Esta noche se juega la final de la Copa del Rey entre dos equipos vascos, el Athletic de Bilbao y la Real Sociedad de San Sebastián, una final inédita. Una copa real, del Rey de España, en la que intervienen los dos equipos vascos más destacados. Ambas aficiones desean llevarse la copa. La copa del rey Felipe VI, el máximo representante del Estado español. Una dirigente de la coalición independentista vasca EH Bildu decía hace pocos días entrevistada en un diario: “Siempre he sido de la Real, apuesto por un 3-2 a favor”, para que la Real Sociedad se lleve la Copa del Rey. Del rey Felipe VI, que es quien entregará el trofeo en el partido que se celebra hoy en el estadio de La Cartuja de Sevilla. El fútbol se parece a la política, hace extraños compañeros de cama.
Hace muchos años el diario ABC, entonces dirigido por Luis María Ansón, con motivo de un partido de la Liga en el Bernabéu entre el Real Madrid y el Athletic, incidió en una curiosa contradicción. Un domingo, en portada, a toda plana, con una foto del delantero del Athletic Julen Guerrero en posición de remate, el diario titulaba: “El Real Madrid se enfrenta hoy al único equipo español de la Liga”. Iba con retranca. Eran tiempos de terrorismo, días de humo y dolor. Y, seguramente, Ansón quiso hacer hincapié en esa contradicción de un País Vasco sumergido en la violencia terrorista y el universo particular de un equipo como el Athletic de Bilbao con su afición metida de lleno en la Liga Española de Fútbol y un equipo vasco hasta la médula, mientras Real Madrid o Barça ejercían de selecciones internacionales.
A lo que no hacía mención el diario madrileño en aquella ocasión es a otro hecho curioso, el de que la Liga Española de Fútbol fuera impulsada por un abogado vizcaíno, de Getxo, José María Acha Larrea.
Pero el ABC de Ansón obvió un pequeño detalle que hubiera dado al traste con el llamativo titular. En el “equipo español” jugaba a la sazón un francés, muy vasco, de ocho apellidos vascos, pero francés de la France. Era este, Bixente Lizarazu, compañero de Zidane en el Girondins de Burdeos y miembro de la selección francesa. Lizarazu, por cierto, fue extorsionado por ETA. De hecho, el Athletic, que tiene esa filosofía de contratar jugadores vascos, de ahí el carácter épico que le da su afición, ha ido aumentando el perímetro para nuevos contratos.
Incluso ha contado con jugadores llegados de fuera del territorio vasco, varios de La Rioja, y casos paradigmáticos como Ernesto Valverde, primero jugador y luego entrenador, nacido en Viandar de la Vera (Cáceres). La familia de Valverde, conocido como txingurri, hormiga en euskera, se trasladó a Vitoria, y de ahí que comenzara su vida deportiva en el Alavés. Pero, como dicen en Bilbao, los bilbaínos nacen donde quieren. Una buena parte de ellos en el Hospital de Cruces, el de referencia en la zona, que no está en Bilbao, sino en Barakaldo, y vete tú a decirle a un bilbaíno que ha nacido en Barakaldo. Hasta ahí podíamos llegar.
Pero sin lugar a dudas, el caso más llamativo de esta apertura del perímetro lo tenemos en Iñaki Williams. Iñaki, al que en enero de 2020 le agredieron con insultos racistas –Iñaki es negro– en un partido que el Athletic jugó en el campo del Español en Barcelona. Nació en Bilbao, pero poco tiempo después sus padres se fueron a Sesma, en Navarra, donde su padre encontró trabajo. Por esa razón Williams comenzó su carrera futbolística en Navarra pero, como a otros muchos navarros, el equipo vizcaíno terminó contratándolo.
Dicen en Bilbao que el Athletic tiene mucha garra, garra de león. La que tiene garra de verdad es la madre de Williams, que junto con su marido emigró con lo puesto de Ghana, llegó a Melilla y saltó la valla embarazada de Iñaki. Para que luego unos energúmenos que han visto de refilón la valla de Melilla en los telediarios te llamen mono. Iñaki, por cierto, es euskaldun de verdad, que es el término utilizado para quien habla euskera.
