El gran comunista libertario inglés William Morris escribía en los compases finales de lo que había sido una vida marcada por la fecundidad creativa de saberes artesanos y revolucionarios que “la mejor forma de prolongar el resto de nuestros días, viejo amigo, es terminar nuestras viejas cosas”. Y algo hay de eso en la última obra póstuma de Josep Fontana Capitalismo y democracia 1756-1848, escrita en los días que la enfermedad le acortaba su vida. En ella hay una vuelta a sus orígenes, a los primeros pasos que dio como historiador con la publicación en 1971 de La quiebra de la monarquía absoluta (1814 -1820), donde pretendía explicar el paso del antiguo régimen al nacimiento del capitalismo en España. Pero no es un retorno sin más. El hijo de la casta de Clío, como le gustaba llamar a los historiadores a Marc Bloch, vuelve al inicio de su camino después de un larguísimo viaje de conocimiento y reflexión.
En una obra suya publicada en 2006 y que extrañamente para mí pasó relativamente desapercibida, De en medio del tiempo, se refería precisamente a su trabajo primigenio como un trabajo inconcluso y a la necesidad de volver a él ya que “con el tiempo fui aprendiendo que no existía un único e inevitable camino del pasado al presente, sino una multiplicidad de posibilidades (…) y entendí, por consiguiente, que lo que había estado estudiando no era la crisis y hundimiento de un régimen, sino el proceso por el cual unos protagonistas sociales crearon un determinado régimen nuevo, imponiendo una entre las diversas formas en que era posible construir el futuro y evitando que alguien pasara por los corredores que conducían a otras historias”. Y ello es precisamente lo que cierra y abre su último libro “por el corredor que no tomamos, hacia la puerta que no abrimos”.
La carga de Capitalismo y democracia es de profundidad. Sitúa el nacimiento del capitalismo no ya como el producto natural del desarrollo de nuevas fuerzas productivas y relaciones de producción en la crisis del feudalismo, ni siquiera como resultado de la acción de una burguesía que, como nueva clase social ascendente, habría derribado el viejo régimen, sino como una reacción. Una reacción protagonizada por esta misma burguesía y los terratenientes al crecimiento económico producido básicamente por los campesinos y los trabajadores de oficio. Esta tomó la forma concreta de un gran expolio que se perpetró contra los bienes comunes, hacedores no de un retraso que impedía el crecimiento, sino protagonistas de ese mismo crecimiento.
En la base de esta tesis, en el substrato de su reflexión, parece haber en este sentido un diálogo continuado con Marx, especialmente con el joven Marx, y el extraordinario historiador británico E.P. Thompson, que son los autores más directamente citados en este libro. En sus páginas reaparece así el Marx que reflexiona desde la Gaceta Renana en 1842 sobre los “robos” de leña, convertidos en tales por unas nuevas leyes de la propiedad que mutaban lo que antes era un bien común en propiedad capitalista. Este es un momento fundamental no sólo del nacimiento del capitalismo, sino del paso del viejo topo, como solía llamarse al propio Marx, del idealismo al materialismo.
Resuena también en toda esta descripción de la génesis capitalista Los orígenes de la Ley Negra del historiador británico, una obra aún hoy fundamental para entender cómo se expropió en los orígenes del capitalismo los derechos de las clases populares para convertirlos en crímenes. Pero en este diálogo va mucho más allá de lo que fueron ellos en la descripción de los propios orígenes del capitalismo y de los sujetos sociales que primero resistieron a su implantación para poner las bases de la alternativa al mismo después. Aquellos sujetos que, según Thompson, había que rescatar de “la enorme prepotencia de la posteridad”. Estos no son para Fontana ninguna suerte de proletariado industrial “maduro” (si es que nunca existió una clase obrera “madura” en lo que nunca ha sido una realidad estabilizada ni una identidad cosificada, por mucho que se insista en ello) sino los artesanos, campesinos, pequeños tenderos o trabajadores de oficio que Fontana va haciendo reaparecer en cada nuevo intento revolucionario desde los inicios del capitalismo hasta 1848. Es en ellos que apunta a la posibilidad una historia alternativa, una historia de lo que pudo ser a lo que aún podría ser, antes de la imposición del capitalismo. Una alternativa basada en el crecimiento económico equitativo bajo la hegemonía de los Consejos Campesinos y las sociedades de oficio. Posibilidad que no muere con la implantación del capitalismo, sino que constituye durante el siglo XIX su principal alternativa en los albores del nacimiento del comunismo, las tradiciones libertarias o el socialismo.
