Los datos demoscópicos de las Elecciones Europeas han dado menos sorpresas que una final de Champions jugada por el Real Madrid. Los datos confirman lo que ya intuíamos o directamente sabíamos: a ‘Se acabó la fiesta’ le han votado fundamentalmente hombres menores de 40 años, pero no creo que con motivos uniformes.
Un sector de población votó a Alvise como si hubiese metido la papeleta del Joker en una urna: como reacción “antipolítica”, por romper con todo y contra todos. Este es un votante que movió más por hartazgo ciego y profundo individualismo que por otra cosa. Si se hubiese presentado a las elecciones una ardilla con intención de quemarlo todo probablemente también la hubiesen votado. A fin de cuentas, el programa electoral hubiese sido el mismo. Alvise representaba justo lo que buscaban: la antipolítica descentralizada y autodirigida, sin estructuras y con mensajes vacíos e incendiarios contra el poder.
Luego, creo, hubo otro sector más importante de votantes, un grupo eminentemente masculino y eminentemente burpeesiano (en un relación estrecha con los burpees), que directamente votó por odio. El leitmotiv de esta masa es que el problema de uno nunca es propio. Agrupados bajo la misma pancarta de la furia culpan a todos menos a ellos mismos de sus problemas. Y su “derecho agraviado” no se produce únicamente cuando le quitan algo que creían les estaba destinado, su 'derecho agraviado' se produce fundamentalmente cuando el hombre otrora privilegiado no obtiene lo que creía que merecía porque se lo han dado a una minoría o a una mujer.
Esto son los que insultan y agreden libremente estos días, en calles, en escenarios, en casas, en Ferias del Libro. Fijaos como está el patio de radicalizado que la semana pasada la ‘Falange’ resultó ser “roja”. Todo empezó cuando Ana Peleteiro, flamante campeona de Europa de triple salto, sufrió otra nueva oleada de insultos racistas tras conseguir el oro en el Campeonato de Europa. La cosa estuvo tan enfangada de repugnante racismo que Falange (sí, Falange) publicó este tuit: “Cuando España se lleva en el corazón la raza es lo de menos”. Bueno, pues el mensaje en cuestión fue replicado por decenas de decepcionados y ofendidos votantes falangistas. “¡Rojos!” escribió uno de esos votantes alcanzando el punto más álgido de humor fascista hasta la fecha.
Pero, ¿De dónde sale toda esta furia? ¿De dónde sale todo este odio en aumento? Probablemente hay mucha vergüenza bajo toda esa furia mal dirigida. En el libro ‘Violence: Reflections on a National Epidemic’ James Gilligan, antiguo director del Centro para el Estudio de la Violencia de la Facultad de Medicina de Harvard, sostiene que la vergüenza y la humillación subyacen básicamente a toda violencia. Y añade Gilligan que cuanto más trivial, cuanto más insignificante sea la causa de la vergüenza (me están haciendo de menos, esa persona piensa que soy un “maricón”, esa mujer está poniendo en cuestión mi hombría, esa persona se está riendo de mí, esa ‘Charo’ me está poniendo en evidencia, me siento irrespetado, deshonrado, degradado, ridiculizado, rechazado, derrotado), más intensa es la vergüenza que sienten algunos hombres y más intensa es su reacción: “Como me siento pequeño, te haré sentir más pequeño a ti”.
La sociedad actual es mucho más tolerante que en el pasado, pero también parte de ella es más violenta y está más furiosa que nunca. Y tengo la desalentadora sensación de que aunque la ultraderecha no puede impedir lo primero por mucho que se empeñe, nadie del espectro político está consiguiendo impedir lo segundo. Algunos políticos supuestamente moderados están, de hecho, amparando y abrazando toda esa rabia. Siempre es muy revelador ver dónde los políticos borran y vuelven a trazar las líneas entre lo aceptable y lo inaceptable.