Lo de Williams tiene su aquel, porque uno de los programas de fútbol más seguidos, El Chiringuito, denunciaba hace poco que el jugador del Athletic utilizaba el euskera como táctica para que el rival no les entendiera en el campo. Vamos, que Williams hacía lo mismo que Douglas MacArthur en el desembarco de Guadalcanal en plena II Guerra Mundial, utilizar el idioma vasco como clave secreta. Esta noche en Sevilla esa táctica no le servirá porque en el rival hay unos cuantos que le entenderán.
El caso es que ese equipo se enfrenta a la Real Sociedad, que tiene también un jugador negro en sus filas, pero en este caso sueco y que también sufrió en 2019 insultos racistas con motivo de un partido de la selección sueca en Rumanía. A la vuelta y en su primer partido en Anoeta, los aficionados realistas le aplaudieron como muestra de apoyo. En la Real Sociedad hace tiempo que decidieron contar con refuerzos externos, más allá del perímetro, y hoy hay un sueco, un belga o un francés. Pero también bastantes navarros, igual que en el Athletic. Y, curiosamente, el Athletic cuenta en su plantilla con cinco guipuzcoanos, algunos de ellos fundamentales en la escuadra bilbaína como Balenziaga, Berchinche o Unai López.
Athletic y Real son los equipos de la liga española que más jugadores tienen de su propia cantera, quince cada uno. Con un presupuesto similar, algo más elevado el del Athletic, pero en ambos casos siete veces menor que el presupuesto de los grandes Barça y Real Madrid, ninguno de los cuales ha accedido a esta final.
Los dos equipos vascos han vivido tiempos de pelea y de amistad, pasa en las mejores familias. En la capital donostiarra se quejan de que los del Athletic se quieren llevar a las promesas guipuzcoanas, y en Bilbao tienen claro que ellos son el equipo vasco por excelencia y que por eso necesitan lanzar el anzuelo en aguas guipuzcoanas, de donde sacaron a figuras como Iribar, Andoni Zubizarreta, Irureta o Aduriz. Pero la pelea no deja de ser fraternal y, con ocasión de los derbis entre ambos equipos, ambas aficiones se mezclan en la previa, en un jolgorio que muestra la parte más noble del deporte y del ser humano.
En esta final hay un gran perdedor, la ciudad de Sevilla. El estadio de La Cartuja, donde se va a jugar el partido, tiene capacidad para 60.000 espectadores. Este partido tenía que haberse jugado en abril del año pasado, pero la pandemia obligó a retrasarlo. Finalmente se juega hoy porque ya no puede retrasarse más, y se hace sin público. En Sevilla esperaban a miles de vascos que llenarían hoteles, bares y restaurantes. Una inyección económica. Pero no ha podido ser. Otra vez será.
Esta vez el jolgorio queda eliminado. La pandemia obliga a jugar el partido en un silencio sepulcral, sin público. En los últimos años, la presencia de un equipo catalán o vasco en esa final de copa provocó una pitada en el momento en el que sonaba por los altavoces el himno español, con la presencia en el palco del propio rey. Otra sorprendente contradicción: queremos la Copa del Rey, pero pitamos al rey. Hay explicaciones para todo: el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, decía que “no es un gesto demasiado educado pero también demuestra un estado de opinión. Cuando vas a un campo y te pita tanta gente, algo pasa”.
Un intento de solución para esta revolución sonora fue el de aumentar los decibelios del himno que salía por los altavoces, para así contrarrestar los pitidos de los aficionados. El resultado, un pandemonium.
La final de copa de hoy tiene una clara ventaja para el rey Felipe VI. La falta de público va a permitir que esta vez se rompa la tradición de los últimos años. No habrá público y, en consecuencia, no habrá pitada. Y tampoco habrá esa batalla entre los decibelios de los altavoces y los pitos de algunos aficionados. Felipe VI podrá asistir en paz y tranquilidad a su copa.