El final de la primavera marca el arranque de la temporada veraniega de tormentas. Sube la temperatura, y cuando menos te lo esperas, un cielo tranquilo se cubre de nubes negras, estallan truenos y rayos, cae granizo y sálvese quien pueda. Y así todo el verano, con el susto en el cuerpo. ¿Meteorología? Qué va. Estoy hablando de economía. De la española, que en los últimos años se enciende cuando llegan estas fechas y nos aboca a un verano tormentoso. Hagamos memoria:
Año 2010: la primavera parecía tranquila, hasta que en el mes de mayo se desataron las primeras tormentas. Ataques de los mercados a los países del sur, Grecia pide el rescate, Zapatero da un giro a su política, las agencias de calificación van quitando peldaños y la prima supera por primera vez los 200 puntos. La temporada eléctrica nos dejó los primeros recortes sociales y una reforma laboral.
Año 2011: la temporada de tormentas se adelanta a abril, con los problemas de Portugal, que acaba rescatada. En mayo regresan los malvados mercados, que no nos darán tregua en todo el verano, llevando la prima a los 400 puntos. La temporada eléctrica concluye con la reforma constitucional pactada entre PSOE y PP.
Año 2012: aunque tras la victoria del PP se nos prometía una temporada de lluvias moderadas, en mayo estalló el vendaval de Bankia, y ya fue un no parar que subió la prima hasta más de 600 puntos ese verano, y que nos dejó un rescate bancario.
Y llegamos a este 2013. No hace ni dos semanas que Rajoy y sus ministros sacaban pecho: lo peor había pasado, habían salvado a España de un rescate mayor, la confianza regresaba y, aunque ellos mismos empeoraban las previsiones, en adelante todo iría mejor. Hoy esos mismos optimistas deben de estar buscando las botas de agua, chubasqueros y pararrayos, porque en el horizonte empieza a asomar otro verano eléctrico.
Tras los rumores de los últimos días sobre una posible ampliación del rescate bancario, y la alarma lanzada desde la prensa británica sobre la solvencia de España, todo parece indicar que en los próximos días subirá la temperatura y aparecerán nubarrones.
La semana que viene nos visita la Troika, que no se cree que los bancos estén tan sanos como dice De Guindos, y tampoco se fía de que el gobierno haya cumplido su parte del acuerdo, ni que ese invento del banco malo vaya por buen camino. Todos sospechan que los bancos están ocultando mucho crédito dudoso para el que exigirán nuevas provisiones, que obligarían a nuevas ayudas públicas, y la ampliación del rescate.
Una semana después de la visita de la Troika, el 29 de mayo, oiremos las recomendaciones de Bruselas, que tampoco está muy contenta con la marcha de las reformas. Por aquí tocan madera para que no nos abran un expediente por desequilibrios excesivos, y dan por descontado que nos pondrán nuevos deberes, que incluirían otra vuelta de tuerca en pensiones y mercado laboral.
A partir de ahí, el verano puede seguir calentándose por toda Europa: un posible rescate a otro pequeño país (Eslovenia), las malas previsiones para otros grandes (Francia, Holanda), y los problemas en general de la banca europea que no se han resuelto por muchas ayudas, rescates y dinero barato que le hayamos dado.
Yo ya me estoy preparando para otro verano de sobresaltos como los anteriores, con gritos de “los mercados atacan a España”, la prima disparada, Rajoy escondido, la prensa internacional señalándonos otra vez, y más de un rayo que nos puede alcanzar.
En definitiva, otra temporada de tormentas. Pero vuelvo al principio: no hablo de meteorología, sino de economía. Es decir, política. Si nos golpea otra tempestad este verano, tengamos claro que no se trata de un fenómeno natural incontrolable, no vale resignarse y abrir el paraguas. Si todo eso ocurre es porque hay gobernantes que quieren que ocurra, o cuando menos no hacen nada por impedirlo, y prefieren esperar a ver si escampa.