Hablar no es negociar, aunque para empezar a negociar es imprescindible el diálogo. Parece de perogrullo pero desde el portazo de Mariano Rajoy al pacto fiscal de Artur Mas parecía imposible recuperar una relación institucional entre el Gobierno central y la Generalitat basada en una mínima lealtad. Cuando Carles Puigdemont estuvo en La Moncloa, la primera vez en abril del 2016 de manera oficial, y en enero del 2017 para celebrar un almuerzo secreto que finiquitó definitivamente cualquier opción de diálogo, nadie esperaba ya nada de estos encuentros. Ni tan siquiera la posibilidad de una nueva reunión.
Desde ese 11 de enero del 2017, la última vez en la que un presidente de la Generalitat había estado en La Moncloa, ha cambiado todo (aunque haya quienes, desde un extremo u otro, insistan en que no ha cambiado nada). Puigdemont fue a reclamar un referéndum y estaba dispuesto a negociar fecha y pregunta. Rajoy no se movió con el argumento de que ni podía ni quería. El resto de la historia ya es conocida.
De ahí que del encuentro entre Pedro Sánchez y Quim Torra lo más destacado es que ha servido para restablecer la relación institucional y, lo que es más importante, el objetivo común es no volver a bloquearla. Esa es la diferencia respecto a las reuniones anteriores. Habrá como mínimo otra y será en Barcelona.
El presidente de la Generalitat había comentado a primera hora de la mañana que esperaba que el encuentro fuese largo. Y lo ha sido. Dos horas y media en las que el presidente del Gobierno reconoció que el caso catalán es un conflicto político y mostró su predisposición a buscar una solución. Fue un diálogo sincero en el que se habló de todo. Desde el papel del rey al apoyo del PSOE a la aplicación del artículo 155, el futuro de los presos independentistas y de cómo empezar a mirar hacia adelante pese a las diferencias. La discrepancia más evidente es la posición respecto al derecho a la autodeterminación. Eso ni cambia ni cambiará.
Más allá de las diferencias, reanudar los trabajos de las comisiones bilaterales entre ambas administraciones es un primer paso. Es una primera muestra de distensión y como tal hay que interpretarla. Otra cosa será ver en qué se concreta esa voluntad porque algunas de las promesas suenan vacías desde hace años. El traspaso de becas o el corredor del mediterráneo son solo dos de los ejemplos que mejor lo ilustran. El primero es una reivindicación histórica que ni los gobiernos del PSOE ni del PP han querido nunca atender. Para el segundo, con unos presupuestos ya cerrados, no basta con tener un ministro valenciano al frente del ministerio de Fomento. Hay que entender que es una prioridad no solo para Catalunya y la Comunidad Valenciana y para ello hay que convencer a muchos barones del PSOE y defenderlo con convicción en Bruselas.
La debilidad parlamentaria del PSOE no le permite abordar la reforma constitucional que defiende (aunque la vicepresidenta, Carmen Calvo, evitó meterse en ese charco cuando los periodistas le preguntaron en la rueda de prensa posterior al encuentro entre Torra y Sánchez). Además, el Gobierno ya ha anunciado que tampoco tiene previsto abordar la reforma del modelo de financiación autonómica. Se puede aplazar el problema pero eso no significa que no siga ahí.
Pese a las dificultades, hay agua en el vaso. Sánchez está decidido a evitar un mayor conflicto con Catalunya y es un paso importante sobre todo si se compara con la actitud que tuvo Rajoy. “Una crisis política requiere una solución política”, tuiteó Sánchez al acabar la reunión. Lo escribió en catalán. Un gesto que demuestra un cambio de actitud respecto al Gobierno de Rajoy, también en un ámbito tan sensible como la lengua.
“Sánchez ha escuchado y ha tomado notas”, resumió Torra a la salida del encuentro. Es la imagen que ilustra la voluntad del Gobierno central de intentar entender por qué se ha llegado hasta aquí. Las inversiones y competencias pendientes son un buen punto de partida aunque el malestar de una buena parte de la sociedad catalana tiene más que ver con el respeto y el corazón que con los presupuestos y el bolsillo. Bien lo sabe el líder del PSC, Miquel Iceta, a quien Sánchez escucha (y hace bien). Es eso que ni el PP de Soraya Sáenz de Santamaría ni el de Pablo Casado entienden ni quieren entender.