El golpe ha sido demoledor. Un flagrante atentado contra los derechos humanos como lo fuera en su día detener a Augusto Pinochet en las vísperas de su cumpleaños, como valientemente denunció su hijo con los ojos inundados de lágrimas. La noticia se confirmó justo en el fin de año, cuando sólo debiera ocuparnos la capital cuestión del vestido de Cristina Pedroche; confirmando una vez más que, en España, la era del destape aún no ha terminado. Será durante los mismísimos días de los Reyes Magos que el gobierno rojosatánico saldrá adelante. Sólo nos faltaba esto después de aquella cabalgata que nunca le perdonaremos a Manuela Carmena.
El “comando de los verdaderos españoles” creía tener atrapado sin salida por fin al taimado Pedro Sánchez con el asunto de Bolivia; una trifulca de vecinos que resultó ser, en realidad, una compleja trama de narcotráfico y asesorías que involucra al Chapo, al Papa, a Nicolás Maduro, a ETA y a Pablo Escobar, que no lo mató la DEA, sino que vivía camuflado de chófer de matrimonio Montero-Iglesias. El insobornable Eduardo Inda, el Robin de ese Batman de la verdad que es el comisario Villarejo, había asestado el golpe definitivo al felón desvelando las identidades de las cuatro máquinas de matar entrenadas en la Guardia Civil y enviados por el gobierno Sánchez para no dejar testigos. Era cuestión de tiempo que los “poderes del Estado” hicieran su parte.
Pero el mal no descansa. Nunca deja en paz a España entre el silencio cobarde de los verdaderos socialistas, igual de cómplices que aquellos alemanes que fingían no ver el horror nazi, como oportunamente ha recordado otra verdadera española: Rosa Díez. El rojosatanismo se ha aliado con el independentismo mientras los verdaderos españoles andaban distraídos con el puto vestido de Pedroche. Habrá gobierno y Pedro Sánchez será presidente. Está tan confirmado que hasta a Miguel Ángel Revilla le ha empezado a doler España.
A las vista de las melodramáticas reacciones de la misma Nochevieja, uno se imagina a la directiva de la CEOE cogiendo un autobús a Lisboa con apenas unas maletas y un puñado de joyas familiares para malvender e ir tirando. A los padres con niños en la concertada escondiendo los crucifijos y las cadenas de la primera comunión en la cisterna del wáter. A Santiago Abascal escapando en la noche con sus hijos armado con una escopeta, como Rick Grames en Walking Dead. A los hombres en general viendo de un tirón las tres temporadas de Miss Maisel para camuflarse entre ellas. A Núñez Feijóo pintándose la cara de azul y gritando Libertad a lo Braveheart desde lo alto de Pedrafita, mientras miles de gallegos corremos a esconder los grelos y los percebes antes de que vengan los soldados del usurpador a robárnoslos para dárselos a los catalanes.
Aún no ha sido investido Sánchez y ya se ha roto España, la soberanía nacional ha sido traicionada, se han hundido los mercados y las niñas ya no quieren ser princesas. No sé con qué nos van a asustar durante lo que quede de legislatura. Los guionistas han gastado ya todo el arsenal de catástrofes y felonías únicamente en la ultima noche del año. Ya solo podemos morir todos.
Algún día les contaremos a nuestros nietos que hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, a los gobiernos se les concedían cien días de gracia antes de empezar a despellejarlos. Y nos mirarán con asombro porque ellos solo habrán conocido este tiempo donde los gobiernos toman posesión pidiendo cien años de perdón.