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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Silencio en la Frontera Sur tras la muerte de Hayat

Hay como un silencio en la Frontera Sur desde la muerte de Hayat.

Como si toda esta semana hubiésemos retenido la respiración de forma colectiva.

Como si uno de los disparos que la alcanzó en el pecho, nos hubiese tocado a todas dejándonos sin poder respirar.

Hay un silencio tras los disparos que mataron a Hayat en medio del mar Mediterráneo. Dicen que le alcanzaron dos, el segundo en el vientre, ese espacio del cuerpo de las mujeres en el que se aloja el poder de dar la vida.

Vida, vida, vida, esa que nos roban en las fronteras.

Hayat vida, vida Hayat. Y es que por efecto de la puñetera providencia Hayat, el nombre de esa niña sobre la que dispararon, significa VIDA.

Estamos en silencio en la Frontera Sur, en parte por miedo, ese que nos hace conscientes de la violencia y la fuerza del enemigo que está dispuesto a propagar muerte.

Caminábamos durante todo este verano hacia el abismo y llegó en forma de disparos. Han ido sembrando un reguero de personas muertas y desaparecidas. Seguimos recordando a las tres embarcaciones que se desvanecieron en Alborán sin dejar rastro. Ciento cincuenta y una personas que como Hayat, nos dejaron un gran silencio tras sus gritos pidiendo auxilio.

Han construido un nuevo concepto del derecho a la vida para las personas que transitan por las fronteras. Un discurso racista que decide quién debe vivir y quién puede morir.

Golpes al derecho a la vida ejecutados por decisiones políticas que matan.

En estos años he oído hablar a los marinos de Salvamento a los que he conocido que el derecho a la vida en los mares era tan antiguo como el hecho de comenzar a surcarlos. Y que también era tan universal que nada importa de dónde vienes, a dónde vas, el por qué estás allí, ni quién eres.

Esto ha sido incorporado al derecho internacional consuetidinario y se reconoce la obligación de los estados de garantizar los servicios de búsqueda y de rescate.

Un derecho que de forma específica se dice debe ser protegido en tiempos de paz y en tiempos de guerra.

Pero parece que no en tiempos de movimiento, en tiempos de migraciones.

Durante mi procedimiento judicial el juez me preguntó, “¿sabe usted que cuándo llama para alertar de una patera que se hunde quienes están en ella son ilegales y están cometiendo un delito?”. Le contesté, “no sé qué documentación tienen, ni siquiera se cómo se llaman, lo que sé es que Marruecos y España tienen la obligación de poner todos los medios para rescatarlos y de coordinarse de forma eficaz para conseguirlo”.

Desde este verano se han dado pasos para todo lo contrario. Se ha reforzado la cooperación militar para el control migratorio sin acuerdos reales sobre la defensa del derecho a la vida. Miles de euros para material militar invertido en desplazamientos forzosos a las personas que se encuentran cerca de las fronteras españolas, y nada para salvar sus vidas.

Hemos visto a trabajadores de los servicios públicos de Salvamento Marítimo pedir refuerzos dentro de las embarcaciones. También hemos leído la necesidad de tener más manos para los aviones, y lo importante que es este medio y sus radares para localizar de forma efectiva a las personas que piden auxilio desde el mar.

Pero España y sus políticas han hecho caso omiso. Para limpiar su imagen han ofrecido una solución más barata y discriminatoria. Que las ONGs que ya se encargan de la acogida se encarguen también de su rescate.

Por un lado esto favorece ir dando pasos hacia la privatización del servicio público de Salvamento Marítimo. Y por otro nos muestra que hay dos derechos a la vida en el mar, y que el de las personas migrantes vale mucho menos, y no es del todo responsabilidad del estado.

Las personas en la Frontera Sur están hoy más amenazadas que nunca. Me parece haber vuelto a 2005, cuando gobernando los mismos, dispararon sobre Roger, Pepe, Cisse y tantos otros compañeros en las vallas de Ceuta y Melilla.

Así que, aunque nos quieran mostrar otra cosa, España va en la misma dirección que Italia, construyendo políticas racistas alrededor de lo más primario y fundamental que es la defensa del derecho a la vida. Si un yate lleno de europeos se hundiese en el Estrecho no será un mando militar el que se se encargue de coordinar el rescate, ni tendrá en sus manos decidir si están más arriba del paralelo del 35,50 para ir a salvarles.

Tampoco me creeré la lógica humanitarista que maquilla el racismo institucional hasta que un crucero lleno de americanos se hunda en Alborán y la responsabilidad de salvar sus vidas dependa de una ONG.

Porque todas las vidas importan y tienen que tener las mismas garantías para su salvaguarda, en tiempos de paz, de guerra y de migraciones.

Y hasta que recuperemos eso tengo la convicción de que fueron muchos los que han puesto el dedo en el gatillo del arma que reventó el pecho y el vientre de Hayat.