Lo que el simplismo esconde

27 de marzo de 2021 21:58 h

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La realidad es que los verdaderos problemas de nuestro tiempo no se pueden entender sin comprender que el totalitarismo se convirtió en la maldición del siglo porque intentó resolverlos

Perdonen que no me levante, reza el epitafio de Groucho. Perdónenme a mí, a mis 56 años, que no me inmute ni por un actor iletrado que se muda el vestuario ni por los malabarismos que pretenden sorprenderme con el vacío ni por cualquiera de las estupideces con las que nos entretienen para hacer como si todo siguiera igual, en un momento en el que ni siquiera estoy segura de cuánto tardará en estallar el siglo hasta resultar irreconocible. Espero que me pille ya en la orilla, arrumbada en la ribera, a ser posible encallada al margen del sufrimiento. Difícil.

El mundo ha alcanzado un nivel de complejidad que se nos escapa y justo ahora nos lo pretenden ofrecer en bandeja de la forma más simplista y absurda. No solo por malicia, o por manipularnos, que también, sino porque es seguro que nuestros gobernantes tampoco lo entienden, no son capaces, la frustración les trae a la orilla de lo pequeño, de lo simple, de lo absurdo, de lo inservible.

Es sangrante que nos mantengan vivos mientras nos enchufan al sufrimiento de una mujer, o a los ridículos movimientos para mantener el poder o para lograrlo de un ejército de personas, sin poso previo y sin huella futura, que tampoco entienden en realidad aquello a que nos enfrentamos. Iglesias, que aún conserva la capacidad de frustrarse, nos lo ha llorado: llegas al Gobierno y no mandas. Es que llegas al Gobierno, al de aquí o al de cualquier otro país, sobre todo europeo, y te enfrentas a las preguntas reales: quién sabe, quién decide, quién decide quién decide. La era está pariendo un corazón pero está helado y pertenece a un robot o a una tecnológica.

Mientras nos enfrentan con la nada —¡qué huero es enfrentarse al vacío!— pasamos por alto lo medular. Un navío de un tamaño inhumano —perfecto trasunto del tiempo que habitamos— ha encallado en el canal de Suez, tras un fenómeno adverso que incluía una tormenta de arena inusual y que ha llevado al monstruo a bloquear el paso entre las inmensas fábricas de Asia y los impacientes consumidores europeos. Sucede este insólito fenómeno mientras seguimos atrapados por la pandemia, que llegó de los remotos lugares de los que expropiamos a las especies con las que nunca debimos rozarnos. Todo es lo mismo y todo es cegado para evitar mirar hacia donde no se desea.

Hay que pedalear para mantenernos firmes en la fragilidad de este sistema artificial sin el que ya sentimos que no hay vida. No hay vida sin consumir, sin viajar, sin salir a los bares, sin tener dónde exhibir las ropas de baja calidad que lucimos como señuelo y que viajan en esos contenedores que cabalgan barcos monstruosos que ni siquiera lo parecen. Allí vienen, perfectamente estibados, las piezas de la fabricación “justo a tiempo” (just in time) que ha acabado con los estocajes, con la necesidad de mantener remanentes en los almacenes, con la de fabricar las mínimas cosas. En esos contenedores —de los que hay una tremenda escasez ahora— viajan las piezas de nuestros automóviles, los productos farmacéuticos, los repuestos sanitarios y médicos, las mercancías del comercio minorista. Ya nos dimos de bruces con ello en la primera ola de la pandemia, cuando no teníamos nada: ni mascarillas, ni EPI, ni guantes, ni nada que pudiera ser traído “justo a tiempo” para minimizar el capital retenido y maximizar los rendimientos de los accionistas.

El enorme navío tiene ya a la espera a más de cuatrocientos buques similares, en ambos sentidos, y a muchos petroleros que deben traer el suministro a Europa. Lo contamos como un chiste. Hacemos memes. En el mundo del comercio global existen hasta 14 cruces de caminos que pueden provocar problemas en caso de sufrir un fenómeno adverso. Ahora es el canal de Suez, pero dependemos del canal de Panamá, de los estrechos de Malaca y de Gibraltar, de los pasos del Bósforo y los Dardanelos, del estrecho de Ormuz o del de Bab el Mandeb en Etiopía, de las vías del Misisipi o de las inmensas líneas de ferrocarril rusas que desembocan en el Mar Negro. Cualquiera de ellos está amenazado por el calentamiento global y sus consecuencias de cambio climático y fenómenos adversos, por la obsolescencia tecnológica o por fenómenos de inseguridad geopolítica. Aun así, lo único que se nos ocurre es intentar abrir nuevas vías por el Ártico que pueden provocar mayores problemas en forma de meteorología violenta.

¿Ustedes creen que tenemos tiempo de hablar de Cantó o de Cantora, de Lozano, de no sé quién que se suma a una lista de unas elecciones que no hacían puñetera falta?

Comunismo o libertad, dicen los ignaros. Tienes que descojonarte. “La presente crisis de libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega o somete la libertad, sino que la explota. Se elimina la decisión libre en favor de la libre elección entre diferentes ofertas”, dice Byung-Chul Han. Comunismo o libertad es lo que se le ha ocurrido a cambio a un tipo llamado Miguel Ángel Rodríguez.

Luego tenemos a los cegados de la izquierda, que siguen planteando las cosas como en tiempos que volaron en la tormenta. Nos están expoliando los datos, las elecciones, la vida. No solo nos autoexplotamos sino que entregamos voluntariamente la riqueza que les permitirá dominarnos. En el Gobierno no mandas porque pronto mandarán los que dicen ser nuestros proveedores: quién sabe, quién decide, quién decide quién decide. No nosotros, no los que nos marcan la agenda, no los que aparentan que nos gobiernan. Nos ha tumbado los servicios del SEPE una potencia extranjera y no he oído ni la más mínima disquisición o debate sobre la gravedad del riesgo. Guárdennos del capitalismo de la vigilancia: “La expropiación de derechos humanos cruciales que perfectamente puede considerarse un golpe desde arriba: un derrocamiento de la soberanía del pueblo”, explica Zuboff. Somos felices dejándonos expropiar el alma y el futuro mientras que nos entretienen debatiéndonos entre un comunismo imposible y una libertad que ya no es sino un remedo, la libertad de devenir un ladrillo más en el muro.

Lo que el simplismo esconde es el oscuro futuro al que nos dirigimos. Aparentemente cómodo y lleno de artilugios brillantes que compraremos como los nativos americanos cogían las baratijas de los conquistadores. Lo que el simplismo esconde es la incapacidad no ya de nuestro país, sino incluso de toda la Unión Europea para entender, sostener y mantener su lugar en el mundo, exhausta como está nuestra alma que animó a la humanidad secularmente. Europa agoniza, no es capaz ni de vacunarnos, y nosotros agonizamos con ella pero lo hacemos llenos de artefactos y colores.

En ese portacontenedores encallado en un canal, en la pandemia, hay más verdad que en todo el discurso político de los últimos años. Así que no miren. Mejor sigan entretenidos. La realidad compleja e imparable nos va a arrollar igual. Gocen de la vida mientras todo se derrumba, salven las fiestas y los muebles y los trastos, hagan como los venecianos durante la peste negra.

El simplismo es la bomba que nos estallará más pronto que tarde, pero hablemos de Cantó.