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Usted no vive en democracia

Cristina Fallarás

I

El presidente llamado Mariano Rajoy se sitúa ante la cámara, extrae un papelito y se dispone a comunicar, aunque este verbo no casa con su carácter, a la población española que, “por supuesto” el partido que gobierna España, el suyo propio, el PP, no quiere subir los impuestos, es más, detesta subir los impuestos, lo considera del todo indeseable. Quizás en los escasos segundos que van desde que mira su chuleta hasta que arranca a hablar recuerda el momento exacto de aquel mitin del que salió triunfante en el que gritó “Nosotros no subiremos los impuestos, el Partido Popular no subirá los impuestos”. Y también quizás se acuerde del instante en el que se comunicó al núcleo duro del partido, no él mismo, sino el lumbrera de turno, que la no subida de impuestos iba a ser uno de los pilares de su victoria, y que desde aquel momento debía constar en todos los mensajes de euforia preelectoral.

Algunos meses después, ahí, situado ante la cámara, realiza un gesto que podría parecer un tic nervioso seguido de un carraspeo, pero que en realidad es su método íntimo para sacudirse un recuerdo molesto, como los adúlteros tienden a cerrar demasiado las piernas, a lavarse en exceso. Y entonces enuncia, agarrado a un papel, que no quieren subir los impuestos, que por ellos no lo harían, que qué más quisieran ellos que ahorrarse dicha medida… pero que actúan obligados. Eso dice, “Actuamos obligados”. “Obligados” es un adjetivo al que la población española, que apenas presta ya atención a su presidente, ha acabado por acostumbrarse.

II

Unas horas antes de ese último “Obligados”, el ciudadano X, votante del PP en las últimas elecciones, oye distraídamente el boletín informativo de las 7 de la mañana mientras se afeita. El locutor principal de su emisora, informa con energía que el Gobierno de España ha decidido “dar un giro” en su “política” ante Europa y reclamar a la UE que suavice las medidas de austeridad y las exigencias respecto al déficit. Para hacérselo saber, el presidente llamado Mariano Rajoy ha aprovechado su comparecencia pública junto a otro mandatario de un país del sur, da igual de qué sur.

Al cabo de unas horas –las horas y los mensajes son circulares en esta época, se muerden la cola—, dentro de un Audi que empieza a sentir viejo, ese mismo ciudadano X oirá en el boletín informativo del mediodía de su cadena la respuesta de un vicepresidente europeo de turno al presidente español. El tipo arrancará felicitando efusivamente al Gobierno de España, y por ende a toda la población, “por el esfuerzo realizado en los últimos meses” –quizás utilice el término sacrificio— algo que el locutor de su emisora celebrará con una voz abierta y sonriente. Acto seguido, ambos, locutor y ciudadano X, podrán oír el corte de voz en el que el vicepresidente europeo de Loquesea añadirá que “sin embargo” los recortes aún no son suficientes, y que será necesario subir algo más los impuestos, y quizás sería conveniente también reducir algo el subsidio de desempleo y su tiempo de duración, e incluso retocar las pensiones.

III

Si cualquiera de nuestros protagonistas anteriores –presidente Rajoy, lumbrera del PP, vicepresidente europeo de Loquesea, locutor o ciudadano X— quisiera, podría encontrar con solo un clic todas y cada una de las medidas que las gentes que ahora dicen gobernar España juraron aplicar si resultaban elegidos.

Y resultaron elegidos. Finalmente, la mayoría de la población española les votó.

Y ellos, gracias a ese sencillo mecanismo que llamamos democracia, asumieron el gobierno de un país y la gestión de sus bienes.

Sin embargo, e inmediatamente después de hacerlo, dejaron de ejercer tal gobierno y lo delegaron en terceras personas, entes borrosos ligados a lo que llamamos mercado, Unión Europea, economía global. Con ese gesto, traicionaron a todos aquellos –una mayoría absoluta— que les votaron para que los representaran, gracias a un programa que nunca cumplieron ni cumplirán. Al resto de la población, a quienes ni siquiera les votaron, sencillamente han optado por considerarlos un engorro a sofocar. Con las armas que sea.

IV

Quizás un día, aquellos que gobiernan este país, España, y a los que nadie aquí ha elegido, decidan que sus representantes, o sea lacayos, o sea el Gobierno de Mariano Rajoy, ya no les sirve, y que la crisis es tan grave que necesita medidas de urgencia. Seguramente utilizarán la palabra “excepción” o “excepcional”. Y quizás entonces opten por poner ellos mismos directamente un equipo con un presidente a la cabeza –recuerdo Italia—. Un equipo que ya en nada estará emparentado con aquello a lo que llamábamos democracia.

Y nosotros no podremos decir nada, no atinaremos a encontrar cómo quejarnos, después de llevar soportando durante tanto tiempo sus decisiones y medidas. En el fondo, nos dirán, es lo mismo que hasta ahora, solo que sin intermediarios. Y en el fondo, en ese mismo fondo pútrido, tendrán razón.

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