El PP sigue celebrando sus Convenciones como si nada hubiera pasado. Himnos épicos, grandes banderas en las pantallas y miles de dirigentes y militantes entregados. Una espectacular ceremonia que les permite olvidar por 48 horas el drama que vive el que fue el partido único del centro-derecha español. Como cuando se hundía el Titanic, la orquesta seguía tocando.
Apagados los focos, toca volver a la dura realidad de un partido que a duras penas mantiene el 20% de los votos en las encuestas asediado por el centro por Ciudadanos y por la derecha por Vox. Los encendidos discursos de Casado y de su reencontrado padre político, Aznar, llamaban a unir de nuevo todos los votos en el PP, pero de momento, los dos saben que el único objetivo que pueden plantearse es el de taponar el enorme agujero por el que siguen perdiendo a borbotones apoyos hacia la extrema derecha. Los votos que se fueron a Ciudadanos no van a volver y los que ya se fueron a Vox tampoco, al menos de momento.
Si la reunión de este fin de semana les sirve al menos para frenar la sangría hacia los de Abascal, ya habrá sido un éxito. Por eso le han dicho a los que se fueron a Vox que la etapa de Rajoy fue un accidente y que Casado es la continuidad de Aznar con 15 años que hay que borrar cuanto antes. A Rajoy solo lo llamaron para enterrar el marianismo, le aplauden mucho pero como en los funerales siempre se habla bien del finado.
Rajoy se lo toma con su flema gallega, pero por dentro lleva la herida. Les dice que está estupendamente, les avisa de los peligros de seguir a los sectarios y dogmáticos y se vuelve a su casa y al registro a ver la vida pasar. Es toda una paradoja que el ocaso del marianismo se produzca cuando los dos barones regionales más importantes del partido son de su cuerda. El gallego Feijóo hizo en la Convención el discurso que muchos esperaban que hiciera cuando renunció a las primarias el año pasado y da la impresión de que lo ha hecho demasiado tarde. El nuevo presidente andaluz todavía no ha bajado de la nube en la que vive desde la carambola del 2 de diciembre.
Por lo demás, la reunión no dejó más novedad que el eterno retorno de Aznar al que se le vio de nuevo en casa, satisfecho después de unos años en los que impulsó a Rivera solo para castigar a Rajoy pero haciéndole mucho daño a su partido. Su único gesto tenebroso se produjo precisamente cuando comprobó cómo la gente en la clausura le aplaudía más al ausente Rajoy que a él. Ahí volvió a asomar el Aznar de las Azores, de las mentiras, del 11M, del pelotazo, la burbuja inmobiliaria y de los fondos buitre favorecidos por su mujer desde la alcaldía de Madrid; el Aznar de los tiempos más oscuros.
Sea como sea, el PP de Casado ha decidido agarrarse a Aznar como a un clavo ardiendo, en un gesto a la desesperada para intentar salvar lo que se pueda del barco antes de que haya que subirse a los botes salvavidas.