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Cómo se seduce a una feminista

Desde que escribo en este diario sobre feminismo, he recibido muchos mails de hombres con dudas sobre la seducción con preguntas como “Si no podemos acercarnos, ¿cómo hacemos para seducir a una mujer sin caer en el machismo?”, “Si hablar con una mujer es ya tachado de machista, ¿cómo vamos a tener relaciones? Nos extinguiríamos”. Incluso en una entrevista me hicieron la misma pregunta. Algunos lo preguntan algo molestos, otros con verdaderas ganas de obtener una respuesta que les solucione la papeleta.

Lo cierto, es que las personas que se involucran en la lucha feminista, no tienen necesariamente que tener un manual con pautas que solucionen los problemas de seducción de los hombres, o de algunos hombres, ya que estoy segura de que a muchos otros estas preguntas a las que hago referencia les chirriarán tanto como a mí.

Pero no hace falta tal manual para contestar estas cuestiones, aunque sospecho que, en el mejor de los casos, es lo que muchos de ellos esperan al escribirme. O intentar plantear un falso dilema para que quede demostrado que si el feminismo imperara, nos extinguiríamos, echando por tierra el argumentario contra el patriarcado.

Suelo contestar a esos emails (y entrevista) con la misma preguta siempre: ¿Cómo han conseguido las mujeres ligar sin caer en el ‘hembrismo’?

Es una pregunta trampa, lo admito, ya que el ‘hembrismo’ no existe. No es que no exista el término porque no esté en la RAE (que no está), sino que no existe de facto. Para que el hembrismo existiera realmente, necesitaríamos vivir en una sociedad matriarcal, con una marcada opresión de la mujer hacia el hombre. Necesitaríamos que en esa sociedad hipotética, las mujeres mataran sistemáticamente a sus maridos por el hecho de ser hombres y necesitaríamos que el cuerpo del hombre fuera una herramienta de control de esa misma sociedad. Es decir, el hembrismo puede llegar a existir en algún momento y en algún lugar, pero hasta el momento es sólo una teoría bastante peregrina.

A pesar de esto, sé que quienes me preguntan entienden con esto algo como ‘¿Cómo han conseguido las mujeres ligar sin ser invasivas, irrespetuosas, caraduras o frescas hasta hoy?’. Y así es, así lo interpretan, dando por hecho sin percibirlo, de nuevo, que su técnica hasta el día de hoy es invasiva o irrespetuosa. Frescos no, porque ellos frescos no pueden ser. La palabra fresco tiene para ellos otro significado diferente sin matices sexuales, como muchas otras palabras de nuestro diccionario cuando se invierte el género.

Entiendo que muchos duden ahora sobre la seducción, ya que han crecido en un mundo donde les han enseñado que las cosas son así: ellos tienen que acercarse a la mujer que elijan y ellas se sentirán halagadas y agradecidas. Independientemente del resultado final del acercamiento, el acto en sí no es reprobable. Pero entonces leen o escuchan a mujeres quejarse de que esto no siempre les gusta y de que no quieren que sea así. Y el castillo de naipes que han ido construyendo desde la adolescencia con problemas de estructura empieza a tambalearse. Pánico. Necesitan un nuevo as bajo la manga para parchear el castillo, porque soplar y echarlo abajo da miedo: significa desprenderse de uno de esos privilegios que tienen por el hecho de ser hombres, por no hablar de que habría que empezar el castillo desde el principio y no saben cómo.

Don’t panic. Las mujeres, gracias al slutshaming (miedo o vergüenza a ser tachadas de frescas, de putas o de ligeritas de cascos: más términos que sólo existen para unas pero no para otros), han tenido que desarrollar de forma intuitiva a lo largo de la Historia una serie de ‘técnicas’ para propiciar situaciones con un hombre que les haya interesado. Porque sí, las mujeres no sólo se han dejado conquistar, siempre ha habido relaciones donde la que se fijó primero en el otro fue la mujer. Quizás haya parecido siempre que eran el sujeto pasivo en los inicios de un romance, pero cualquiera de los que tienen estas dudas ahora, seguro tienen en su haber historias donde todo empezó por el interés de ella.

Si esto es así, es por lo que comentábamos más arriba: siendo sutiles en sus intentos para que nadie pueda tacharlas de frescas: miradas no demasiado obvias, sonrisas no demasiado reveladoras, frases con dobles y triple sentido, que puedan ser aceptadas o rechazadas por el hombre sin sentirse presionados o incómodos. Y sin que ellas queden en evidencia.

La mujer no ha sido nunca invasiva a la hora de seducir a un hombre, cuanto más atrás nos vayamos en el tiempo, menos invasivas han sido. Acercarse a un desconocido en un bar para comentar qué bonitos ojos tiene, o preguntarle si está solo o qué hace allí. La mujer nunca recurre (ni falta que nos hace) al ‘¿Qué hace un chico como tú en un lugar como éste?’, entre otras cosas porque los chicos están donde quieren sin que nadie se lo cuestione. pueden estar en cualquier sitio a cualquier hora, no pasa nada. Solos o acompañados, nunca se les pone en tela de juicio.

Por lo que, si las mujeres han conseguido iniciar romances, aventuras y relaciones sin incomodar al hombre o invadir su espacio, está claro que el hombre también puede hacerlo sin invadir el de la mujer. Sólo hay que aplicar el concepto que precisamente venimos reivindicando nosotras, según el cual todos somos iguales y merecemos el mismo respeto y el mismo derecho a andar por la calle, salir de copas e ir a la oficina con la seguridad de no ser abordados súbitamente o sentirnos invadidos por alguien a quien jamás le hemos dado la más mínima prueba de que así lo deseamos. Y ese concepto, de hecho, es el feminismo.