“Cuando veo cuál ha sido el resultado práctico de nuestras antiguas luchas me pregunto si verdaderamente vale la pena hacer algo en la vida… cierto es que no hay otro país como el nuestro para el paso atrás y el paso al medievo”. Con esta amargura le escribía Clara Campoamor a María Telo en 1959 desde Lausanne. Las mujeres españolas le debemos el voto a Clara Campoamor y a María Telo le debemos la igualdad jurídica. La correspondencia entre ambas, accesible en el Archivo Histórico Nacional, podría ser de esos recursos a los que acudir de oficio para citar en los grandes discursos cuando hablamos de patria, memoria, país, democracia. Sin embargo, como casi todo aquello que tiene mujeres como protagonistas, parece caer en el olvido, en un lugar secundario de la historia de España.
Nuestra democracia, que tuvo padres de la Constitución, se construyó también sobre vergonzosos silencios y olvidos. Solo así se puede explicar que vinculemos a Campoamor con el feminismo pero no tanto con la democracia española. Solo con silencios podemos explicar lo desconocida que es la figura de María Telo. Solo con olvidos se puede explicar que desconozcamos que hubo una mujer que se entregó a la lucha por la igualdad jurídica y a la que le debemos que las mujeres españolas pudieran tener sin permiso de un varón una cuenta corriente en un banco, el carnet de conducir o el pasaporte.
Las democracias europeas se construyeron sobre la consideración de la mujer como menor de edad, como ciudadana de segunda, y esa idea pareció buena durante siglos. En Suiza hasta 1971, nada menos. Durante décadas hicieron falta mujeres fuertes, movilizadas, huelgas de hambre y hasta tirarse a los pies de los caballos de manera literal para conseguir el derecho al voto de las mujeres. Este viernes conmemoramos el 90º aniversario de aquella gesta política en la que Campoamor consiguió el voto para las mujeres y por ello fue, en sus propias palabras, “combatida con animosidad”.
Clara Campoamor escribió que se llegó a sentir odiada en el Parlamento español por defender el sufragio femenino. Me pregunto si, noventa años después, las mujeres parlamentarias siguen sintiendo odio por parte de la cámara cada vez que toman la palabra para defender lo obvio. Ayer el voto para las mujeres, hoy que no nos maten, que no nos violen, que nos dejen en paz decidir sobre nuestro cuerpo. Los derechos de las mujeres se convierten en cuestiones de sentido común para la generación siguiente pero nunca, ningún derecho de las mujeres, ha sido conquistado sin una feroz resistencia.
Sí, tenemos el voto desde 1931, pero es 2021 y las mujeres españolas queremos ya la igualdad en política. Y si la igualdad es la ausencia de discriminación, es más que evidente el camino que nos queda por recorrer. Tenemos las listas paritarias, pero solo un 22% de las alcaldías o el 13% de las diputaciones provinciales están presididas por mujeres. Somos la mitad del Parlamento, pero queremos subir a la tribuna sin que nos insulten, nos acosen o nos intimiden mientras hablamos. Sin que nos llamen bruja. Las mujeres nos queremos dedicar a la política sin tener que elegir entre la familia o la política. Ejercer la política en igualdad tiene que significar que las mujeres sean juzgadas por el desempeño de su tarea y no por sus relaciones afectivas o la ropa que llevan.
“Mi ley es la lucha”, escribió Campoamor. Gracias a ella y a todas las mujeres que nos precedieron en el movimiento feminista hoy podemos votar y ser elegidas. Ahora, la lucha tiene que ser por ejercer nuestros derechos políticos en igualdad y sin discriminación. Ojalá todas las mujeres españolas respondiendo a la carta de Campoamor a Telo: Sí, Clara, valió la pena.