Salvados se hace un 23F a sí mismo

Hace muchos años que ocurrió el 23F, pero aún hoy sigue teniendo una importancia enorme para explicar las cosas que vinieron después. Casi todas positivas: su fracaso consolidó la democracia española, acabó desmantelando el Ejército español como foco de poder autoritario, y aceleró el proceso de inserción europea. También aumentó la legitimidad de la Monarquía española y de Juan Carlos de Borbón, que en buena medida emanan de ahí, de su papel para detener el golpe y preservar el sistema democrático. La versión oficial de la historia dice más o menos esto: el golpe de Estado fue una operación de la extrema derecha española y algunos militares ultras descontentos con la situación política y económica, que fracasó gracias a la mencionada intervención del rey.

Luego circulan todo tipo de visiones alternativas, una de las cuales, a pesar de que apenas ha aparecido en los medios de comunicación, sí que ha ido ganando cuerpo, con el paso de los años, a raíz de la publicación de libros como Anatomía de un instante, de Javier Cercas, y la desclasificación de documentos oficiales (aunque no, por supuesto, en España). Según esta perspectiva, el golpe de Estado fue en su génesis una operación diseñada desde la Zarzuela para provocar un Gobierno de salvación nacional, en el que participarían todos los partidos políticos (también socialistas y comunistas), que pudiera reconducir la situación. Al frente de la operación se sitúa a Alfonso Armada, preceptor del rey, a quien Suárez, presionado por Juan Carlos I, acababa de nombrar segundo jefe del Estado Mayor del Ejército.

La operación es, como tantas cosas en España, una chapuza, y todo el mundo puede ver el espectáculo apoteósico de un señor con sombrero de torero pegando tiros en el Congreso de los Diputados mientras dice aquello de “¡Se sienten, coño!”. En ese momento el rey hace algo tan habitual en los Borbones que incluso se define con su apellido: “borbonear”, es decir, dejar tirados, a los suyos (la lista es larga: Mario Conde, Javier de la Rosa, Manuel Prado y Colón de Carvajal…), y para cuando Armada va al Congreso para proponer su solución (un Gobierno de concentración dirigido por él), con gran enojo de Tejero, la operación ya está condenada. El rey sale por la televisión, se para el golpe, y unos años después se indulta a muchos de los inculpados en el proceso; entre ellos, a Alfonso Armada.

Todo este contexto me sirve para explicar por qué, cuando La Sexta se pasa dos semanas promocionando un programa especial sobre el 23F, Operación Palace, la expectación era máxima. Sobre todo, porque el programa, aunque no era Salvados (como nos han recordado hasta la saciedad después de emitirse el documental), se emitía en el horario de Salvados, estaba promocionado por Jordi Évole, y era seguido por un debate conducido también por Évole.

Es decir, que puede que no fuera Salvados, pero desde luego sí que era un producto que buscaba asociarse con Salvados. Y, dado el historial de este programa, su capacidad para poner el foco sobre determinados temas, pero sobre todo el hecho de que cualquier cosa sobre la que hablen se convierte, de inmediato, en objeto de atención de los espectadores, la verdad es que la inmensa mayoría del público se acercó a Operación Palace pensando que se encontraría algún tipo de reportaje sobre el 23F, quizás poco complaciente con la –a estas alturas– un tanto deteriorada versión oficial.

Luego, como a estas alturas ya sabe casi todo el mundo, el programa no era un documental sobre el 23F, sino un falso documental que venía a explicar una variante cómica de la teoría alternativa sobre el 23F: el golpe fue pura ficción. Una escenificación orquestada por los líderes de los partidos políticos, liderados por el rey, para conseguir unir al país y superar el riesgo de un golpe de Estado. La idea estaba inspirada en Operación Luna, otro falso documental en el que defendían una célebre teoría de la conspiración: el aterrizaje en la Luna fue pura ficción dramatizada.

El primer problema de hacer esto es que, lógicamente, el efecto colateral de un falso documental de estas características es deslegitimar cualquier teoría alternativa a la oficial respecto del 23F como “algo que rodó Garci”. Y, sinceramente, la teoría alternativa del 23F es mucho menos delirante que la del falso aterrizaje en la Luna.

Pero más allá de eso, que puede fastidiarme a mí, y a cuatro más (o quizás a muchos más, no lo sé), yo creo que este programa ha sido un error monumental de Salvados. Primero, porque el falso documental, sinceramente, no era nada del otro jueves. El objetivo, claramente, no era hacer pensar, sino hacer reír. Una pieza que comenzaba con una teoría muy poco verosímil y que, además, se volvía más y más absurda. Que si la OTAN, que si Garci, que si Anson… Todo con el propósito de que el público se diera cuenta de lo que había detrás, imagino. Un documental que acababa, además, con una lección moral de “así de fácil es manipular la información de los medios”, a modo de justificación. ¡Como si en España, con sus portadas de La Razón o sus tertulias, necesitásemos aún más ejemplos de lo mucho –y mal– que se manipula la información!

Pero, después, porque aunque el programa se haya hinchado a audiencia (más de cinco millones de espectadores, una barbaridad para cualquier programa), me da la sensación de que también ha logrado cabrear a bastante gente. Y no, precisamente, porque se hayan tragado la historia hasta casi el final y luego se sintieran estúpidos. Sino porque, antes de comenzar el programa, ya habían asumido (porque las promociones y artículos sobre el tema les habían convencido de ello) que iban a ver un programa muy distinto del que finalmente vieron. Gente que sigue Salvados precisamente por su credibilidad, por la verosimilitud de los temas y enfoques del programa; porque, en un contexto en el que el periodismo –y particularmente el periodismo audiovisual– ofrece tantos ejemplos negativos, tanto control y aquiescencia con el poder, Salvados ofrecía, habitualmente, otra perspectiva.

Aprovechar todo ese potencial para emitir Operación Palace y luego un desvaído debate en el que se habla de lo de siempre (que si cambiar la Constitución, aunque no sabemos muy bien qué; que si algo nuevo habrá que dar a los jóvenes; que si el sistema chirría, pero tampoco mucho…) a mí me parece malbaratar la credibilidad de este espacio.

Al final, Operación Palace nos ofreció casi tres horas de televisión sobre el 23F en las que no se habló apenas del 23F. Yo no sé muy bien qué pretendían en Salvados, o en La Sexta, emitiéndolo. Quizás les pasó como (según la teoría de la conspiración) le pasó al rey con el 23F: que pretendía generar un efecto y tenerlo todo bajo control y luego la cosa se le desmandó. Porque que este programa iba a conseguir audiencia estaba claro: hoy por hoy, cualquier cosa sobre la que hable Salvados capta la atención del público. Pero no sé si es buena idea utilizar esa capacidad de influencia para hablar… de cualquier cosa. Que no es que yo pretenda, a estas alturas, en España, que sólo 33 años después del 23F haya algún medio de comunicación del establishment que se atreva a decir algo que vaya más allá de “Su Majestad nos salvó a todos”… ¡Pero al menos que no me hagan creer que va a ser así!