La trampa de los dos salarios

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Mi madre insiste en que el problema es mío: si no me da la vida, es que no me organizo bien. Pero se equivoca.

Hace unos años, dos economistas estudiaban las bancarrotas en Norteamérica cuando descubrieron una cosa sorprendente. En Estados Unidos existe, desde hace mucho tiempo, algo parecido a nuestra “ley de segunda oportunidad”. De manera que es habitual que las personas entren en concurso de acreedores si se ven ahogadas por las deudas. Como si fueran una empresa, los americanos pueden declararse en quiebra para que les condonen las deudas y tener la oportunidad de volver a empezar. En el año 2023 lo hicieron casi medio millón de personas y la cifra sigue subiendo cada año.

Existe, además, un registro de estos concursos de acreedores, de manera que Elisabeth y Amelia Warren podían estudiar qué tipo de gente acababa en estas circunstancias con mayor frecuencia. Con los datos en la mano, descubrieron que el mejor indicador adelantado para saber si una persona iba a entrar o no en concurso de acreedores era… ¡si tenía hijos!. Las parejas con hijos tenían el doble de probabilidad de acabar en bancarrota que las parejas sin hijos. Las mujeres divorciadas tenían 3 veces más probabilidad que sus amigas sin pareja y sin hijos.

El fenómeno se repite en todos los países. también en España. Los datos demuestran que el riesgo de pobreza y la maternidad van de la mano.

Lo que se preguntaron Amelia y Elisabeth Warren, que rara vez ocupa espacio en los titulares, fue ¿por qué? ¿Por qué parece que las familias con hijos están en apuros? ¿Por qué tener hijos envía a las familias de clase media al riesgo de exclusión?

Investigando descubrieron otra cosa todavía más sorprendente y contraintuitiva: la mayoría de las familias que quiebran tenían dos salarios, ambos progenitores estaban empleados.

No tenía ningún sentido. Uno diría que ingresar dos salarios en el hogar hace a una familia más segura, no menos. Cuando, a lo largo de los últimos 50 años, se incorporaron las mujeres al mercado laboral, se supone que las familias mejoraron sustancialmente sus condiciones de vida.

Pero este razonamiento ignora un hecho crucial y es que cuando en las familias solo trabajaba una persona fuera del hogar, las mujeres, que eran quienes se quedaban en casa, hacían una cantidad ingente de trabajos que también costaban dinero. Cuidaban de los hijos, educaban, cocinaban, hacían y arreglaban la ropa, compraban y cuidaban de las personas mayores y de los enfermos, entre muchas otras cosas. Además, cuando hacía falta un extra de dinero en el hogar, se incorporaban temporalmente al mercado laboral para sacar unos ingresos. No solo trabajaban en el hogar, funcionaban también como un amortiguador de los eventuales contratiempos: como un seguro económico.

Con la incorporación de las mujeres al empleo, todos estos trabajos pasaron a pagarse en el mercado y las familias se quedaron sin seguro. Con la exigua excepción de la educación 3-6, ninguna de las tareas que hacían las mujeres en el hogar se ha sustituido con servicios públicos. Hoy, las familias pagan en el mercado la atención a niños y mayores, las clases particulares, los campamentos de verano, la ropa, la comida preparada y un larguísimo etcétera. No solo esto, es que trabajar también cuesta dinero: en transporte, en indumentaria o en formación.

Y luego está, por supuesto, el gran elefante en la habitación del siglo XXI: mientras en 1987 las familias dedicaban el 18% de un solo salario a pagar la vivienda, hoy dedican el 40%, de dos salarios. Si lo medimos en términos de esfuerzo en lugar de dinero, resulta que en 1987 las familias dedicaban el 9% del esfuerzo total de la familia (el 18% del salario de un progenitor) a pagar la casa, mientras hoy dedican el 40%.

O dicho de otra manera todavía más simple: la práctica totalidad de los beneficios de la incorporación de las mujeres al mercado laboral se va por el sumidero del disparatado coste de la vivienda.

Esta es la trampa de los dos salarios. Aunque en apariencia ingresamos más dinero, a las familias actuales no nos salen las cuentas porque ya no tenemos en el hogar los recursos que aportaban las mujeres hace 50 años. Mientras tanto, la organización de la vida y todos los servicios públicos siguen diseñados para aquella sociedad en la que las mujeres se quedaban en casa: por eso las vacaciones escolares duran 3 meses en el verano y 20 días en Navidad y en los hospitales hay que ir a diario a dar de comer a los enfermos.

Bajo el relato idílico de la emancipación de las mujeres a través del trabajo, las familias se han acabado viendo obligadas a realizar mucho más esfuerzo para llegar al mismo sitio. Hoy las familias donde trabajan los dos progenitores necesitan cada euro que entra en casa para llegar a fin de mes.

Las Warren lo llamaron “La trampa de los dos salarios” porque en inglés debe ser que “el timo de la estampita” no existe. Pero sería mucho más ajustado a la realidad: nos dieron un sobre lleno de “billetes” que resultaron ser papel mojado. De manera que no es que las mujeres trabajemos una doble jornada, es mucho peor.

Por eso todas las mujeres de mi generación -y, cada vez más, los hombres- tenemos la sensación de que lo hacemos todo mal y de que no nos da la vida. Por eso tenemos los millennials esa percepción de escasez tan cruda que luego nunca refleja la macroeconomía. Estamos haciendo el doble y el triple de esfuerzo para llegar más o menos al mismo sitio al que llegaron nuestros padres.

Más aún. Esta trampa de los dos salarios es una de las fuentes de infelicidad más perniciosas, porque está atando al hogar a muchísimas personas que desearían separarse, pero temen caer en la exclusión en un mundo en el que es imposible sobrevivir con una única nómina.

Y una renta de crianza de 200 euros al mes es lo mínimo que podemos hacer por reequilibrar esta situación. Como ha propuesto Daniel Fuentes, esta renta se podría financiar con un impuesto de sucesiones que funcionara como una herencia universal, retornando la riqueza a la infancia.

Y sería un primer paso porque, en realidad, la tarea es repensar todo el sistema del estado del bienestar para adaptarse a esta nueva (y ya no tan nueva) situación. Pero el movimiento se demuestra andando. Caminemos.

La trampa de los dos salarios es un libro de Elisabeth y Amelia Warren que, por alguna triste razón, no está publicado en español. A ver si nos lee algún editor y se anima.