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Contra la violación, lo mejor (no) es esconderse

El Ministerio del Interior ofrece en su web unos consejos antiviolación a las mujeres que deben parecerse mucho a los que se daban a los posibles blancos de ETA para evitar que les mataran: “Cambie de itinerario cada cierto tiempo; cierre las ventanillas de su casa; no pasee de noche por calles solitarias, ni sola ni acompañada; antes de aparcar su coche mire alrededor por si ve personas sospechas...” . Aquel que recomendaba a concejales o políticos vascos que miraran los bajos de su coche antes de subirse al mismo, se parece mucho a este otro: “Antes de subir a su vehículo observe su interior. Podría encontrarse algún intruso agazapado en la parte trasera”. La enorme diferencia entre aquellos consejos y estos es que en el caso de las personas amenazadas por el terrorismo todo el mundo percibía la situación como lo que era y el Ministerio del Interior, además de consejos, perseguía con todos los medios a su alcance al grupo terrorista. Era una amenaza cierta, real, y para salvar la vida las personas amenazadas tenían que renunciar a una parte muy importante de su libertad. Pero, además de estos consejos, todas las instituciones del Estado estaban volcadas en la lucha contra ETA.

Pero, ¿qué grupo terrorista nos amenaza a las mujeres para que no podamos aparcar nuestro coche sin mirar alrededor? ¿Los hombres en general? ¿Hay una plaga de violadores? ¿Han aumentado las violaciones tanto como para que ninguna mujer pueda ir a su trabajo si no es siguiendo una logística antiatentados? ¿O quizá el Ministerio del Interior prefiere hacer lo que han hecho siempre las instituciones patriarcales para evitar las violaciones, esto es, recomendar a las mujeres que se queden en casa, que no se hagan visibles, que no vayan solas, que no vistan de aquella manera? Esta vieja estrategia patriarcal no pretende evitar las violaciones, sino que pretende atemorizar a las mujeres para que no se adueñen del espacio público en la misma medida que los hombres, para que no se sientan seguras; en última instancia es una estrategia para que si al final en todo caso la violación se produce siempre se pueda culpar a la mujer por haber hecho lo que no debía e incluso –si hacemos caso al Ministerio del Interior– por no haber hecho lo que debía, es decir, renunciar a su libertad.

Violar está muy mal sí, pero nosotras siempre habremos hecho algo mal, algo que habrá hecho que la vida del violador esté echada a perder, como demuestra el twit enviado por la Unión Federal de Policías equiparando a víctima y violadores. ¿Alguien se imagina esto mismo en cualquier otro delito?

Los intentos para responsabilizar a las mujeres de sus violaciones son muchos y son muy antiguos. La violación es un instrumento usado por unos cuantos contra unas cuantas desde siempre, pero que sirve para aterrorizar a todas, para que se comporten, para que renuncien a ser libres e iguales. Es lo que siempre puede pasar si usas tu libertad, si ocupas el espacio, si sales de noche… Lo que siempre puede pasar y de lo que tú tendrás parte de culpa. Tu vida quedará marcada y, de paso, la de los pobres chicos.

Naturalmente que hay violaciones y abusos sexuales y todas sabemos lo que hay que hacer para protegernos, es de las primeras cosas que se le dice a una chica en realidad. Una chica escucha esa amenaza desde que pone un pie sola en la calle siendo una adolescente. Qué riesgo quiere asumir, a qué libertad renunciar, es algo que todas tendremos que manejar a lo largo de nuestra vida. Por eso, como esa amenaza pende siempre sobre nuestras vidas y es un signo de desigualdad al mismo tiempo que una herramienta para perpetuarla, las instituciones que de verdad quieran combatir las violaciones lo que tienen que hacer es combatir radicalmente y en todas las instancias la desigualdad, empoderar a las chicas para que no tengan miedo y sepan defenderse; contribuir a que la sociedad entera considere a los violadores como delincuentes peligrosos a los que toda la sociedad tiene que combatir.

Es posible, por último, que sí, que estemos asistiendo a un repunte de la violencia machista. Este repunte se manifiesta en los delitos relacionados con el género, pero también en una mayor visibilidad y en una mayor impunidad social de los comportamientos y de las opiniones machistas. De este repunte, qué duda cabe, tienen la culpa los propios machistas, pero desde luego también tienen cierta responsabilidad estas instituciones que han renunciado a denunciarlo y a luchar contra la desigualdad. Nuestras instituciones, no sólo las políticas, son culpables de inacción en la lucha contra el maltrato, de la renuncia a la educación en igualdad, del no combate contra los comportamientos machistas de los personajes públicos o de la permisividad ante la glorificación mediática de la violencia sexual, incluida la violación.

Contra la violación castigo penal a los violadores, castigo social a todos los que los amparan, combate en todos los órdenes contra el machismo y apuesta absoluta y decidida por la igualdad. Y ninguna renuncia más por nuestra parte: ni a la libertad, ni a la noche, ni a la ocupación del espacio público, ni a la diversión… a nada, a nada más. El miedo no protege de nada, al contrario, el miedo nos hará más vulnerables.