La historia que hoy traigo ocurrió hace poco más de veinte años, cuando los dueños de las hambres participaron en la quedada del State of the World Forum. El lugar elegido para albergar a los poderosos fue un hotel de San Francisco, un edificio de lujo y campanillas que desplegó su alfombra roja para dar la bienvenida a Bill Gates, a los Bush, a los Gorbachov, a Ted Turner, a Margaret Thatcher y a toda la demás cuerda de personajes que poco o nada tienen que ver con la sencillez y el humanismo.
El motivo de la quedada no era otro que el de juntarse para velar armas ante la aparición de la Sociedad 20:80; toda una amenaza para los dueños del mundo cuando el 20% de la población fuese suficiente para sostener la economía del planeta. Según su ideal, al mundo le sobraba cada vez más gente y con un 20% trabajando hay más que de sobra para mantener el funcionamiento del eje del capitalismo. El problema iba a ser el 80% restante, es decir, los otros, los que no acumulan plusvalía y carecen de garantías para acumular crédito. Un porcentaje tan alto de marginación trae dificultades al sistema, pues, al vivir en tiempo de miseria, la frustración desarrollada en los márgenes genera conflicto de clases.
Es entonces cuando los dueños y dueñas de las hambres acuerdan que este 80% tiene que ser calmado con tittytainment, una combinación de “teta” y “entretenimiento”; pero no teta carnal y venérea, sino láctea, la misma que adormece al bebé y que, sumada al entretenimiento, desemboca en la infantilidad; la ilusión de que el mundo entero es virtual y cabe en una pantalla pinchada en un palo. De esta manera se puso en marcha la imbecilidad en la que estamos sumidos, infantilizando así a un mundo adulto que olvidó su niñez.
Si a la generación a la que pertenezco se la neutralizó con la heroína, la generación que ahora mismo podría emprender un proceso revolucionario está atontada con los cacharritos, haciéndose selfies y dispersa ante los silbidos del WhatsApp y otras zarandajas. De esta manera tan infantil, el 80% de la población mundial permite que los poderosos manejen las riendas de su miserable vida, lo que manifiesta que los poderosos, aunque sean pocos, están tan organizados que llegan a organizar las vidas ajenas. Porca miseria.