En este marco, es interesante la reflexión que introduce sobre los efectos perduradores de la Revolución Francesa. De hecho, para Fontana el principal legado de esa revolución –a la que Michelet se dirigía afirmando “Llama ¿cómo debiste ser, cuando tus cenizas queman todavía?”– no fue ser una revolución burguesa inexistente, sino la supresión de los derechos señoriales a la vez que se preservaban los comunales y se procedía a un reparto de la propiedad entre los campesinos que poco tenía que ver con las desamortizaciones posteriores europeas. Lo cual explicaría como uno de los países más poblados del continente, Francia, tuvo una relación inversa de crecimiento de la esperanza de vida y de la talla de sus habitantes en relación al resto de Europa, donde decrecieron con la extensión del capitalismo, y no vivió fenómenos migratorios masivos en las crisis de subsistencia que sí afectaron a Gran Bretaña, Irlanda, Alemania o a Italia.
Pero con todo esto en realidad no decimos nada de este libro. Esta es una historia del capitalismo y es una historia de las alternativas al mismo. Una historia de las posibilidades de los luditas de instaurar una república democrática en Gran Bretaña en 1812 o de las luchas por la democracia y el socialismo, luchas que no eran sino una y la misma, en las barricadas de la primavera de los pueblos de 1848. La historia de todo ello y de la construcción de un modelo. Un modelo de sociedad y un modelo de Estado, el de la sociedad capitalista y el del Estado liberal, en un recorrido que puede ir de una minuciosa explicación de lo que se cocía en el Congreso de Viena de 1815 entre las grandes potencias europeas, hasta la mirada global con la que nos hace viajar por Asia y África o los vastos territorios de América. Así, son extraordinarias las páginas dedicadas a la importancia de la suerte de la moneda africana, los cauris formados por conchas, y su expropiación para entender la ruina de las economías africanas ante el gran engaño capitalista. Como lo son también aquellas que nos hablan de la relación entre capitalismo y esclavismo, que no era una “rémora” del pasado que el capitalismo abolió, sino precisamente producto de su pretendida “modernidad” terminado a partir de las luchas que se libró contra ella.
Esta es la historia, en definitiva, de una relación que se ha querido secuencial y que en realidad era y es profundamente contradictoria. La historia del capitalismo, el Estado liberal y la democracia que no son varias caras de la misma moneda como demasiadas veces han contado los apologetas del orden establecido. Pero es también una historia de cómo desde las cenizas de los sucesivos impulsos revolucionarios, la burguesía triunfó al implementar un modelo de control de los trabajadores europeos a partir de la formación de un tipo de Estado específico pactando con el viejo orden. El reverso del esclavismo y de la explotación de las poblaciones no europeas sería este sentido para Fontana el estado de control y sumisión al que se quiso condenar a los trabajadores del viejo continente. Desde la construcción de un nuevo tipo de Estado se redefinieron así las leyes de la propiedad, para proclamar justo después que éste nunca más debía intervenir en el mercado “libre” que él mismo había creado.
Para Fontana, la máxima expresión de la hegemonía de esta burguesía se produjo cuando consiguió convencer a sus propios adversarios de que ella misma constituye una fuerza revolucionaria de progreso. Y es por ello que, en su legado final, Josep Fontana nos invita a desvelar “cómo empezó este engaño”, que es como subtitula Capitalismo y democracia. En sus últimos días dedicó las horas que le quedaban a enseñarnos el pasado de nuevo, en lo que no es una historia con voluntad académica, como aclara él mismo en las primeras páginas de su libro, sino la historia como “análisis del pasado y proyecto social”, siguiendo los pasos que nos dibujó en su libro de 1981 Historia. Análisis del pasado y proyecto social. En su final volvió a los orígenes y así nos invitó de nuevo a cruzar el corredor que no tomamos, la puerta que no abrimos.