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Lo de la sororidad

A veces, cuando una mujer escribe sobre otra mujer y no es para ensalzarla, suele encontrarse con que una lectora feminista apele a la sororidad de la autora para afearle el gesto.

No suelo escribir sobre mujeres si no es para defenderlas por un ataque machista puntual o continuado, sólo recuerdo dos veces que no ha sido así: una carta abierta a Cristina Pedroche cuando dijo que “ni machismo ni feminismo ni su puta madre” y otro el jueves, sobre el feminismo liberal y negacionista de la trata que defiende Amarna Miller.

Pero, ¿qué es la sororidad?

Marcela Lagarde la describió así: “Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer (...) Sumar y crear vínculos. Asumir que cada una es un eslabón de encuentro con muchas otras y así de manera sin fin. El mecanismo más eficaz para lograrlo es dilucidar en qué estamos de acuerdo y discrepar con el respeto que le exigimos al mundo para nuestro género”.

La sororidad por tanto, busca formar una red de mujeres que consiga hacer de paraguas contra los ataques del patriarcado, que nos ayude a empoderarnos y a liberarnos, así la entiendo yo, una red de cuidados para protegernos a nosotras mismas, sí, pero también a las demás, porque todas somos eslabones de la sororidad, como apuntaba Lagarder.

A veces, sin embargo, surge un conflicto cuando una mujer privilegiada (ya sea por su posición económica, por su enorme altavoz en TV, etc) ataca consciente o inconscientemente los pilares de dicha sororidad y del feminismo en sí.

Es lo que, en mi opinión, hizo en su día Pedroche o lo que Miller consigue al equiparar la explotación sexual a cualquier otro trabajo mientras niega la trata de mujeres. Y precisamente por sororidad opino sobre estos discuros, porque si no lo hiciera alegando “sororidad” para con Miller o Pedroche, estaría dejando de lado la sororidad con las más desfavorecidas de sus discursos, los eslabones olvidados: víctimas de la trata por el lado de Miller y adolescentes que siguen e imitan a Pedroche que rechazarán al feminismo que necesitan (además de al resto de mujeres que sufrimos las consecuencias de una sociedad que aún a día de hoy equipara feminismo a machismo).

Una sociedad como la nuestra no necesita más individualismo, necesita que el feminismo sea inclusivo para con todas. Dejemos el feminismo liberal y el “sálvese quien pueda” para la derecha, para Cifuentes y Aguirre, que se quejan del machismo cuando les toca pero forman parte de un partido político que quiere meterse en nuestros ovarios.

Cuestionar un discurso cuando viene de boca de otra mujer no es fácil, pero es necesario si es exclusivo y elitista, no es deseable tener que escribir sobre ellas ni un buen trago para quien lo haga, y sí, es detestable cómo el machirulado compra palomitas para vernos discutir, pero estas discusiones tienen que darse siempre que intente incluirse en el debate un feminismo que no nos tiene en consideración a todas. Y quedarse impasible ante mujeres que no tienen en cuenta a las más desprotegidas (que no acaba siendo más que un feminismo burgués y liberal) no es recurrir a la sororidad, al revés, estaríamos faltando a la sororidad con quienes más la necesitan.

De la misma forma que criticar a Esperanza Aguirre no es faltar a la sororidad (ya que la crítica es en base a su posición privilegiada como miembro de un gobierno que toma decisiones que nos afectan negativamente a todas) tampoco lo es cuestionar y escribir sobre otras mujeres privilegiadas que niegan el feminismo (Pedroche) o la trata o la interseccionalidad de las opresiones (Miller).

En resumen, cualquier discurso que no sea inclusivo con la liberación de todas las mujeres, un discurso adaptado para sus propias necesidades individuales, debe ser cuestionado desde el feminismo, ese feminismo que a veces olvidamos que no va no sólo de nosotras mismas, sino de todas.

No se trata de repartir carnés feministas (esta expresión hemos conseguido vaciarla ya de significado de tanto usarla sin análisis), se trata de ir más allá y reflexionar sobre qué se está diciendo, quién lo dice y desde qué posición, y entonces levantar la vista y observar a cuántas mujeres se está dejando atrás con dicho discurso.

Por mi parte, seguiré cuestionando siempre lo que autoproclame feminista si está basado en unas premisas que no nos incluyen a todas, vengan de quien vengan. No creo que hagamos ningún bien dando espacio a cualquier discurso si éste niega e invisibiliza a otras mujeres bajo el buenismo de la frase “hay que estar abierta al debate”. Por mi parte no estaré nunca abierta a un debate que sólo piensa en mujeres privilegiadas.

Y agradeceré enormemente que otra compañera me escriba a mí cuando mi discurso derive sin darme cuenta en el feminismo de sólo unas pocas, de las privilegiadas; al fin y al cabo yo como mujer blanca tengo privilegios que me pueden hacer pisar ese charco. De hecho, ya ha pasado, y me tocó agachar la cabeza y aceptar que me había equivocado. Los privilegios son invisibles para quien los tiene, pero siempre hay alguien que carece de ellos y puede recordártelos. Aceptar la crítica en estos casos es lo único que te queda si de verdad crees en un feminismo para todas.