El ruido que no cesa
Ruido. Mucho ruido. Un ruido atronador. No cesa. Ni cesará. Tres elecciones en el horizonte cercano no invitan a pensar que algo vaya a cambiar en la putrefacta atmósfera política. Y uno se pregunta hasta cuándo y hasta dónde están dispuestos a llegar. Hasta donde haga falta y hasta cuando Pedro Sánchez no esté ya. Luego, los decibelios bajarán. Si gobierna el PP, claro. Es condición sine qua non. La barahúnda se intensifica cuando la derecha pierde el poder. Ya saben: les corresponde por derecho divino.
Del zumbido, producido interesadamente para ocultar cualquier progreso importante para el interés general y desviar la atención sobre algunas vergüenzas propias -léase la defensa numantina de un defraudador fiscal como la pareja de Ayuso o las amenazas contra la prensa que destapa las andanzas de un ¿técnico sanitario? que se forró con el cobro de comisiones durante la pandemia-, no escapa ni la esposa del presidente del Gobierno.
Del 'caso Koldo' hemos pasado ya a la “trama Begoña Gómez”. ¿Argumentos? ¿Pruebas? No los hay, de momento. Durante la pandemia, los gobiernos europeos rescataron a todas las aerolíneas. Algunas, con miles de millones y con sentencia en contra del Tribunal de Justicia Europeo (TJUE). El rescate de Air Europa, de 475 millones en forma de préstamo a devolver con intereses al Estado, contó con el fallo favorable del TJUE. Pero, resulta que el Gobierno lo hizo porque Begoña Gómez se reunió con no sé quién y sacó 30.000 pavazos para un curso del Instituto de Empresa en el que trabaja.
EEUU salió al rescate de las aerolíneas americanas con un plan de ayudas y créditos de 25.000 millones de dólares, tras la paralización de la actividad por las medidas anticovid. El coste de aquella crisis supuso en relación a las aerolíneas de todo el mundo más de 100.000 millones de euros. El rescate a la alemana Lufthansa, que los tribunales declararon ilegal, costó 6.000 millones de euros. El gobierno holandés pagó 3.600 millones por el de KLM. Portugal, 3.200 por el de TAP. Italia, 3.000 millones por el de Alitalia. Francia, 4.000 por el de Air France. Pero, en el caso de Air Europa no es que hubiera que salvar 15.000 puestos de trabajo, es que Begoña Gómez fue decisiva para el rescate.
Todo sea por establecer una simetría dónde, con lo que sabemos hasta ahora, no parece que la hubiera. La pareja de Ayuso vs la pareja de Sánchez. Alberto Núñez Feijóo ya ha advertido al presidente que si no da explicaciones sobre las relaciones de su esposa con Air Europa habrá una investigación parlamentaria y, si es necesario, también judicial. Y eso que ya llevó, con escaso éxito, el asunto a la Oficina de Conflictos de Intereses (OCI) al entender que Sánchez debió inhibirse cuando su Consejo de Ministros tomó la decisión de rescatar a la aerolínea, con la que su mujer tenía contactos profesionales como responsable de un instituto de empresa.
Ayuso, la reina del insulto y el sujétame el cubata, se queja de que haya un ministro como Óscar Puente que esté donde está “para insultar”. Y sus acreditados amanuenses que antes lo fueron de la vicepresidenta del gobierno de Rajoy, de las maría pico de la vida y de hasta el autor intelectual de la mal llamada policía patriótica lamentan que la prensa sea hoy un lodazal con un ejército de soldados que repiten consignas. Se cree el ladrón…. Hay que tener poca vergüenza y mucha menos memoria para olvidar cómo y quiénes sirvieron a los intereses más espurios de la política y del periodismo de este país.
Sí, el estrépito, la polarización, la mentira, el bulo y el insulto son cada vez más habituales en la política española. Los discursos faltones han mancillado el diario de sesiones del Congreso y, lo que es peor, han conseguido que la conversación en las mesas de debate y en la calle discurra en similares términos. Pues aquí no hay equidistancia posible. Quienes difaman, insultan, difunden bulos y decidieron hacer del debate público un marco irrespirable siempre fueron los mismos. En la política y en el periodismo. El “que te vote Txapote” fue solo el pistoletazo de salida. La guinda la puso Ayuso al llamar hijo de puta (con todas las letras) al presidente del Gobierno. Y el resto ha sido posible gracias al alcantarillado tuitero y a la colaboración de un periodismo que nunca lo fue y sólo se dedica al griterío, la confrontación y el vituperio para lograr que el estrépito forme parte del ambiente hasta que la derecha vuelva a la Moncloa. Luego, ya si eso, todo irá mejor, Junts será un partido respetable y de fiar, el CGPJ se podrá renovar, los jueces dejarán de inmiscuirse en la acción legislativa y RTVE se convertirá en un émulo de Telemadrid, esa cadena que ilumina la realidad, vigila el poder (pero no el del gobierno regional), es una voz molesta (nunca para Ayuso), afea las actitudes poco ejemplares del gobierno (sólo del de Sánchez) y es implacable con la corrupción (excepto la que salpica a los allegados de la Puerta del Sol).
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