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Opinión - Catalunya: una gran oportunidad. Por Joan Coscubiela

Testosterona

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Con un calor de los que hacen historia, al que ayudan a crecer políticos ínfimos, el mayor canje de presos entre Rusia y Occidente desde la Guerra Fría –que ha acabado con el cautiverio en Polonia del periodista Pablo González– o la gran guerra que azuzan dirigentes sin escrúpulos para crujir Oriente Medio a mayor loa del Israel de Netanyahu, el mundo se agita en este agosto nada tranquilo. Y aún faltaba uno de los nudos sin resolver que con más intensidad tira del eje para retroceder y volver a las noches negras de los prejuicios.

La testosterona se ha colado en los Juegos Olímpicos de París 2024. La boxeadora italiana Angela Carini rompió a llorar al ser vencida en apenas unos segundo por la argelina Imane Khelif. Desde ahí, se desató una feroz y amplísima campaña contra Khelif. Tiene demasiada fuerza y su aspecto físico no se ajusta por completo al canon femenino. Habrá de ser por tanto trans, se dicen, o, mejor aun, un hombre. ¡Un hombre que compite con una mujer!, como se han atrevido a decir quienes siempre meten sus patas hasta el corvejón.

Exactamente igual, Georgia Meloni censuraba la derrota de su compatriota en lucha con… un hombre, decía. Pero la crítica venía con trasfondo en Italia, que calentaba el abandono de Carini -con falsedades- y de paso servía a la ultraderecha y la transfobia en el mundo adelante.

A simple vista, sin embargo, la lucha no parecía tan desigual.

Imane Khelif participó en los Juegos Olímpicos de Japón en 2021 y fue derrotada en su combate contra otras boxeadoras. Es una mujer. Tiene hiperandrogenismo, que aumenta sus niveles de testosterona. Lo peor del bulo sobre su falsa masculinidad es que pone en peligro su vida en Argelia, un país muy parco también en derechos si se apartan de la norma siquiera en apariencia y hacia el que nos dirigen todos los políticos integristas como Ayuso o Meloni.

Los medios y las redes se han llenado, en horas, de “expertos” en cromosomas. Y de sospechas que acaban en nada. Navegado con dificultad entre bulos y diretes, se sabe que la Federación Internacional de Boxeo (IBA), que suspendió para el campeonato mundial (sin aportar los datos) a la argelina Imane Khelif, está casualmente inhabilitada por el COI “por irregularidades financieras y en el arbitraje de peleas”. Y ha sido sustituida por otro organismo del COI para evaluar en París, que no le ha puesto objeción alguna.

“Últimamente no hay Juegos Olímpicos sin escrutinio público sobre qué mujeres pueden o no competir en ellos”, escribía Marta Borraz en este soberbio y documentado artículo. Porque no es la primera vez, claro: los arquetipos están muy presentes en estas competiciones. Y a ellos se apuntan hasta mujeres, deportistas famosas, como Martina Navratrilova, entre otras.

Hay una lucha a todos los niveles de mujeres contra mujeres. Promovida por las que adquirieron –ya hace años– el carnet de oro del feminismo, por autoconcesión, y que también en España marcan un camino hacia atrás, como todo el que se estanca.

La testosterona, en primer plano en París. Asociada siempre a la fuerza. La testosterona es una hormona esteroidea sexual del grupo andrógeno que poseen múltiples animales. En los mamíferos, se produce en los testículos de los machos y en menor medida en los ovarios de las hembras. La hormona sexual predominante en la mujer es el estrógeno.

Niveles altos de testosterona sí tienen efectos virilizantes, pero no son la única fuente de la “mítica” fuerza masculina en la que se ha basado el machismo. El cuerpo humano es un complejo y maravilloso mecanismo que armoniza múltiples factores para ejercer sus funciones. La fuerza depende de procesos fisiológicos, bioquímicos, físicos, psicológicos…. De la temperatura, la edad, la alimentación, el género como uno más.

Toda la vida a vueltas con esa pretendida fuerza testosterónica, cuando la mayor en los seres humanos reside en el cerebro, que lo manda todo para que lo distribuya el corazón. Algo se paró temporalmente al llegar las máquinas y ver que un botón suplía el esfuerzo físico de docenas de humanos. Pero vamos hacia atrás a una velocidad supersónica.

En la bulosfera española ya gustan llamar “la juez” a la jueza y siempre en el mismo ámbito.

El paquete viene con el sello de las tradiciones que no se aparten de canon alguno. Son los mismos que distribuyen nuestros impuestos en prebendas para los ricos, no lo olviden. Los mismos que se meten en las camas a husmear las gónadas implicadas en el sexo. Se atribuye a la testosterona cambiar árboles por cemento pese a los datos de la ciencia y las protestas vecinales, pero serían estrógenos los que mutaron –y en la impunidad lo harán siempre que quieran– vidas por ladrillos. Se montan en el tópico y se echan a dormir.

Y así vamos llegando a que el primoroso CGPJ que se mercó el Gobierno con el PP repite y repite votaciones porque no admite la presidencia de una mujer para órganos de tan gran competencia. El problema de estas cosas es que no son aisladas sino que forman parte de una cadena.

Lo sucedido con Imane Khelif es una gran llamada de alerta. A ella le trae ya problemas –hasta psicológicos, podría ser, como a otras colegas–; en el plano general marca el brutal giro a la involución que se está forzando. Que se trata de un nudo gordiano atascado en la convivencia es un hecho. Solo mencionar el tema en las redes desata una verdadera plaga de ataques de agresividad desmedidos.

Igual hay que llegar a analizar glóbulos, creatinas, alimentos ingeridos, distribuir a los deportistas en cajas seriadas para competir en igualdad. Cuando el verdadero mito maravilloso del ser humano es su diversidad y su capacidad de afrontar los retos con lo que dispone. De superarse. Y que, problablemente, el podio más alto a alcanzar es la defensa de los derechos de todos.

Tres de agosto. Antes no pasaba casi nada en un país y un mundo parado. Fue el día en el que el emérito rey Juan Carlos se fue de España, en plena pandemia, cargado de más que presuntas culpas. Y ya ven cómo estamos. 

Dadas las circunstancias, y como es verano y hablamos de testosterona, les dejo –por si les apetece clickar– con un poema de un hombre, Premio Nobel de Literatura de 1977, Vicente Aleixandre. X, la red del odio, nos saludaba con él esta mañana poniendo luz. Y eso también existe.