Recuerdo la historia de un patrón muy guarro que conocí en mi adolescencia. Cerdo como él solo. No se lavaba con asiduidad, olía a peste, el pelo siempre lo tenía graso y acudía a su fábrica de despiece de cabezas de cerdo en un Mercedes carísimo en el que llenaba el maletero de morros y orejas para llevarlas a una casa enorme a las afueras de Madrid. Era un rácano, tenía a los trabajadores explotados y les regateaba hasta el agua caliente de la ducha. Los comentarios habituales de los trabajadores y sus familiares cuando veían a semejante esperpento eran siempre recurrentes: “Con el dinero que tiene, lo guarro y huraño que es”. Siempre había alguien más avispado que respondía: “Es que tiene dinero por lo guarro y huraño que es”.
Las personas de clase trabajadora nos hacemos las preguntas mal. Nos sorprendemos cuando vemos alguna noticia de un rico condenado por robar, por hacer algún desfalco o por no pagar una simple minuta a unos trabajadores que hacen una obra para él. ¿Cómo es posible que con la posición social que tienen actúen así? Es posible porque tienen esa posición social por actuar siempre así. Tienen lo que tienen por ser lo que son. El señorito Iván no tiene una mansión en el centro de Madrid por todo lo que ha trabajado. Tiene lo que tiene por haberlo heredado de papá y por no pagar cuando le toca.
El señorito Iván es un estereotipo social que solo sabe lo que es heredar, explotar y faltar a las obligaciones de pago. Un modelo de conducta que sirve igual para no pagar las obras de su casoplón que para obligar a Paco el Bajo a ojearle las perdices con la pata quebrada hasta quedarse inútil. Miguel Delibes no creó un personaje, retrató a una generación de propietarios que ha llegado a nuestros días. Su comportamiento es una réplica intergeneracional que se da en todos los momentos de la historia patria pero evolucionando en el sujeto sobre el que sustenta su comportamiento amoral. De la caza al urbanismo pasando por las finanzas, la política o el rentismo.
El señorito Iván puede insultar a quien cuenta que le han 'embargao' porque sabe que le aplaudirá de forma acrítica la pléyade de claudicantes que aspira a sorber las migajas que caen de su estipendio de bacanal romana, vajilla de Sevres y servicio con cofia. Está acostumbrado a la clá a sueldo y disfruta las risas y aplausos serviles y cínicos no porque sean sinceros, sino porque sabe que son cautivos y fruto de su poder pecuniario. Son una burla a la razón pero muestran el lugar de la pirámide desde donde se proclaman, y eso les hace salivar de placer.
El señorito Iván no sabe que los sueldos se pueden embargar. Eso son cosas de asalariados, los de su casta no saben lo que es trabajar por cuenta ajena porque llevan generaciones viviendo de las rentas. Las nóminas son algo tan de la plebe que nunca pensaron lo fácil que es retener un pago o pagar impuestos. Con lo productiva que es la costumbre de la gente bien de tener empresas con testaferros y poner a nombre de la esposa obediente los bienes para eludir responsabilidades penales. Es sencillo con estos usos y costumbres no comprender cómo la plebe se deja agarrar tan fácil teniendo una nómina.
El señorito Iván es un modelo. Un clon. Un prototipo que produce un enjambre social que parasita a quienes trabajan para mantener una sociedad en funcionamiento. Una rémora extenuante de la que no somos capaces de desprendernos para poder prosperar en un entorno de igualdad y justicia social. El señorito puede llamarse Santiago, Javier o Jorge, también puede llamarse Iván. No importa su nombre porque siempre actuará igual, siempre será una mala copia de aquel personaje de Delibes que acabó espantando a las zuritas con sus pataleos.