Berlín y sus cicatrices. Visito la inquietante e interesante colección Feuerle en Berlin. De búnker de telecomunicaciones del régimen nazi a un museo que propicia el diálogo entre el arte contemporáneo y piezas milenarias de China y el sudeste asiático con una remarcable reforma del arquitecto John Pawson. A la salida me dirijo a la próxima Anhalter Bahnhof para coger la S Bahn. Me sorprenden los restos de la fachada de la antigua estación. En un plafón cercano se detalla que desde esta ésta se deportaron 9600 judíos entre 1942 y 1945. Eran como cualquier otro pasajero de la estación. Salvo por el hecho que llevaban la estrella amarilla cosida en la ropa y eran custodiados por los nazis. Era pues evidente que iban arrestados a un destino fatal. “This was clear for all to see”. Todos lo sabían y nadie hizo nada, nos recuerda el plafón. Que lejos nos queda el ejercicio alemán de memoria y contrición en España. Precisamente el mismo día de agosto que descubrí el drama de Anhalter Bahnhof se publicó en el BOE de los republicanos españoles asesinados en Mauthausen y Gusen. Han hecho falta 70 años para recordar.
Italia no es la culpable. Esos días de agosto estamos pendientes en España de la crisis del Open Arms y el Ocean Viking. Apenas hay noticias en Alemania (el drama del Mediterráneo a duras penas aparece en las noticias en el norte de Europa). Todas las miradas apuntan en esos días al caído en desgracia Matteo Salvini por su negativa a abrir los puertos italianos. Mientras recibe críticas de todos los frentes, él repite a golpe de tuit: “Italia no volverá a ser el campo de refugiados de Europa”. Salvini no ha sido más que el alumno aventajado de la derecha populista europea, aprovechándose de la frustración de un país abandonado por la UE en la gestión de la llegada de inmigrantes para reinar en las encuestas. Porque Italia, después del naufragio de Lampedusa de 2013 en el que murieron 300 personas, impulsó por su cuenta la operación Mare Nostrum. Con los gobiernos de Enrico Letta y Matteo Renzi se salvaron centenares de miles de vidas. Pero la UE y los países miembros dieron la espalda al país transalpino. Ni ayuda económica ni acogida de refugiados. Frustrada, Italia finalizó la operación Mare Nostrum. Y la UE pasó de salvar vidas a controlar sus fronteras, externalizando la ayuda a los náufragos a los temibles guardacostas libios. Todos sabían que morirían miles de personas en el mediterráneo. Y no hicieron nada. Sólo reaccionaron un puñado de ONG’s no quisieron ser cómplices y se lanzaron al Mediterráneo.
El fracaso europeo. Salvini obviamente tenia que cumplir la ley y abrir sus puertos al Open Arms. Ahora, de momento, Il Capitano ha quedado fuera de juego. Y deberá responder ante la justicia del secuestro del Open Arms. Pero habrá más Salvinis. En Alemania AfD ha quedado segunda en las regionales de Sajonia y Brandenburgo. Si el nuevo ejecutivo de Ursula von der Leyen no aborda el drama migratorio de inicio e impulsa una nueva operación de salvamiento y alumbra un nuevo acuerdo de reparto que implique a todos los países de la UE, la extrema derecha seguirá campando a sus anchas. Aprovechando los temores de una población desconcertada por el cambio de era en el que estamos sumidos (revolución tecnológica, emergencia climática y crisis demográfica) y por los augurios de una nueva recesión. La UE debe dejar de ser percibida como la culpable de las frustraciones nacionales, superar la lamentable era Juncker (mientras el proyecto comunitario languidecía él se obsesionó con la reforma horaria europea), y convertirse de nuevo en la promesa de progreso, modernidad y derechos humanos que fue en sus inicios.
La descomposición nacional. La deriva humanista que se cierne sobre el continente alcanzó su cenit en España en agosto cuando la vicepresidenta del gobierno, Carmen Calvo, pronunció unas palabras que la acompañarán durante toda su carrera política: “El Open Arms no tiene permiso para rescatar”. Calvo, una mujer hasta hace poco considerada competente, es la nueva víctima de esta política gaseosa que se ha adueñado del país. Ya no se ganan elecciones para gobernar. Ahora se ganan elecciones para ganar el relato y volver a convocar elecciones. Eso deben creer los spin doctors de La Moncloa. ¿Hasta cuándo? ¿Dónde queda el interés general? La izquierda, si gana les elecciones y tiene mayoría como sucede ahora, tiene del deber de llegar a un acuerdo que prepare el país para contrarrestar los signos de recesión, para promover la cohesión social, para hacer frente a la emergencia climática, para garantizar que el derecho a la vivienda, para impulsar las políticas de innovación, ciencia y tecnología que nos preparen para un futuro que ya está aquí. Y, también, para liderar una respuesta europea al drama del mediterráneo. Para que la crisis de los refugiados que llegan des de las costas africanas deje de ser un problema de los países del sur y se convierta un reto comunitario. Porque todos saben que miles de personas están muriendo. Y no están haciendo nada.