El genial y llorado humorista gráfico Ivá creó varios personajes que marcaron toda una época en el cómic satírico español. Sus viñetas fueron saltando de publicaciones míticas como Hermano Lobo o El Papus hasta terminar aterrizando en El Jueves. Fue aquí donde Makinavaja y sus hilarantes Historias de la puta mili le hicieron aún más popular.
No sé muy bien por qué, pero cuando la semana pasada escuché una peculiar intervención pública del presidente socialista de Aragón, no pude evitar pensar en el sargento Arensivia, el único personaje más o menos fijo en aquella puta mili ideada por Ivá. Escuchar a Javier Lambán pelotear a Susana Díaz, de forma sonrojante, con frases como: “Los dioses del socialismo la cubren con un manto más poderoso del que la cubrían hace un año”, me hizo visualizar al actual PSOE como si de aquella historieta satírica se tratara.
Por eso cuando Lambán aludió a que la presidenta de Andalucía estaba destinada a “parar, templar y mandar”, en mi mente Susana Díaz se convirtió en el soldado dibujado por Ivá, con una leyenda inscrita en su casco que en lugar de “nasío pa matá” rezaba “nasía pa mandar”.
Es indudable que la lideresa del socialismo andaluz nació política. Quienes la conocieron como poder emergente en las Juventudes del PSOE la recuerdan confiscando los móviles de quienes asistían a sus reuniones. Evitaba así que sus rivales pudieran filtrar información, coordinar estrategias o solicitar consejo a alguien del exterior. Su fama de killer se extendió muy pronto, desde Almería a Huelva, permitiéndole ascender puestos hasta lograr controlar el aparato.
Es indudable que más allá de su impecable trabajo de fontanería orgánica, Díaz también supo conectar con el electorado andaluz. En marzo de 2015 ganó las elecciones con el 35% de los votos y su valoración como presidenta superó siempre el aprobado, al menos hasta el momento en que lideró, desde la sombra, la operación con la que liquidó a Pedro Sánchez.
Este viernes, si no decide suspenderlo en el último momento, Susana realizará su primer gran acto como candidata a mandar en todo el PSOE. A su lado, en Jaén, estará José Luis Rodríguez Zapatero, uno de los muchos pesos pesados del partido que se ha rendido a los encantos políticos de la andaluza. En privado, el expresidente del Gobierno se deshace en elogios hacia ella, hasta elevarla a ese estado de semidivinidad en que la situó Lambán. Lo hacen también, con mayor o menor grado de pasión, Javier Fernández, Ximo Puig, García Page y el Parque Jurásico socialista al completo: desde Felipe González a José Luis Corcuera pasando por José Bono. Es posible que todos ellos hayan visto una luz que a algunos observadores, sin embargo, no nos ha iluminado; pero lo cierto es que los datos y los hechos hacen dudar, cuando menos, de que la apuesta sea acertada.
El perfil político de Susana Díaz recuerda mucho al de Rodríguez Ibarra o al de Bono o incluso al del popular José Antonio Monago. Sus discursos, estrategias y maneras funcionan bien en sus territorios pero chirrían en el resto de España. Pensar que, por mucha capa de marketing que le apliquen, Díaz va a seducir con su gracejo al electorado progresista catalán, madrileño, valenciano o vasco es poco menos que ciencia ficción.
Los resultados electorales demuestran que el socialismo andaluz tiene su principal apoyo en el voto rural mientras va perdiendo respaldo, elección tras elección, en las grandes ciudades. Es, por tanto, difícil de defender que su lideresa sea la persona idónea para arrebatar a Podemos la hegemonía del electorado progresista urbano. ¿De verdad alguien en el nuevo PSOE cree que Susana Díaz es la mejor opción para arañar votos en Barcelona, Santiago de Compostela, Zaragoza o Valencia?
A estas taras, llamémosles primarias, debemos sumar las provocadas por el golpe partidista contra Sánchez. Susana Díaz fue la principal artífice de una operación que tuvo dos consecuencias letales para su futuro político: liquidar a un secretario general elegido en primarias y permitir que el Partido Popular siguiera gobernando España. Tomando por tontos a sus votantes, Díaz ha intentado permanecer en la sombra y dejar que fueran otros los que se quemaran en su lugar; un dudoso honor que correspondió y todavía corresponde a todo un presidente de Asturias. Si Zapatero tardó medio año en hablar de “crisis”, Susana aún no ha mencionado la palabra “abstención”. La simple comparación entre ambos casos debería hacer reflexionar a la presidenta andaluza sobre la eficacia de su estrategia.
Los datos demoscópicos son aún más demoledores para la presunta candidata. Todas las encuestas la sitúan a la cola de las preferencias de unos simpatizantes socialistas que apuestan por Pedro Sánchez o por Patxi López antes que por ella. Casi igual de significativo es el espectro de electores entre los que Susana sí arrasa: los votantes del Partido Popular. La presidenta y sus fieles prefieren no darse por enterados. Confían en que algunos apoyos mediáticos, el paso del tiempo y las guerras internas en Podemos hagan revertir la situación. Por eso ningunean el malestar de quienes les votaron para impedir que gobernara el partido de los recortes y la corrupción; y por eso tratarán de secuestrar el voto de su militancia hasta que hayan logrado teledirigir el proceso de elección de candidato. Parece claro que el sargento Arensivia sigue dando órdenes en el campo de maniobras sin querer percatarse de que la puta mili dejó de ser obligatoria hace ya mucho tiempo.