A mí me parece bien que la derecha salga a la calle a manifestarse porque no le gusta lo que hace la izquierda cuando gobierna. Me proporciona una enorme sensación de estabilidad democrática y me transmite el reconfortante convencimiento de que todo está, más o menos, donde debiera estar.
Cierto es que podrían ahorrarse las banderas con el aguilucho por la caspa que sueltan, poniéndolo todo perdido; o dar cobijo a los antivacunas, en vez de decirles que se callen y den las gracias a los que les hemos salvado del COVID vacunándonos; o esa fijación casi infantil con quien sea presidente del Gobierno, que acaba convirtiendo la manifestación en un remake delirante de la escena de quemar a la bruja en Los Caballeros de la Tabla Cuadrada de los Monty Python.
Además, conviene ser justos y reconocer que, al menos esta temporada, amén de esa reconfortante sensación de normalidad democrática, la tradicional manifestación de la derecha extrema protestando fundamentalmente porque no gobiernan ellos y gobiernan los otros ha traído excitantes novedades.
La primera y más llamativa es que, al menos esta vez, no se quiere romper España, destrozar la Constitución y entregarse a los enemigos de la patria por pura maldad, o por pura corrupción, o por puro odio a España, o porque alguien en provincias tiene un astuto plan para acabar con España del cual la izquierda es cómplice.
Esta vez, según los propios organizadores de la marcha, todos los que no somos ni pensamos como ellos y por lo tanto somos traidores, corruptos o cómplices, tenemos un plan…. Y no cualquier cosa. Nada menos que “un plan oculto de mutación constitucional”; poca broma. No es un invento de la propaganda sanchista. Lo confirmaron los convocantes en el manifiesto oficial. No sé a ustedes, pero a mí, que soy una persona de orden, saber que hay un plan me tranquiliza mucho y me da seguridad y confianza en el futuro.
La segunda novedad es que nadie que tenga verdaderas aspiraciones de gobernar en algo después de mayo, en las municipales o autonómicas, o después de cuando sean las elecciones generales, estaba ayer en Cibeles. Ni siquiera Isabel Díaz Ayuso, una de las mentes preclaras que hace tiempo ya nos viene advirtiendo del plan oculto de mutación constitucional.
Que tanta gente distinguida tuviera tantas cosas que hacer el sábado y sólo gente con mucho tiempo libre, como Rosa Díez o Inés Arrimadas, o pocas ganas de trabajar como las diputadas y diputados de Vox, estuvieran con ánimo de ir a Cibeles, únicamente puede tener una lectura. Además de manifestarse contra el Gobierno de los otros, una parte de los manifestantes lo hacían contra los suyos propios. Es su manera de resistirse a estar deslizándose lenta pero inexorablemente hacia la irrelevancia. La siguiente etapa en este viaje a ninguna parte de la extrema derecha española ya tiene trazado, únicamente falta poner la fecha: se llama moción de censura.