La violencia y las condenas selectivas

29 de marzo de 2022 23:00 h

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Me van a perdonar que no me rasgue las vestiduras por la bofetada de Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Oscar. Porque queda poco atuendo que romper cuando se vive a diario con los ojos abiertos a la realidad. Y disculpen que me sume a comentar el que parece ser el asunto candente de las últimas horas. Lo hago porque el tema no es ése, es la relación de esta sociedad con la violencia. Y de esto sí que merece la pena hablar.

En síntesis, ocurrió que un presentador patoso, Chris Rock, enemistado desde hace años con los Smith, aprovechó su altavoz para mofarse del aspecto de ella, Jada Pinkett Smith, una  mujer enferma, en un contexto de crisis familiar conocida. Se burla de nuevo, porque ya lo hizo en los Oscar de 2016 cuando utilizó un símil con ella y las bragas de Rihanna. Ahora era la calvicie, provocada por una alopecia, no un corte de pelo transitorio para hacer una película. Y las enfermedades no gustan por más que se disimule. Se han oído tantas frivolidades en unas horas... El marido, Will, se levanta y atiza a Rock la famosa bofetada. Es evidente que controla muy mal sus emociones, una asignatura que los humanos llevan sin aprobar en toda la historia de la Humanidad.

La contemplación de la violencia solo parecer afectar a esta sociedad cuando la interpela directamente, cuando la contempla en un escenario de lujo en donde no debería estar. Es poco “polite”, poco educado, abofetear a alguien en un marco de galardones y agasajos. Se olvidan hasta las películas que se premian allí y que a menudo ofrecen escenas más reales que el almíbar de una fiesta. Lo que ocurre en el mundo de los vivos de todos los días, donde la violencia es una constante, importa todavía menos. Sobre todo si sucede en lugares alejados del sofá, donde se mira tan corto. Ciertamente mirar más allá es para indignarse del todo, siempre que se disponga de eso que llaman alma dentro.

Ocurre que un tortazo en la tele parece lo más de lo más. Y, ciertamente, no lo es. Todo el mundo tiene opinión sobre el incidente en los Oscar y elige culpabilidades, vencedores y vencidos, como si fuera un partido de fútbol o una tertulia de espectáculo periodístico. Y encima con temas serios como son la violencia y el machismo. Y con personajes millonarios y famosos a quienes no faltará consuelo. Así da gusto hablar, sin compromisos, ni riesgos. En el fondo se ha convertido en otro entretenimiento más, poco presto a matices. Desde luego lo que sí ha hecho es aflorar las costuras ocultas de esta sociedad frívola, pueril e hipócrita, incapaz de afrontar -por lo que se ve- los retos verdaderamente duros que cada día se añaden a un preocupante panorama general.

La semana amanecía con violencia, sin duda: ocurre todos los días. En la guerra de Ucrania, con tantos actores e intereses en juego. En Yemen, donde un balance de la ONU estima en  unos 400.000 los muertos en los 8 años de conflicto olvidado. Y justo se acababa de informar que, desde 2015, España ha donado “nueve millones de ayuda a Yemen mientras vendía 2.700 millones en armas a los atacantes saudíes y sus socios”. Por cierto, los primeros millones de dinero público, los otros para bolsillos privados.  

Seguía también la guerra sorda y profundamente machista en Afganistán, herencia del abandono occidental cuando Trump decidió entregar el poder a los talibanes tras años de ocupación y Biden protagonizó una caótica retirada de tropas. Les dejamos solos, las dejamos solas a ellas sobre todo. Es sello de la Casa, aprendan en Ucrania, aprenda Europa.

Lo nuevo es que por mandato del Ministerio de la Virtud las mujeres afganas solo podrán ir 3 días por semana a los parques. Los talibanes han decido segregarlos por sexos. Cuando acababan de ser cerrados para las niñas los Institutos de Secundaria. ¿De qué machismo hablan, de qué violencia que llena las horas de la hipocresía si pasan por encima de múltiples atropellos como si fueran una pluma en el suelo?

