En los medios periodísticos madrileños -en los profesionales, no en los mercenarios- se ha instalado la idea de que en la escena política no va a haber sobresaltos. De que tras la enorme incertidumbre de las pasadas semanas, Mariano Rajoy ha recuperado mal que bien el control de la situación y ha ganado unos cuantos meses antes de que su partido tenga que afrontar unas elecciones generales. La idea se resume en una frase que se repite. La que dice que “no va a pasar nada”. Lo malo es que cada día pasan muchas cosas y algunas de ellas son gravísimas. Y que calificar el momento presente como de “estabilidad política” es un error de bulto.
La impresión que transmiten los colegas coincide con los mensajes que tratan de hacer colar algunos líderes políticos. Con Rajoy y los suyos a la cabeza, claro está, pero con los socialistas siguiéndoles muy de cerca. Lo que Pedro Sánchez declaró hace unos días –“el PP no está tan mal, se le subestima, igual que al PSOE”- aparte de dejar perplejos a unos cuantos, responde claramente a esa intención de desmentir que la situación está al borde del abismo, que por mucho ruido que haya la política no se va a salir de madre y cumplirá los calendarios previstos.
También Ciudadanos ha bajado el pistón. Tras la dimisión de Cristina Cifuentes, que exigía sin concesiones, el partido de Albert Rivera ha moderado significativamente sus críticas al PP, ha parado su ofensiva. Se diría que tanto el PSOE como C's quieren ahora tiempo. El primero para conseguir fraguar algún mensaje mínimamente incisivo con el que afrontar las futuras citas electorales, el otro para seguir avanzando por su camino de erosionar al PP…. y también al Partido Socialista, en la línea de lo que viene haciendo, al parecer como no poco éxito, según dicen las encuestas.
La decisión del PNV de no apoyar las enmiendas a la totalidad del presupuesto para 2018 es el gran argumento que sostiene la idea de que el proceso político ha frenado su marcha hacia el desastre. Y quienes creen que eso es lo que ha ocurrido pronostican que Rajoy seguirá cuando menos un año más en el poder. Hasta las elecciones municipales y regionales de mayo de 2019. Y seguramente poco más, añaden. Porque el PP no podrá aprobar un nuevo presupuesto y tendrá que adelantar las generales.
Es un escenario plausible. Pero no es menos cierto que se puede venir abajo a poco que falle alguna de las bases que lo sustentan. Y en la actual coyuntura política hay al menos cuatro elementos que pueden arruinar todo el diseño en función de la deriva que emprendan. Y nadie, por muchas ganas que tenga de que la situación no se vaya de las manos, puede pronosticar con seguridad qué es lo que va a ocurrir en cada uno de ellos. La lista es la siguiente: la posición del PNV, la crisis catalana, la peripecia interna del PP y la dinámica de movilización social, ahora protagonizada por la protesta feminista y la de los jueces, sin que se pueda descartar del todo que los pensionistas vuelvan a la carga.
Se da por hecho que el PNV va a apoyar los presupuestos a finales de este mes. Es posible. Los nacionalistas vascos no quieren un adelanto electoral porque temen que Ciudadanos se haga con el gobierno y derogue lo que Urkullu y los suyos han obtenido gracias a la debilidad de Rajoy. Aunque habría que ver si Albert Rivera cumplirá sus amenazas –entre ellas la de eliminar el concierto económico- cuando esté instalado en La Moncloa, es comprensible que los nacionalistas quieran alejar cuando más puedan en el tiempo ese riesgo y mientras tanto obtener nuevas concesiones por parte del PP.
Da la impresión de que su electorado comprendería esa actitud. En la conciencia de la mayoría de sus ciudadanos, y también en la práctica política general, Euskadi es ya un país independiente de hecho y allí las relaciones con el poder político español se ven como las que se tienen con una potencia extranjera. Si se le saca algo a favor, bienvenido sea.
Pero hay un problema. El de que el PNV se ha comprometido formalmente a no apoyar los presupuestos mientras el artículo 155 siga en vigor en Cataluña. Y nada indica que vaya a romper ese compromiso por muchos beneficios que ello podría traerle. La trayectoria del PNV desde hace unas cuantas décadas lo hace impensable. Por tanto, Rajoy podría aún quedarse sin presupuestos y verse obligado a adelantar las elecciones.
Catalunya lleva un tiempo alejada del foco político y de los medios españoles. Sobre todo porque la querella interna del independentismo no aporta ninguna luz nueva y porque lo que vaya a ocurrir depende de esos partidos, que ganaron las elecciones de hace seis meses y volverían a ganar unas nuevas si éstas tuvieran que convocarse. El gobierno central carece de iniciativa alguna al respecto. Y hasta su decisión de dejar el asunto en manos de los tribunales está haciendo aguas en estos momentos. Porque el enfrentamiento entre Rajoy y Montoro y el juez Llarena en torno a si hubo o no delito de malversación sólo puede terminar con la victoria de una de las partes.
Dejando entre paréntesis que detrás de ese enfrentamiento puede estar la solución del problema a corto plazo –no se puede descartar que haya sido el PNV el que lo ha provocado exigiendo un gesto al gobierno para propiciar la supresión del 155-, el bloqueo de la situación catalana radica en la cuestión de los dirigentes independentistas presos y exiliados. En los medios españoles se habla poco de ello, pero analistas catalanes de prestigio subrayan que la demanda de su libertad es compartida más allá del mundo independentista, hasta por más del 60 por ciento de la ciudadanía. Sería por tanto una condición sine qua non “para que no pasara nada”.
Rajoy no tendría reparos en echarse para atrás en ese punto. Lo ha hecho sin rubor alguno en el asunto de las pensiones y lo ha amagado con su negación de que el Govern malversara fondos públicos el 1-0. Su límite en estos momentos es la situación interna en el PP. Sólo hay indicios y fuertes rumores al respecto, pero la percepción es que las cosas deben estar bastante mal. Como en todos los partidos que caen irremisiblemente en los sondeos, o que sufren catástrofes tan grandes como la de Madrid, dentro del PP debe de estar produciéndose una guerra abierta de atribución de responsabilidades, de búsqueda de culpables de que las cosas se hayan puesto tan mal.
No se puede pronosticar en qué va a terminar todo eso. En cuanta capacidad de control interno tiene aún Rajoy y cuánto pueda ésta irse deteriorando a medida de que la derrota electoral se acerque. Pero sí puede atisbarse que en esas condiciones el líder del PP tiene cada vez menos margen de maniobra para tomar iniciativas importantes, particularmente en lo que se refiere a Catalunya. Entre otras cosas, porque Ciudadanos está ahí, esperando con la guadaña a que su rival cometa el mínimo desliz en esa materia.
Y, por último, las movilizaciones. Más allá de que entre los jueces y las feministas vayan a acabar con el ministro Rafael Catalá, y de que esa institución haya entrado en una crisis gravísima, parece innegable que, por primera vez en mucho tiempo, la protesta popular ha adquirido carta de naturaleza como actor de la escena política. Y nada indica que vaya a dejar de serlo. Rajoy tiene ahí una nueva dificultad para seguir tirando. Y no es pequeña.
Como remate se podría hablar de la economía. Que puede que dentro de unos meses no vaya tan bien como dice el gobierno y la realidad confirma en unos cuantos extremos. Pero sería especular demasiado. Aunque leyendo lo que dicen algunos de los gurús de la prensa económica extranjera y no pocas instituciones importantes, el panorama económico internacional se puede oscurecer en no mucho tiempo.