el funcionamiento de un sistema normalizado con una visión del mundo androcentrista; un sistema que lo lleva a pensar así, a él y los demás, que les arroja la autoridad para juzgarnos desde una superioridad que nunca existió. Un sistema que, además, les otorga constantemente cargos de responsabilidad con mujeres bajo su mando, sin asegurarse antes de que están capacitados para su desempeño... Ya saben, son hombres ¿cómo no van a estar preparados?