Sexo, mentiras y vídeos en Twitter

26 de septiembre de 2022 22:12 h

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Que a las mujeres les queda mucho por recorrer hasta alcanzar la igualdad en política podemos observarlo casi a diario. Resultó evidente cuando el vídeo privado en el que la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, bailaba —oh, cielos— con amigos, se convirtió en una polémica a nivel mundial.

La paridad no es igualdad. Aunque casi la mitad de los países del mundo han introducido algún tipo de cuota electoral para favorecer la presencia de mujeres, son escasos los países en los que existen leyes para garantizar la paridad de hombres y mujeres en las listas electorales. España es uno de ellos. La ausencia de mujeres del espacio político supone un fracaso conceptual y práctico de la democracia representativa. La paridad en las listas electorales es una herramienta para mejorar la calidad de nuestra democracia. Sin embargo, de la paridad en las listas electorales no deriva automáticamente la igualdad de las mujeres en política. La paridad en las listas electorales garantiza el derecho a la representación política de hombres y mujeres en igualdad en las listas electorales. Y ya. La igualdad efectiva significa la ausencia de discriminación y para alcanzarla en el ámbito político queda mucho camino por recorrer.

Quienes todavía critican las cuotas electorales o las listas paritarias son residuales; únicamente la ultraderecha se atreve a cuestionar esta herramienta. Es un debate que se ganó en la sociedad española y en el Tribunal Constitucional ante un recurso que puso el Partido Popular para eliminar esta medida. Sin embargo, resulta más extendido el discurso de que con la paridad en las listas electorales ya está alcanzada la igualdad en política. Que queda poco por hacer. Y es un grave error.

La paridad garantiza la participación de las mujeres, pero no el liderazgo político. Quince años después de la aprobación de la ley para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, que modificó la ley electoral para introducir la paridad, solo el 22% de las alcaldías y de las presidencias de comunidades autónomas tienen una mujer al frente. Hay más mujeres en política, pero el poder y los liderazgos se resisten. La paridad en las listas no garantiza a las mujeres la ausencia de discriminación en el ejercicio de los cargos públicos y tampoco en el trabajo orgánico dentro de los partidos políticos. La renuncia a tener hijos y las dificultades para atenderlos y educarlos es un obstáculo. Los procesos de toma de decisiones e influencia en los partidos políticos muchas veces se hacen en espacios informales para los que se necesita una gran cantidad de tiempo. El acoso, la burla y la crítica destructiva a la que las mujeres están expuestas por su ropa o por su talla resulta intimidatorio para quien lo sufre y disuasorio para el resto de las mujeres. De la polémica de Sanna Marin la única pregunta válida que me parecía útil era si el ejercicio de la política es compatible con la vida de las mujeres. La respuesta a la que llegué no me gustó. La desigualdad de las mujeres en política resulta tan evidente que no parece una gran aportación volverlo a señalar. Sin embargo, es tal el déficit democrático y tan cómoda la normalidad con la que nos hemos acostumbrado que resulta escandaloso.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, ha sido recientemente víctima de una campaña de difamación por unas declaraciones descontextualizadas sobre educación sexual. Apuesto a que la semana que viene habrá más porque el objetivo de quienes difunden esas informaciones no es criticar o confrontar las políticas públicas que impulsa Montero sino destruirla personalmente. Solo así se puede entender el uso de la mentira y no los argumentos. El debate sobre las políticas de igualdad que se produjo en aquella comisión de la que se extrajeron esas declaraciones descontextualizadas no tuvo ninguna trascendencia. En cambio, la mentira y la manipulación sí está teniendo gran repercusión y lamentablemente esto empieza a ser frecuente. Ningún grupo político, ni siquiera quienes han acusado de pedófila (sic) a Irene Montero tras la difusión de ese vídeo, ha hecho alusión en el transcurso de la comparecencia a algo parecido. Pero esa era la noticia. Lo más escandaloso del escándalo es que te acostumbras, en palabras de Beauvoir.

Algunas políticas de otras formaciones mostraron su apoyo a Irene Montero por esta manipulación y otras políticas utilizaron ese vídeo para atacarla. La solidaridad entre mujeres es la cuerda a la que todas en algún momento nos hemos agarrado fuerte. Cientos de mujeres, muchas de ellas líderes mundiales, mostraron su solidaridad con Sanna Marin ante los terribles ataques que recibió. La solidaridad entre mujeres es una estrategia de pura supervivencia, aunque como hemos visto no es infalible. Las mujeres hemos oído tantas veces que otras mujeres serán nuestras ‘mejores’ enemigas que desobedecer y tejer alianzas entre nosotras resulta subversivo. En política, buscar complicidades es una estrategia necesaria para ganar posiciones en una estructura que ha sido construida sin nosotras.

Pero la solidaridad entre mujeres no significa la ausencia de discrepancia entre ellas. En política, hombres y mujeres, participan del espacio público con una ideología, tienen agenda e intereses. Las mujeres no son idénticas, no son intercambiables, no piensan igual. Los lazos de solidaridad entre mujeres tejen un ‘nosotras’ que más allá de los desacuerdos y las diferencias es compartido: combatir la discriminación por ser mujeres, luchar contra la violencia machista o el compromiso por el derecho a la dignidad dibuja ese espacio compartido de solidaridad. Señalar el machismo y la violencia que sufren las mujeres en política, independientemente de la ideología de quien la sufra, siempre ha sido objeto del feminismo porque es lo justo. Ahora bien, no encuentro un razonamiento lógico para pensar por qué las mujeres deben mostrarse solidarias o alegrarse con los éxitos de otras mujeres que tienen como agenda arrebatar derechos. Meloni, Olona, Arrimadas. Una cosa es señalar la desigualdad y otra apoyar a cualquier mujer como si no tuviéramos criterio político.

La igualdad en política no es un tema más. Por un lado, es una cuestión que apela directamente a la calidad de nuestra democracia. Por otro, y aunque hombres y mujeres deberían sentirse interpelados por igual ante la injusticia, lo cierto es que cuestiones que afectan directamente a la vida de las mujeres como la violencia de género, la igualdad salarial o la conciliación se han politizado cuando las mujeres han llegado a las instituciones. Mujeres que han estado y están en política porque otras antes se partieron la cara por conseguir la paridad en las listas. Intentar destruir personalmente a cualquier mujer en política solo hace más difícil el camino a las que vendrán. Tiene que ser posible avanzar en igualdad en el espacio público con nuestros disensos ideológicos y nuestras diferencias estratégicas. Todas las mujeres en política deberían compartir al menos un objetivo: que su voz se escuche en igualdad y sin violencia.