En 1972 Mari Trini popularizó una canción que debió llamarse “himno al inequívoco”, y no se me ocurre antecedente cultural de más peso para indicar que yo soy yo, Luis Sepúlveda, un tipo que se gana la vida escribiendo y cuya mayor demostración de afecto por la democracia consiste justamente en creer en ella, en defenderla participando como ciudadano, ajeno a cualquiera de los chanchullos en los que está envuelto mi lejano pariente –todos somos parientes- el ex alcalde de Pozuelo Jesús Sepúlveda, y al parecer también su ex parienta.
De la misma manera como la sarna se pega contra nuestra voluntad, la manía de creer que Google es una enciclopedia o un evangelio de la información se extiende y salpica de situaciones incómodas, de citas inexactas a las que uno debe responder para que la confusión no borre lo grave, lo censurable de muchas conductas. Me explico: me llegan mensajes que citan textualmente “Luis Sepúlveda consiguió un trabajo fantasma a su novia en una empresa de la trama Gürtel”. Los mensajes que recibo van desde el “así te echaste novia, cabroncete” al “¿no tendrías algo para mí, que estoy ya dos años en paro?”. A todos respondo parodiando a Mari Trini; “yo no soy ése que tu te imaginas…”
El otro, al que sí pueden imaginar, se llama Jesús –si mis padres me hubieran endilgado tal nombre sería parricida- y yo me llamo Luis. Con esto no trato de resaltar la importancia de llamarse Luis pero si de establecer las grandes diferencias que me separan del exalcalde y futuro convicto. Ambos tenemos hijos, es cierto, y ambos celebramos sus cumpleaños, pero yo jamás he recurrido al erario público ni a relaciones sospechosas para financiar la tarta y las velitas, tampoco el confeti o los globos han salido de un sobre color manila recibido bajo cuerda, y menos aún para solventar fiestas tan cutres porque mis hijos no me lo habrían perdonado. Nunca en el garaje de mi casa -dejo mi cacharro en la calle- ha aparecido un Jaguar con la misma naturalidad con que aparecen los hongos en los espacios húmedos. El único vehículo que me han regalado en mi vida fue una bicicleta y de esto hace ya más de cincuenta años.
Cantaba Mari Trini “no podrás presumir jamás de haber jugado con la verdad” y la ministra Ana Mato haría muy bien en captar el sencillo mensaje de esta canción festivalera, ya que el otro Sepúlveda, el que se llama Jesús y no se gana las lentejas en el noble oficio de escribir novelas, al parecer es inmune a cualquier enseñanza.
Quede entonces claro que servidor, Luis Sepúlveda, de profesión escritor, no consigue empleos fantasmas a sus novias ni acepta viajes a destinos más bien cutres y horteras. Quede entonces muy claro que “yo no soy ése”, y lo digo por escrito o cantando.