Uno de los argumentos esgrimidos en favor de la Renta Básica Universal es que los robots están quitando el trabajo a los obreros; que los trabajadores se van a quedar masivamente sin empleo y por tanto necesitan una RBU que les permita vivir, dignamente, sin trabajar. Se proyecta así una sociedad futura “ideal” en la que una oligarquía capitalista posee un enorme ejército de robots controlados por una minoría privilegiada de obreros especialistas, mientras la mayoría social puede sobrevivir sin trabajar gracias a la RBU. ¿Es eso lo que queremos?
Quizás el actual miedo a los robots esté alimentado por esa imagen antropomórfica que nos ha dado de ellos la ciencia ficción. “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, de Philip K. Dick, describía en 1968 el mundo futuro de 1992 en el que los robots androides han sustituido a los humanos en los trabajos productivos y serviles. En 1982 Rydley Scott adaptó la novela al cine con el nombre de “Blade Runner”, esta vez ubicada en 2019. Recientemente se ha estrenado una nueva versión: “Blade Runner 2049”. Parece que ese futuro, utópico o distópico, nos lo ponen siempre próximo, pero cada vez más lejos, como la zanahoria al mulo. La promesa del palo (los robots) y la zanahoria (la RBU) se mueven con nosotras.
La RBU es un proyecto de la derecha ideológica ultraliberal. La defendió hace más de cincuenta años Milton Friedman, el economista neoliberal cofundador de la sociedad Mont Pelerin. Está experimentando con ella la coalición de centro derecha que gobierna en Finlandia, una especie de PP y C’s bálticos. La RBU más avanzada y en funcionamiento es la que se está aplicando en Alaska, gobernada por republicanos del ala más extrema como Sarah Pallin, la del “tea party”. La ha defendido más recientemente Jamie Dillon, el CEO de J.P. Morgan, en la última reunión de Davos, justificándola como respuesta necesaria a la robotización. Con la excusa de los robots, tratan de sustituir las prestaciones del Estado del Bienestar por rentas monetarias que se puedan gastar en el “libre mercado”.
Nos están engañando. Las máquinas, incluidos los robots, no le quitan el trabajo, ni nada, a nadie. Al revés, nos proporcionan más tiempo libre ya que con menos horas de trabajo podemos producir igual o mayor cantidad de bienes y servicios. A comienzos del siglo XIX los luditas y otros movimientos espontáneos trataron de romper las máquinas por miedo a perder sus empleos. Después se perdió el miedo, los obreros que trabajaban con máquinas obtuvieron sueldos más altos con menos horas de trabajo y se alcanzó el pleno empleo a pesar del extraordinario crecimiento de la población británica. Es cierto que los tejedores artesanos del s. XIX tuvieron que cambiar su forma de trabajar. Es cierto que los empleados de almacén actuales que conducen carretillas torito para mover paquetes están siendo despedidos porque hay carretillas robotizadas que hacen más eficazmente su trabajo. Pero si no encuentran empleo alternativo en España no es por los robots. Ni los robots, ni los inmigrantes, ni quien mañana se presente en tu puesto dispuesto a trabajar por un euro menos la hora son los causantes del desempleo en nuestro país. Hay otra respuesta a los robots, a los avances tecnológicos que aumentan la productividad, que consiste en crear más empleos y mejor repartidos.
En España hay mucho trabajo por hacer. En España se necesitan muchos trabajadores. Los sistemas sanitario, educativo, de cuidados al medio ambiente o a dependientes, menores y ancianos, son muy deficientes y con insuficientes trabajadores que, además, suelen lidiar con jornadas laborales exhaustivas. Hay industrias nacientes que producen o usan energías limpias y sostenibles, nuevos tipos de máquinas y generadores, nuevos productos, nuevos servicios. Las necesidades humanas están en continua expansión. Los deseos de la humanidad son y serán siempre insaciables y para satisfacerlos y progresar hace y hará falta siempre mucho trabajo. Lo que falta no es trabajo, es empleo. El empleo requiere una combinación de trabajo y capital, es decir, trabajadores y máquinas. Y en España, los que pueden invertir en máquinas (empresas y Estado) no lo están haciendo.
De momento y a pesar de los grandes avances tecnológicos, nunca como hoy ha habido tantas personas empleadas en el mundo. Según el Informe 2016 de la Federación Internacional de Robótica (IFR) el país más robotizado del mundo es Corea del Sur que tiene 53 robots por cada mil empleados. La tasa de desempleo en Corea es del 3,6%. El segundo es Singapur con 40 robots por cada mil empleados. Su tasa de desempleo es del 2,2%. Los dos siguientes en robotización son Japón y Alemania con tasas de paro del 2,8% y del 3,7% respectivamente.