El caso es que de regreso a casa, en la radio del coche, escuché en Hoy por hoy Madrid de la Cadena SER, un programa muy digno, algunos apuntes sobre la… violencia social en la Comunidad, si me permiten llamarla así. Un relator de la ONU dijo, según explicaban, que el plan de Madrid “no actúa contra la pobreza sino contra los pobres”. Abundaban en ejemplos y las consecuencias para los niños. Cuando a alguien se le niega casa, alimento, incluso la luz y el calor en el frío, se está actuando con extrema violencia. Callada. No sale en televisión vestida de smoking.

Este país no tiene disculpa cuando ejerce la violencia de dejar en las cunetas por 80 años a los fusilados por el golpe fascista. Ni cuando ampara y promociona a sus seguidores ideológicos. Ni cuando echa a palos a negros pobres que saltan la valla para buscarse una vida. Robar el dinero público a la sociedad, o el propio cuidado de la salud puede considerarse violencia también. Machacar a los débiles siempre lo es. Mentirles tiene a menudo graves consecuencias para la colectividad.

¿La violencia nunca es la solución? ¿Nunca? Por lo que vemos a los belicistas en concreto, de tanta actualidad –mientras no se canse el auditorio de desgracias- hay violencia buena y mala. Y resulta que al igual que las bofetadas duelen siempre, las armas matan siempre y más ahora que, sofisticadas, no necesitan ni apuntar bien para que solas encuentren su objetivo.

Y si lo miran, la violencia de Chris Rock es buena o medianamente pasable y la de Will Smith, malísima. Y no me digan que fue un chiste lo del presentador porque precisamente en España algunos chistes son considerados delitos por la justicia ¿violenta? Chistes, pancartas, canciones y esas cosas que molestan a determinados poderes o grupos de presión. Quizás convendría darle un par de vueltas de reflexión cada uno a todo esto.

Algunos sujetos intentan resolver los conflictos con violencia en diferentes grados. No es lo mismo que el daño que se ejerce para lograr malsanos objetivos como los abusos de poder descritos. Will Smith, como tantos otros, tuvo una complicada niñez que ha remontado en éxito profesional y no tanto personal. Es evidente que no sabe gestionar las emociones como decíamos y lo pagan otros. Un problema, dos, enormemente extendido. 

El Museo Arqueológico de Madrid documenta armas desde la Prehistoria. Y de entrada sorprende esa dedicación tan temprana. Primero inventan instrumentos para cazar y para comer seguramente, pero los de agredir a otros no faltan. “Un cementerio de hace 13.400 años confirma la violencia generalizada del Paleolítico. Técnicas forenses usadas en un enterramiento prehistórico muestran heridas en hombres, mujeres y niños provocadas por continuos ataques exteriores”, publicaba en su día Materia, El País. Por armas arrojadizas en general. ¿No hemos aprendido nada entonces? Sí, a perfeccionar los modos de hacer daño a otros. Las matanzas empiezan ya, que se sepa, en el Paleolítico, y la guerra como Institución de violencia organizada arranca en la Edad del Hierro. relataba el periodista Guillermo Altares en otro artículo. Desde el gran hallazgo de la espada hasta hoy la Humanidad se ha empleado a fondo en mejorar el sistema de agredir y matar. Hasta llegar a la energía nuclear que puede arrasar el mundo entero. Y sin embargo la pasión por la violencia nunca es generalizada, nos habríamos extinguido ya. “El hombre no es un lobo para el hombre” como aseguraba Hobbes, pero quizás está cambiando la repuesta a la violencia real, a la crueldad incluso. Se mira para otro lado, salvo -ya vemos- que sea una bofetada en televisión.

La violencia se palpa en la calle. En las redes es de una brutalidad demoledora, ejercida sobre todo por las huestes de ultraderecha. Hay personas de este país, mujeres en particular, tan acosadas como para alterar su vida cotidiana. Y no son objeto de las condenas selectivas de la hipocresía. Así empieza todo y el fogonazo de los flashes desmesurados sobre un punto de escasa trascendencia no hace sino ocultar el verdadero problema. Y es inmenso. Y crece. Tómenlo en serio.