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Desde hace unos días estaba pensando en lo difícil que puede ser la academia para la salud mental de las personas. Hago una tesis doctoral, así que estas cuestiones inevitablemente me atañen. Y justo la semana pasada se publicó en este diario un artículo muy interesante que da cuenta del abuso y explotación laboral que sufren los doctorandos que tienen becas, a manos de sus directores de tesis. Es una realidad lamentable y recurrente en la vida académica.

Cuando se habla de estudiantes de doctorado en España, se suele asociar a la idea de beca o de financiación. Sin embargo, hay otra realidad de la que muy poco se habla y es la de quienes hacen investigación con la precariedad a cuestas y de cómo la academia, aunque se beneficia de ello, poco facilita las condiciones de quienes tienen que hacerlo. No todas las personas que hacen un doctorado en España tienen una beca; les escribe una de ellas y como yo muchísimas más, que tampoco somos de familias adineradas que puedan pagar nuestros estudios. A muchas nos toca trabajar y hacer una tesis (y en mi caso mil peripecias económicas que no acabaría de contar ahora). Pero además, trabajar en lo que se pueda porque si no somos nacionales españolas nos vemos además limitadas por la documentación. 

Nadie puede pensar y producir intelectualmente sin tener aseguradas unas condiciones materiales mínimas, eso en teoría lo sabemos. Pero paradójicamente, para la academia es como si se pudiera separar una cosa de la otra. Conozco casos muy cercanos que cuando comentaron esto en sus facultades les respondían cosas como “para qué vienen aquí si no tienen dinero, no vengan”. O cuando solicitaban apoyo con cosas tan sencillas como un espacio de estudio -que debería ser lo mínimo que una Universidad le garantice a un estudiante de doctorado, al menos un espacio adecuado en la biblioteca-; respondían con negativas rotundas sugiriéndole que estudiara entonces en su casa, cuando quien lo solicitaba tenía que compartir casa con varias personas.

Hace unos días hablé sobre este tema en mi Instagram (soy más de esa red social que de Twitter), sobre lo hostil que podía llegar a ser la academia para la salud mental. Me llegaron varios testimonios de personas que en diversos países y áreas del conocimiento opinaban lo mismo y me contaban sus experiencias. Una de ellas me dijo que durante sus estudios de maestría tuvo una depresión por la dificultad que le generaba compatibilizar su situación económica con sus estudios, al punto que no tenía ni qué comer. Que siempre se había sentido culpable por no haber cumplido con las expectativas académicas. Tengo en mi círculo cercano personas que llevan años trabajando en cosas muy por debajo de su perfil profesional para poder pagar su doctorado. También personas que aún no superan el trauma de ansiedad y estrés (que les ha repercutido en su salud física también), que les dejó el tener que responder a los altos estándares académicos, a la vez que tenían que trabajar rindiendo como cualquier otra persona que no llevase una investigación.

Yo he tenido la inmensa fortuna de contar con un director que ha entendido todas mis condiciones económicas y emocionales, no habría podido seguir en este camino de no haber sido por su apoyo (gracias, Carlos). Pero esta no es la suerte de muchas/os. Hace unos meses escuché a una profesora hablar de un estudiante de doctorado al que le dirigía la tesis y que había tenido un episodio de depresión meses antes de defenderla y que ella le decía: “Pero ¿por qué te deprimes?, a buena hora vienes a salir con estas tonterías, acaba esa tesis ya”. Así como esa profesora hay un montón de gente que cree que uno elige una depresión y que uno es culpable por no ser lo suficientemente “fuerte”, como si la salud mental se tratara de eso.

Llegué a este recuerdo porque otro de los testimonios que me llegó por Instagram decía “Yo no funciono para la academia porque no puedo producir como ellos esperan”. Ella es una persona que vive con diagnóstico de salud mental y que es escritora, pero no pudo seguir la vida académica, porque nos guste o no, la academia es capacitista, le sirve solo un tipo de persona que encaje en la “normalidad” para poder producir en los números y tiempos que se exige. 

Además de esto hay una idea generalizada de que para avanzar en la academia hay que mostrar poder, visibilizar la jerarquía, esto que se materializa por ejemplo con comentarios displicentes, críticas ofensivas al trabajo de otros/as investigadores/as, que pueden llegar hasta la humillación pero que se amparan en el concepto de “rigor académico”. Hay varios casos que han trascendido públicamente y al ámbito del acoso laboral en España. Esto es una idea muy patriarcal, el someter mediante el uso del poder. Así que imaginen si además se trata de ejercer ese poder sobre las mujeres, pero además mujeres racializadas y migrantes en la academia, que para rematar investigan cuestiones de género (sí, también lo digo por experiencia). Pero esto no es un asunto de la academia española, sino de la academia en general. Así me lo ratificaban testimonios que me llegaron de América Latina y de Estados Unidos.

Y sí, seguro que ahora mismo les puede asaltar la idea de que esto sucede así en mucho otros ámbitos y que es un asunto del sistema. Pero resulta que la academia es el espacio por excelencia de reflexión y análisis y debería cuestionarse estas cosas y evitarlas a toda costa. ¿Qué tipo de academia se está construyendo en un lugar en donde las personas son seis veces más propensas a desarrollar afectaciones de salud mental en comparación con el resto de la población? o donde el 80% presenta altos niveles de agotamiento emocional, como es el caso de España. Pero además tendríamos que preguntarnos, ¿cómo se está conformando la academia? ¿Solo con quienes tienen el dinero para acceder a ella o la “suerte” de tener una beca y además de quienes encajan en el molde para ingresar, para seguir allí y no enfermar en el intento? 

La academia no debería ser un lugar donde se reproduzcan los sistemas de opresión. Un lugar para unos pocos, uno de privilegios y de enfermedad. No puede ser que quiera y pueda cuestionarlo todo, menos a sí misma.