Dos cosas me llamaron la atención esta semana, que el libro más vendido en el panorama editorial español no sea un libro y que el juego on line del que más se habla no sea un juego.
El libro al que me refiero salió a la venta el pasado mes de mayo y lleva vendidos más de 28.000 ejemplares. Se trata de El libro Troll, un manual de actividades firmado por un famoso «youtuber» español. En él, el lector/jugador se encontrará retos como, por ejemplo, dibujarle una cara a un plátano y llevarlo consigo a la vista durante 24 horas. De manera que el volumen plantea retos de este tipo, establece las normas para llevarlos a cabo y después exige por parte del jugador una valoración: prueba superada o no. Está claro que este producto tiene ya su modelo de éxito, el canal de youtube con millones de seguidores, y su publicación trata de llevar al papel los fenómenos de masas de las redes sociales. Ese era el molde utilizado.
Por su parte, el juego que no es un juego se debe al diseñador y cineasta irlandés David O´Reilly, Mountain. En un principio parece ser que iba a tratarse de un salvapantallas, personalizado y más o menos interactivo. Pero O´Reilly (cuyos dos extraordinarios cortos merecen verse y no puedo dejar de mencionar aquí: Please say something y The external world), O´Reilly, digo, no partía de ningún molde acabado y de hecho el producto está en permanente construcción. De momento se trata de una montaña flotando en el universo y con los días contados (50 horas), una montaña que de repente puede preguntarse “¿Qué es la tristeza?”, afirmar “Me siento viva en esta noche oscura” o recibir del espacio una botella con un mensaje dentro que el usuario no podrá leer nunca (creo, esto está por confirmar).
Bien, yo no sé si Mountain es una genial adaptación al siglo XXI del I Ching, una terapia zen o una manera de sacar un dinero fácil (89 céntimos), lo que me pareció interesante al contrastar ambos productos era la diferencia en su planteamiento: el primero se construye a partir de un molde y se trata de obtener algo previsto de antemano, mientras el segundo es flexible y se irá definiendo poco a poco. En el segundo no hay molde porque es precisamente el molde lo que se está elaborando. Esa, trabajar sin molde o sin un punto de llegada claro, es una manera muy creativa de pensar y puede aplicarse a muchas facetas de la vida, desde las relaciones de pareja hasta la decoración de un apartamento. Por supuesto, también es aplicable a la política.
Estas semanas en que la frase más escuchada es “Por fin vacaciones” o “Qué depresión, de vuelta al curro”, sería un buen momento para pensar en el molde que utilizamos para la idea de trabajo.
Rafael Sánchez Ferlosio, en un estupendo artículo para El País, escribía que “la exaltación del trabajo como virtud moral se desarrolló como la más perversa pedagogía para obreros. Es decir, la exaltación del trabajo sin determinación de contenido es en sí misma la exaltación del trabajo-basura”. Este es el molde que llevamos utilizando durante años, y dada la situación en la que nos encontramos en la que el paro no es un problema puntual sino una situación estructural, sería hora de romperlo y explorar nuevas posibilidades.
Afortunadamente hay gente que ya lo está haciendo, y frente al molde que nos instala en la dualidad empleo/ desempleo, propone el molde de la renta básica. En lugar de ese gasto confuso, a menudo injusto y a veces arbitrario de subvenciones a parados, partidas para formación, dinero para caridad se propone la renta básica como un derecho de cada ciudadano por el mero hecho de serlo. Hay que recordar que se habla de una base, una base digna que por supuesto no impide que los empleos sigan existiendo y que estén mejor o peor pagados etc. Sin embargo, este es un debate que no se plantea porque no interesa, obviamente, a los que manejan el sistema, ya que la renta básica eliminaría la mano de obra barata, casi esclava, es decir, el negocio de muchos.
La escritora y ensayista Dorothy Sayers fue una visionaria a este respecto cuando a mediados del siglo pasado proponía un nuevo concepto de trabajo. La charla (ante un público cristiano, ella lo era) puede leerse en internet: Why work? Sayers afirmaba ya entonces: “El hábito de pensar en el trabajo como algo que uno hace por dinero está tan arraigado en nosotros que nos cuesta imaginar el cambio revolucionario que supondría pensar en él en términos de labor realizada. Hacerlo implicaría adoptar la misma actitud que reservamos para el trabajo no remunerado –aficiones, intereses, las cosas que hacemos por placer (…) Una sociedad en la que el consumo tiene que ser estimulado artificialmente con el fin de mantener la producción es una sociedad fundada en la basura y los desechos, una sociedad así es como una casa construida sobre arena.” (La traducción es mía.)
Y es que aunque los moldes mentales sean los más difíciles de romper, las nuevas ideas se van abriendo paso. Si, como propone Sayers, tuviéramos otro concepto del trabajo, no volveríamos a escuchar “Por fin vacaciones” o “Qué depresión, de vuelta al curro”.