Difama, que algo queda. Esa fue la estrategia, hoy sabemos que fallida, que tirios y troyanos siguieron contra Pablo Iglesias. Sobre su aspecto físico, sobre su trayectoria política, sobre su vida personal. Todo ha valido. Y algo habrá quedado, sin duda, pero lo cierto es que el “amado líder”, como con tanta inquina le han llamado tantas veces y desde tantos flancos, es la izquierda del 15M acariciando el gobierno de la nación española, la izquierda de los movimientos sociales consiguiendo el primer gobierno de coalición en la historia democrática española en el que haya ministros comunistas. Dentro de los gigantescos obstáculos para acceder a los espacios parlamentarios que conlleva esa difamación, dentro de las estrechas posibilidades de cambio que permite el sistema y dentro de las exiguas posibilidades de palpar beneficios reales que por definición supone el esfuerzo político, el objetivo se ha cumplido: que pueda llegar a gobernar, con sus diferencias, la España progresista y de izquierdas; que en ese gobierno esté la representación de esa ciudadanía maltratada e infravalorada que rompió su silencio en las plazas en 2011. Ese es, precisamente, el cometido de un líder. Que Iglesias lo es (le pese a quien le pese) lo demuestra el hecho de que está a punto de ser vicepresidente del gobierno, a fuerza de responsabilidad política y resiliencia personal. Podrás amarlo o no, pero es un líder.
Fracasada la estrategia de la difamación, en estos últimos días la táctica está siendo repetir como un mantra la palabra “tamayazo”, tratar (en una especie de platonismo aspiracional) que se haga real a fuerza de una machacona reiteración. Las ultra derechas y las ultra ultra derechas no aceptan derrotas políticas, así que se arrancan las caretas democráticas y despliegan, en el hemiciclo como en la taberna, sus modos matoniles y esas formas propias del señoritismo de cortijo. España, su cortijo; y los españoles, eternos Azarías. Cualquier método vale. A ver si hay algún desgraciado (ruegan para sus adentros) a quien no le duelan prendas (ellos piensan en ese castellano) pasar a la historia por querer salvar la patria gracias a la traición. Visualizan barones, en una suerte de aristocracia tan aspiracional como su platonismo, turolenses solitarios como llaneros y hasta irredentos indepes (abreviando casi con cariño). Están desesperados y rabiosos los ultras ultras, y eso significa, no lo olvidemos, que su oposición, si llega, será feroz. Habrá que combatirla con el sensato comportamiento, la elegancia dialéctica y las constructivas ideas del comunista Alberto Garzón, que deja a los presuntos aristócratas a la altura del betún.
En plena bronca de investidura, tuvo que recordarles el camarada Garzón que a lo que había que atender era a las medidas programáticas, pues con el ruido que hacían los ultras y los ultras ultras no se oían unas propuestas que buscan, dijo, aliviar el sufrimiento de las clases y las familias trabajadoras. Exquisito en su contundencia, Garzón acertó al recordar que es su economía –la economía neoliberal- la que está destruyendo la democracia en Europa, pues la xenofobia, el racismo, el machismo y el odio son las consecuencias directas de la frustración social. Y como del conflicto se alimentan las ultra derechas y las ultra ultra derechas que en el Congreso hoy patalean, quieren obstaculizar la oportunidad de que las cosas no se estropeen más. Apeló Garzón a anhelos y esperanzas, sin olvidar los retos a los que se enfrentan los socios de este inminente gobierno de coalición. El primero de los retos será saber mantener, en la diferencia, la alianza de los propios socios. No es fácil, pero la ocasión lo merece: por fin trabajando juntos socialistas y comunistas, cuya eterna enemistad ha ralentizado tan tristemente los avances progresistas en este país.
Las cosas no salen a la primera, dijo Iglesias. Puede aplicarse a casi todo lo que estamos viviendo en las izquierdas con representación parlamentaria. La responsabilidad es mayúscula: se sella con la ciudadanía y los movimientos sociales el compromiso de reconstruir los derechos, las libertades, los recursos y la justicia que les han sido burlados y robados. Bien es cierto que ha sido gracias a la connivencia del bipartidismo con los poderes económicos y financieros, pero por ello mismo era histórico y había una carga de emoción al escuchar a un inminente vicepresidente del gobierno nombrar al 15M, a las mareas, a los pensionistas. Solo faltaron los otros animales, mencionar su gran sufrimiento, denunciar el infierno al que les condenan no solo la ultra derecha y las ultra ultra derechas, también los socios que defienden la tortura, también los compañeros que los ignoran, también los camaradas que los desprecian. Y la España que los representa, la España de otra cultura, también vota, también cuenta, también exige, también espera.
Mientras las izquierdas españolas contienen la respiración acariciando el poder del gobierno, a las ultra derechas y las ultra ultra derechas se las llevan los demonios. Pero no nos lamentemos por esas formas desde sus escaños. Son bastantes, pero es positivo tenerlos identificados y que su discurso esté tan desatado que les haga cavar su propia tumba. Durante demasiado tiempo han conseguido infiltrase en la democracia desde el partido fake que es el PP. Esos modales son el precio estético que tenemos que pagar, pero compensa si se trata de defender la imperfecta democracia frente a su perfecta barbarie y de empujar la historia más allá de su oscuridad. Que se tomen una tila quienes quieren a los españoles eternos Azarías.