Estos datos demuestran que los robots no generan desempleo. Por el contrario, son las situaciones de pleno empleo las que impulsan la robotización. Los robots requieren fuertes inversiones que sólo se justifican para sustituir trabajadores escasos con salarios altos en sectores industriales avanzados. Los robots no son los enemigos de los desempleados sino al revés: el desempleo es enemigo de la robotización. La precariedad laboral permite ofrecer salarios de miseria que hacen innecesaria la sustitución de trabajo por capital y reducen la rentabilidad de las inversiones en robots.
Los diversos sistemas económicos son formas de organizar el trabajo en la sociedad: generan una estructura de empleos que son asignados y distribuidos, mejor o peor, entre la población. Participar en un puesto u otro de ese sistema de empleos remunerados es la forma que actualmente garantiza la inserción del individuo en la sociedad, la integración en la misma. El equipo de compañeras en el taller o en la oficina es un núcleo social tan necesario para nuestro equilibrio mental y nuestra felicidad como la familia. La persona desempleada está y se siente en cierto grado marginada de la sociedad, aunque dedique parte de su tiempo a otras actividades sociales. El ideal, en nuestra humilde opinión, es gozar de un empleo remunerado en el sistema económico que nos permita disponer del tiempo necesario para nuestra vida y nuestros proyectos privados, de un tiempo que, como hemos dicho en otra parte, no esté medido en dinero. Las máquinas, los robots, al aumentar la productividad del trabajo en los empleos remunerados, permiten reequilibrar los tiempos mercantilizados con los tiempos privados en nuestras vidas.
Imaginemos una sociedad en la que todos sus miembros recibieran una RBU. Los que no tuvieran empleo remunerado, los que sólo tuvieran la RBU, serían muy evidentemente los más pobres y tendrían plena consciencia de ello. ¿Qué efectos tiene la conciencia de ser los más pobres de la sociedad? Esa gente se sentiría pobre y marginal, sea cual sea el importe de la RBU. No puede haber una RBU “digna”. Los que se reconozcan a sí mismos como “los más pobres” se sentirán el escalón más bajo de la sociedad. Y esa percepción ya sabemos que conduce a comportamientos de riesgo: drogas, delincuencia, violencia. El sueño de “¡Que trabajen los robots!” sería una pesadilla.
Hay por tanto otra posible respuesta a los avances tecnológicos: la reducción de la jornada laboral y el adelanto en la edad de jubilación voluntaria; una política industrial que promueva las PYMEs tecnológicas innovadoras y las defienda de los tiburones; la promoción de las nuevas tecnologías limpias y sostenibles; la creación de más empleos en educación y salud, en cuidados a dependientes y al medio ambiente. El esfuerzo fiscal de una RBU tendría que hacerse a costa del Estado de Bienestar cuando lo que hace falta es justo lo contrario: fortalecerlo.
Escapar de la falsa dicotomía “robots vs. empleo” nos permite explorar una escala mayor de posibilidades. Podemos imaginar otra utopía en la que la productividad y los salarios aumenten, la jornada laboral disminuya y tengamos más tiempo para cuidar de nuestras hijas y nuestras madres, para tejer bufandas de lana o para participar en el teatro del barrio. En cualquier caso, siempre habrá personas que por razones de salud, de conflictos familiares o por las malas políticas públicas estén en riesgo de exclusión. Para éstas es necesario también diseñar un sistema de rentas básicas específicas.
En otro artículo hemos explicado que “renta básica” es cualquier renta que se conceda no como contrapartida de una contribución al sistema productivo sino la justificada en el derecho a una vida digna reconocido en la Declaración de los Derechos Humanos y en las constituciones de la mayoría de los países. En este sentido las rentas básicas pueden ser en parte monetarias (las llamadas rentas mínimas, o de inserción, o de garantía) y parte en especie, tales como bonos de acceso básico a vivienda, electricidad y agua; rentas básicas en especie son también el acceso gratuito universal a la sanidad y la educación, a un sistema de cuidados a dependientes, a un medio ambiente limpio. El proyecto de una RBU monetaria supone la desaparición de todos los demás tipos de rentas básicas monetarias (incluyendo las pensiones de jubilación, los subsidios de desempleo, las becas estudiantiles) y pone en peligro las rentas básicas en especie, es decir, las prestaciones del Estado de Bienestar.
Hay muchas necesidades y mucho trabajo por hacer. Se pueden crear empleos remunerados para todas. Se pueden garantizar rentas básicas. Los robots, como las demás máquinas y avances tecnológicos, solo vienen a facilitarnos el trabajo y a permitir que se satisfagan más necesidades. Es una falacia utilizar la robotización para justificar la Renta Básica Universal. La utopía de una sociedad en la que solo los robots trabajan es una distopía. El sueño de que una parte de la población sobreviva sin empleo es una pesadilla.