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La vigilancia masiva no sirve para detener atentados

May presidirá un comité de emergencias este martes por la mañana. Pedirá más vigilancia.

Marta Peirano

Dos semanas después de la primera publicación de los papeles de Snowden, Barack Obama dijo a la prensa que el programa de espionaje doméstico masivo de la NSA había “impedido al menos 50 amenazas terroristas”. Del espionaje no doméstico no dijo nada porque espiar a ciudadanos no estadounidenses es el trabajo de la Agencia de Seguridad Nacional. Keith Alexander, director de la Agencia, dijo que no habían sido 50 sino 54. Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush en el 11S, dijo que Snowden era un traidor a la patria y que si hubieran tenido el programa de espionaje masivo entonces, el ataque a las Torres Gemelas no habría tenido lugar.

En los próximos días volveremos a oír que la vigilancia masiva sin control judicial es la solución al terrorismo. Que merece la pena renunciar a nuestros derechos fundamentales –o a los derechos de nuestros vecinos– para evitar la muerte de niños en el concierto masivo de una estrella del pop. No importa que esa tesis haya demostrado ser falsa. Porque, entre los atentados del 11 de septiembre y el atentado del Manchester Arena ha habido mucha, mucha, mucha más vigilancia. Y, sin embargo, no ha habido menos terrorismo. De hecho, ha habido más.

El 11S y los perros de la vigilancia masiva

La relación entre el nuevo estado de vigilancia y el 11S es evidente. Un mes después del atentado, la Cámara y el Senado estadounidenses soltaban a los perros de la vigilancia masiva con una ley llamada USA Patriot Act. Esta táctica de aprovechar un shock post-traumático para imponer medidas antidemocráticas o anticonstitucionales sobre una sociedad civil no les era desconocida. Es la misma que describió Naomi Klein en su clásico La doctrina del shock. Desde entonces, a cada ataque terrorista le ha sucedido una reforma de ley.

Fue lo que hizo Cameron después de los atentados de París, y lo que hará mañana Theresa May. La primera ministra británica y líder del partido conservador ya dijo en medio de un discurso sorprendentemente bello y sereno que “mantendrá su resolución de impedir semejantes ataques en el futuro, cargar contra y derrotar la ideología que a menudo inspira esta violencia”.

May era ministra del Interior cuando the Guardian empezó a publicar los papeles de Snowden. Era la responsable directa de las tres agencias de Inteligencia del Reino Unido, incluyendo el GCHQ que Snowden calificó como “peor que la NSA”. También fue responsable de la Ley de Seguridad y Antiterrorismo que entró en vigor en Gran Bretaña en julio de 2015. Con esta ley, el Gobierno británico reclutó a las autoridades locales, prisiones, servicios sociales, hospitales, colegios y universidades públicos para su campaña de vigilancia para prevenir la radicalización islamista en la sociedad británica. La ley ha demostrado ser incompatible con el principio de no discriminación por religión o creencias que incluye no vigilar, no detener, no perseguir, no censar de manera discriminatoria y no golpear, vejar o matar a otros por sus creencias o religión.

La ideología que inspira esa violencia

La población musulmana en Gran Bretaña es la tercera más grande de la UE después de Francia y Alemania, pero sólo constituye un 5,3% de la población. Sin embargo, uno de cada cinco presos en las cárceles británicas es musulmán. En la última década, los colegios privados musulmanes han sufrido un acoso permanente por parte de la administración. El informe de las inspecciones argumenta que “la educación espiritual, moral, social y cultural de los estudiantes está poco desarrollada, particularmente su comprensión de los valores británicos fundamentales de democracia, el estado de derecho, la libertad individual y la tolerancia y respeto mutuos”. Que podría ser verdad, solo que su celo no se refleja en los numerosos colegios cristianos donde aún se enseña creacionismo en la clase de ciencias. Muchos de los cuales son públicos, o reciben ayuda estatal.

Es en este clima no es extraño que el personal de una guardería en Luton intente mandar a un niño de cuatro años a un programa de des-radicalización islamista. Si fuera verdad que los adolescentes musulmanes corren a alistarse a ISIS con la esperanza de perder su vida para acabar con la nuestra, la ideología que inspira esa violencia no es la fe musulmana, es la discriminación.

Todos los ataques terroristas que NO detuvo la vigilancia

En 2009, Umar Farouk Abdulmutallab pudo haber volado un Airbus A330-300 camino de Detroit con 278 pasajeros, ocho azafatas, y tres pilotos dentro porque las agencias de inteligencia “no supieron conectar, procesar y comprender los datos” que tenían sobre él. Cuatro años más tarde, Tamerlan Tsarnaev pudo atentar en la Maratón de Boston porque el Departamento de Seguridad Nacional, el FBI, la NCC y la NSA volvieron a tener problemas de comunicación. Gracias a Umar no hemos vuelto a subir con líquidos en un avión, pero las agencias de inteligencia no aprendieron nada.

Omar Mateen fue vigilado por el FBI durante casi un año, antes de asesinar a 49 personas y herir a otras 53 con un fusil de asalto en una discoteca de Orlando en junio de 2016. Hasta tenía licencia. Cherif Kouachi cumplió condena por terrorismo antes de matar a 17 personas en la sede de Charlie Hebdo en París. En un primer momento se culpó a las herramientas de cifrado, con la clara intención de prohibirlas, pero pronto se demostró que los terroristas habían usado “teléfonos tontos” para sus operaciones. Las células de terrorismo saben operar fuera de la red de comunicaciones más vigilada del mundo. Nosotros no.

El dato que ofrecieron Barack Obama, Keith Alexander y Dick Cheney para justificar las prácticas anticonstitucionales de la NSA resultó no ser cierto. El único caso en el que la vigilancia masiva podría haber detenido una masacre fue la detención en San Diego de un hombre que envió 8.500 dólares a Al-Shabbaab en Somalia, el Movimiento de Jóvenes Muyahidines. Que son responsables del atentado de la Copa Mundial de Fútbol de 2010 en Uganda, el tiroteo masivo en el centro comercial Westgate de Kenia, y el ataque yihadista en la Universidad de Garissa.

El jefe de la CIA tuvo que recular, diciendo que los programas de inteligencia habían “contribuido a su comprensión” y ayudado a facilitar la disrupción de conspiraciones terroristas“. Lo cierto es que los programas de espionaje masivo no han detectado y detenido ningún ataque terrorista importante. Pero sus herramientas ya están en manos de criminales. Cuando mañana nos pidan que renunciemos a nuestra privacidad para estar más seguros, recordemos que la vigilancia no ha detenido a ningún terrorista sino que les ha regalado las armas para atentar más y mejor.

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