O el coche, o la nevera o el suelo del balcón. Imaginemos que todos los materiales que nos rodean fueran concebidos y fabricados de manera que se pudieran reparar a sí mismos y nunca hubiera que sustituirlos. Eso nos permitiría eliminar la palabra residuo del diccionario y dar una zancada de gigante hacia la economía circular. Bien, pues eso ya es posible gracias a un descubrimiento sorprendente.
En 2014 la compañía IBM descubrió por casualidad un nuevo tipo de polímero termoestable, ligero, resistente, 100% reciclable y con capacidad de auto-repararse. Lo llamaron polihexahidrotriazina o PHT. El descubrimiento fue protagonizado por la investigadora Jeannette García, integrante del equipo de química computacional que trabajaba en el desarrollo de nuevos materiales.
En uno de los procesos observó que la solución de su frasco se había endurecido de forma repentina al olvidarse de añadir un reactivo a la mezcla. Al darse cuenta del error, García trató de moler de nuevo el compuesto solidificado en un mortero. Lo intentó cortar en cachitos, lo golpeó con un martillo, pero no había manera de deshacerlo. Ante su atónita mirada, cada vez que el material se quebraba volvía a recomponerse casi instantáneamente.
Como en tantas ocasiones, se acababa de producir un nuevo avance científico, un descubrimiento extraordinario, de manera fortuita. Tras ser consciente de la importancia de lo que había descubierto, la investigadora se centró en identificar y comprender el mecanismo que había causado tan insólita reacción para provocarla de manera inducida. Y lo consiguió.
Una vez desvelado el proceso, el equipo de laboratorio de IBM comprobó que el nuevo material se podía obtener con relativa facilidad y que mostraba infinidad de aplicaciones para atender todo tipo de demandas: desde la industria aeroespacial a la del transporte; desde los materiales de construcción a las telecomunicaciones.
De esa sorprendente manera nacieron los plásticos termoestables reciclables, un descubrimiento que el Foro Económico Mundial calificó de “tecnología revolucionaria”. Pero lo cierto es que de revolucionaria tenía poco pues estaba ahí, ante nuestras narices: en la cola de la lagartija, el brazo de la estrella de mar o la pata del pulpo entre muchos otros ejemplos de la naturaleza.
La auto-reparación es un proceso conocido que restaura una estructura dañada mediante la acción de compuestos que ya están presentes en ella misma. La analogía con la capacidad autocurativa o de reposición biológica de algunos animales no es gratuita, hasta el punto de que la denominación en inglés hace referencia a esa similitud: self-healing materials. De lo que se trata es de imitar el patrón natural recurriendo a materiales provistos de esa capacidad de memoria y reacción para la reparación.
Así, algunos materiales auto-reparables contienen cápsulas en su interior que al recibir un golpe liberan una sustancia adhesiva para favorecer la contención y reparación del daño. Otros poseen una estructura química que les permite recuperar su forma original tras verse deformados por un impacto. Existen incluso polímeros que después de una pequeña rotura vuelven a unir los fragmentos resultantes en presencia de luz o calor. Los avances en este campo no se detienen y son a cada cual más sorprendente.
Un ejemplo serían las nuevas pinturas y barnices auto-regenerables que son capaces de hacer frente al desgaste provocado por las inclemencias del ambiente renovándose periódicamente para mantener su aspecto. La Universidad Tecnológica de Delft, en Países Bajos, ha desarrollado un tipo de hormigón que incorpora unos receptáculos con bacterias y lactato de calcio que, al romperse, generan una reacción química capaz de auto-reparar una grieta.
Pantallas de teléfonos móviles que se regeneran tras agrietarse en nuestras propias manos, cables que se vuelven a unir tras romperse, cañerías que dejan de gotear al poco de empezar a hacerlo, abolladuras del coche que desaparecen, calzado que se auto-remienda… las aplicaciones son infinitas.
La pregunta que se estará haciendo el lector es: si eso es así, si disponemos de una tecnología que nos permitiría frenar el aumento de residuos y acabar con las malas prácticas empresariales, algunas tan irresponsables y perniciosas para el medio ambiente como la obsolescencia programada, ¿por qué no se extiende su uso?
La respuesta es que nuestro actual modelo económico, un modelo lineal y obsoleto basado en el usar y tirar que transita demasiado lento hacia la economía circular, no está preparado para asumirlo. Habrá que empujarlo.