Réquiem por un 'cuyo'

6 de febrero de 2021 21:27 h

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Es pequeño, se prodiga poco, y hay quien lo interpreta como el signo definitivo de distinción lingüística. Hablamos de cuyo, la palabra que sirve para construir oraciones subordinadas que indican posesión. El adjetivo cuyo es una pequeña maravilla de ingeniería sintáctica: permite aunar en una sola palabra la capacidad de introducir una oración subordinada (es decir, incrustar una oración dentro de otra) y a la vez establecer una relación de posesión entre los elementos que se subordinan: si quiero referirme a un libro del cual no recuerdo su autor puedo decir perfectamente El libro cuyo autor no recuerdo. Subordinación y posesivo, todo en uno. 

A pesar de lo aparentemente funcional que es cuyo, parece que los hablantes tengamos una cierta aversión a usarlo. Quizá porque se nos hace un tanto emperifollado, o porque nos suene un poco antiguo, el caso es que cuyo es una de esas palabras que es más fácil avistar en el registro escrito formal que en la oralidad. Por lo general, en la lengua coloquial tendemos a sustituir el muy distinguido cuyo por un mucho más prosaico que su (El libro que su autor no recuerdo). Aunque es ubicuo, el desplazamiento de cuyo por que su (un fenómeno conocido entre especialistas como quesuismo) vive extramuros de la normativa académica y es visto con recelo por los sibaritas de la lengua. 

¿Por qué se nos resiste cuyo? Al fin y al cabo, teniendo una palabra cuya función es precisamente combinar subordinación y posesión, utilizar que su donde un cuyo iría como anillo al dedo parece como empeñarse en abrir un botellín con un mechero teniendo un abrebotellas. El motivo reside en lo que en Lingüística se conoce como la jerarquía de la accesibilidad, una escala que clasifica los elementos sintácticos según lo subordinables que son.

Y es que podríamos decir que construir una oración subordinada consiste en partir de una oración normal, y retorcerla sobre uno de sus componentes sintácticos hasta que podamos incrustarla dentro de otra oración principal, haciéndola pender de uno de los elementos de la principal. Así, podemos partir de una frase como Yo quiero a una mujer y empaquetarla para que pueda funcionar como subordinada dentro de otra oración: La mujer que yo quiero. En principio, podemos construir oraciones subordinadas en las que el antecedente (es decir, el elemento del que hacemos pender nuestra subordinada) desempeñe casi cualquier función sintáctica dentro de la subordinada: el antecedente puede actuar como sujeto (El hombre que susurraba a los caballos), pero también puede ser complemento directo (El hombre que vi ayer), complemento indirecto (El hombre al que di el dinero), ir precedido de una preposición (El hombre con el que me casé) o funcionar como genitivo (es decir, como poseedor), que es precisamente la tarea que le encomendamos a cuyo pero que que su le usurpa (El hombre cuya hija conozco). 

El problema viene de que estas funciones sintácticas no son todas igualmente accesibles. La jerarquía de la accesibilidad clasifica las funciones sintácticas según cuánto de subordinables son, es decir, según cuánto de fácil le resulta al antecedente desempeñar las distintas funciones sintácticas. La función más básica es la de sujeto: si una lengua puede construir oraciones subordinadas, el antecedente siempre podrá ejercer de sujeto (como en El hombre que sabía demasiado). El siguiente escalafón es el complemento directo, seguido del indirecto, de complemento de una preposición y de poseedor. Como hemos visto, el español es bastante flexible y nos permite construir subordinadas en las que el antecedente desempeñe casi cualquier función sintáctica de la jerarquía, pero hay lenguas en las que solo es posible subordinar el sujeto, pero no el complemento directo ni ninguna de las demás funciones sintácticas de la jerarquía. Es decir, en una lengua como el malagasy (hablada en Madagascar), son posibles construcciones como El hombre que sabía demasiado, pero no como El hombre al que vi ayer o El hombre al que di el dinero, no digamos ya filigranas con posesivos como cuyo

La función de posesión no es, sin embargo, la última parada en la jerarquía de la accesibilidad. Hay un escalafón más arriba, pero al que nuestra gramática no nos permite llegar: la comparación. Supongamos que queremos decir que hay una mujer que ríe, y esa mujer es más alta que yo. Podemos decir que La mujer que es más alta que yo ríe. ¿Pero y si lo que quisiésemos decir fuese que yo soy más alta que la mujer? ¿Cómo lo formularíamos? Podemos intentar articular engendros diversos de gramaticalidad dudosa (La mujer que yo soy más alta que ella ríe), pero acabarán resultando muy antinaturales. Construir oraciones subordinadas en las que el antecedente (la mujer) sea el segundo término de una comparación (yo soy más alta que la mujer) está más allá de lo que nuestra gramática nos permite hacer. Para otras gramáticas (como el inglés), el segundo término de una comparación es tan subordinable como los demás y nuestras limitaciones sintácticas posiblemente les resulten tan marcianas como a nosotros la idea de no poder decir El hombre que vi ayer. Sin embargo, no hay nada de lo que avergonzarse: todas las gramáticas tienen limitaciones y en último término todo siempre se puede expresar reformulando la frase (por ejemplo, dándole la vuelta a la comparación: La mujer que es más bajita que yo).

En español, el límite sintáctico sobre el que podemos construir oraciones subordinadas de este tipo está en el posesivo, al que llegamos a duras penas con cuyo. Por eso cuyo se nos hace un poco bola, porque como vive en la zona más remota de lo que nuestra gramática nos permite acceder, tendemos a optar por soluciones menos elegantes pero que nos resultan menos costosas, como la estrategia analítica de cascarle un “que” (que nos sirve para anunciar que se viene una subordinada) seguido del “su” (que es el que fija la referencia y sobre quien recae la función posesiva) y a correr. 

Dicho de otra manera, si acabamos utilizando el mechero para abrir el botellín es porque el abrebotellas está en lo más profundo del altillo y hemos visto que hay un mechero a mano en la encimera con el que nos podemos apañar.