Ya es oficial. Llevamos dos semanas de curso político, pero ya estamos en condiciones de confirmar que el gusto en la política española por los giros de guion inesperados, surrealistas o patéticos no solo no se ha mitigado, sino que se ha acelerado con la nueva temporada. Después de todo, ¿quién necesita estabilidad y previsibilidad tras la Gran Recesión, el procés, la repetición electoral, la pandemia o los años de ajuste y recuperación económica y social que nos esperan? ¿Qué otra cosa mejor pueden hacer nuestras instituciones para que la gran mayoría reafirme la fe en su utilidad y necesidad que producir barullo, ruido, inestabilidad e incertidumbre a diario? En este país donde siempre tenemos más genios de los que podemos soportar, tiene mucha lógica.
Ahí tienen sin ir más lejos los constantes plot twists de la trama de la ampliación del Prat. Primero la pactamos, después la despactamos, ahora me llevo los mil setecientos millones si no se acepta el pulpo como animal de compañía, después no hay nada que hacer, luego ya veremos qué queremos negociar. Solo alguien muy malpensando puede llegar a idear otro giro de guion donde, durante la semana previa a la primera reunión de la famosa mesa de diálogo, se crea un problema con la ampliación de aeropuerto que se va a desbloquear en una cita donde no había mucho más que ofrecer y, de paso, se vende al mundo otra lluvia de millones para quienes se portan bien. Solo alguien con tan poca visión como conexión con la realidad puede creer que la reivindicación de reconocimiento nacional que llenó de nuevo las calles de Catalunya en la primera Diada post pandemia se apaga con unos millones más y más toneladas de asfalto.
Tampoco se ha quedado corto en giros de guion la entrada en la agenda del preocupante asunto de la creciente homofobia, que cualquiera que tenga ojos y oídos en la cara puede apreciar. A la indignación inicial por una presunta agresión homófoba en pleno día y centro de Madrid siguió la irritación y el desconcierto al descubrirse que se trataba de una acusación falsa para cubrirse ante la pareja del denunciante. Es llamativo que la falsedad de una denuncia sirva para desacreditar los sucesos reales, los datos y las evidencias sobre el crecimiento de los casos de homofobia y delitos de odio, pero no sirva para desarmar con la misma contundencia las falacias de quienes, como Ortega Smith y Vox, se lanzaron a acusar a los migrantes ilegales de ser los autores de una agresión que acabó resultando un acto de sadomasoquismo.
Al menos, quienes visibilizan el miedo que vive mucha gente en la comunidad LGTBI ponen voz a una realidad cruel, empeorada por una denuncia falsa que ha facilitado el disfraz perfecto a los homófobos y sus memes. Los alegatos de la derecha extrema sobre la conexión entre inmigración y delincuencia han sido desmontados una y otra vez por la evidencia científica; por mucho que Espinosa de los Monteros trate de disfrazar su xenofobia con matemáticas de parvulito.
Aunque pocos plot twists tan repolludos como el protagonizado por Pablo Casado, Martínez Almeida y Díaz Ayuso; confirmando una vez más la ley no escrita que establece que, en el PP, cuanto más te aplauden, más en peligro estás. Cuando todo estaba preparado para la ascensión a los cielos del liderazgo popular madrileño de la triunfante presidenta de la Comunidad, con la oposición sumida en el desconcierto y la melancolía, va Casado y le lanza al alcalde de Madrid para animar la carrera y ver quién mea más largo. En palabras del internacional Julio Iglesias, me encanta España.