Mis opiniones y posicionamientos particulares son tan minoritarios que no tienen cabida en ese parlamento, siendo así no sería bueno que pudiesen realizarse, conduciría a un desastre porque la democracia debe garantizar que opiniones así puedan expresarse pero deben formar gobierno las mayoritarias. Una cosa son nuestros deseos y otra la realidad.
Inmediatamente tras estas elecciones no tiene sentido explayarse sobre el gobierno que nos gustaría a cada uno, la semana pasada expresaba mi deseo de un gobierno con agenda social y voluntad de diálogo con Catalunya, pero era un infantilismo que choca con la realidad del poder. Lo único que tiene algún interés es discernir qué gobierno es posible con ese resultado.
Me parece que ninguno. Aunque, como la política es un juego del lenguaje, todo es posible. La política puede crear un relato comprensible y con sentido o un capricho desquiciado como el País de las maravillas de Lewis Carroll. Puede ser que, como Alicia, ya hayamos caído por un agujero e ido a parar a ese lugar virtual donde todo es posible y nada tiene sentido.
Aunque a nadie guste oír o leer esto, el electorado español, a pesar de la nefasta política del PP, no ha dado un veredicto claro, son unas elecciones fallidas que no permiten formar gobierno. No es cierto que sea un momento de diálogo y pactos, unos no quieren, otros no pueden y otros enredan con pactos imposibles: no habrá más remedio que repetir las elecciones. Lo que ocurra en las próximas semanas solo es retrasar lo necesario.
Quien ignore la obcecación característica de Rajoy pensará que va a dejar paso, ignoran que entiende la política con la lógica de la administración y no con la de la democracia. Asimismo, él ignora la realidad social e histórica y piensa que todavía puede enredar con zorrerías hasta que se le presente una oportunidad de continuar, sobrevivir. Rajoy está acabado pero su muerte política será agónica, morirá destruyendo y dejando un campo de batalla arrasado para que su partido dé la próxima batalla con posibilidades.
La intervención, o intromisión, de Felipe González es pura anécdota, es la continuación de una jugada imaginada hace un año en despachos de la Gran Vía y reservados de restaurantes. Nadie que no viva en el Olimpo puede tomar en serio esa posibilidad de que el PSOE ayude al PP a formar gobierno. El electorado no decidió con claridad un gobierno de izquierdas alternativo al del PP, pero lo que sí expresó con claridad es que no quiere la impunidad de la corrupción. Un gobierno encabezado por el partido de la corrupción y con las mismas caras que se acaban de presentar a las elecciones es inadmisible para la sociedad, como mínimo el PP necesita su revolcón interno y la emergencia de una nueva galería de caras. Dar ese paso sería la liquidación del PSOE, cosa que desean sus rivales.
Rajoy morirá matando, en cambio Pedro Sánchez no puede luchar y está condenado a caminar hasta la extenuación, y expirar. Su apelación a las bases es una invocación vacua en un partido donde los militantes nunca contaron. Es público que Susana Díaz y otros dirigentes quieren apartarlo, pero no se trata solamente de ambición personal, que también, hay diferencias políticas profundas en ese partido sobre la estructura del estado, o sea Catalunya. No es lo mismo lo que piensa la presidenta de Andalucía o el de Extremadura que unos dirigentes que no tienen que responder de sus presupuestos autonómicos. Por otro lado, su única opción antes de que el partido vuelva a tener otro revolcón interno, es urdir pactos para un gobierno sobre tantos equilibrios que objetivamente es difícil de argumentar, por mucho voluntarismo y buenos deseos que le echemos. A estas alturas no está nada claro que, aparte de él y su equipo, nadie desee realmente ese gobierno.
Podemos parece que no, más bien parece que no acepta el resultado electoral y tiene prisa por unas nuevas elecciones. Sánchez no solo tiene que defender su cabellera de los enemigos internos, dos días después de las elecciones Pablo Iglesias le fue directamente al cuello declarando que quería hablar con Sánchez “o con quien mandase en el PSOE”, una declaración que cuestionaba directamente a Sánchez. Lo mismo acaba de hacer cuando lo pone a prueba públicamente pidiéndole que demuestre si manda él o Guerra. Pero, sobre todo, tras su actuación el sábado a la salida de la visita al rey, puso a Sánchez en una situación imposible ante su partido y que también lo liquidaba políticamente ante la opinión pública. Esa mañana Sánchez quedó noqueado y quedó claro que ese gobierno con agenda social y democrática ya sería imposible.
Podemos cree que le es posible adelantar al PSOE pero cada semana que transcurre va en su contra, pues ni siquiera ahora tiene garantizado que se pueda presentar del mismo modo en Catalunya, donde Ada Colau también tiene prisa, y sin contar con que ya ha perdido a los cuatro diputados de Compromís. Sus opciones dependen del ruido y la velocidad para que no se disipe el hechizo de la fantasía.
Para un gobierno progresista Sánchez no puede y Podemos no quiere, así que lo demás es accesorio. Solo queda dirimir ante la opinión pública quien de los dos queda peor, y eso por ahora no está claro así que intentarán clarificarlo ambos. Como el PSOE tampoco puede ayudar a investir un gobierno de derechas por activa o pasiva..., habrá elecciones.
El cambio en el mapa político español no se completó en unas primeras elecciones, es un resultado provisional que nadie, ni los propios partidos, acepta y hará falta una segunda vuelta para que haya una sentencia firme por cuatro años.
Las próximas semanas, hasta la convocatoria de nuevas elecciones, es el plazo para que cada uno haga sus preparativos.