Es inevitable preguntarse de vez en cuando cómo sería este mundo si los miércoles en 'prime time' televisaran buenos recitales de poesía y tertulias filosóficas que nos hablaran de la importancia de la coherencia y los afectos. Si en los debates se analizara diariamente el por qué de la explotación de la gente y de la desdicha de los borrachos en las madrugadas de una gran ciudad.
Es inevitable preguntarse qué pasaría si en los parlamentos se reconociera a los millones de personas, sobre todo mujeres, que trabajan sin tener empleo ni sueldo, porque el trabajo no es solo estar contratado por una empresa. Cómo sería que el debate político se centrara en buscar de qué modo podemos ser medianamente felices. Si las leyes no olvidaran nunca que progreso no es el crecimiento económico de unos pocos.
Si los legisladores recordaran que necesitamos tiempo para contemplar la belleza de un atardecer y para pensar siempre qué queremos ser, porque ¿quién puede vivir sin hacerse preguntas ni mirarse dentro?
Es alimento preguntarse cómo sería que en la escuela nos enseñaran Derechos Humanos y la biografía de miles de personas que lucharon duro para conquistarlos. Que en el instituto nos examinaran de Historia de las reivindicaciones laborales.
Es inevitable preguntarse cómo sería el mundo si las ciudades estuvieran diseñadas para las personas y no para los coches y las oficinas, si los niños tuvieran más espacios para el juego y los adultos más días para jugar con ellos. Cómo sería si trabajáramos cuatro días a la semana y descansáramos tres. Si desde pequeños nos enseñaran que la palabra y la voluntad no lo abarcan todo, pero es lo más valioso que tenemos. Si todo el mundo pudiera contar con alguien, si la confianza le ganara al recelo.
Qué pasaría si Ascensión Mendieta no hubiera tenido que esperar a tener 90 años para poder al fin recuperar los restos de su padre. Si la justicia española se atreviera a hacer lo que está haciendo la argentina, reivindicando el derecho de una anciana a exhumar a su padre desaparecido por el franquismo.
Qué pasará si seguimos insistiendo, como hacemos, en que la huelga no es delito, en que tenemos que recuperar los derechos que nos han arrebatado a través de las últimas reformas laborales, en que una democracia real es incompatible con la Ley Mordaza.
Es necesario soñar despierto, porque no hay acciones sin sueños. Soñar con horas descalzas, con pentagramas libres y compases certeros, con hojas en blanco en las que aún está todo por pasar. Con calles llenas de gente despertándose colectivamente. Soñar con la posibilidad de reinventarnos, porque siempre se puede escribir el futuro de otra forma. Porque merecemos menos impunidad, menos desigualdad, menos tristeza y más segundos hermosos e inmortales. Y más sonrisas que tengan mucho que contarse.