A día de hoy el gran logro de Elon Musk como propietario de Twitter es haber traído de vuelta a Donald Trump. Esto dice mucho de los logros de Musk en Twitter hasta el momento.
Yo me resisto a bailar sobre la tumba de Twitter y no pienso moverme hasta que nos enciendan las luces, suene alguna canción lenta y nos miremos a los ojos pensando que parecíamos todos más guapos. Porque la vuelta a casa desde Twitter -una comunidad en la que aprender, reír, informarse y desinformarse; un sostén anímicos para muchos, un sostén ideológico para otros tantos- puede ser desoladora. Además, el proceso se está asemejando a una enfermedad diagnosticada en fase terminal; sin tiempo de asimilación e intentos de despedidas torpes y nostálgicas.
Va un pequeño resumen. En las últimas semanas, Musk ha despedido a miles de trabajadores de Twitter con sorna y hasta regocijo. El tech-bro top ceo entrepeneur ha llegado a despedir por Twitter a trabajadores que le respondieron mensajes llevándole la contraria. E incluso creó un sistema de suscripción voluntaria para no ser despedido en el que le pedía a los empleados trabajo duro. “Solo un desempeño excepcional constituirá una calificación positiva”, decía la carta que escribió a los trabajadores. El pasado jueves, cientos de ellos renunciaron después de que Musk pusiese una fecha límite para decidir si se iban o se quedaban. La desbandada fue tal que miles de tuiteros se pusieron a hacer las maletas y comprar espacio en el periódico para la necrológica. Otros tantos se han mudado ya a Mastodon, que ha vivido una especie de Desembarco de Normandía de usuarios desconcertados buscando el botón de retuit.
Sin embargo, Twitter aguanta, al menos hasta el momento. Y ahora se pueden leer mensajes en Twitter del estilo: “¡Elon es un maldito genio! Ha despedido a miles de trabajadores pero Twitter sigue funcionando perfectamente, de hecho funciona mejor que nunca. ¿Qué hacían esos empleados salvo holgazanear?” (no creo que ninguno de ellos utilice el verbo “holgazanear” pero había que endulzar la columna). Alguno de esos tuiteros incluso se está preguntando a estas alturas que qué necesidad tienen los trabajadores restantes de cobrar un sueldo pudiendo trabajar gratis. “¡Elon, genio, no les pagues!”.
Esto es lo que hay: la gente anhela visionarios, disruptores, machos alfa que rompan los moldes establecidos, anticensores que caminen sobre el mar a contracorriente abriendo las aguas y gritando: “¡PIENSA EN GRANDE!”. En cierta medida vivimos en un tiempo que ha derribado la fe en los dioses para colgarse estampitas de innovadores; más si cabe si se trata de innovadores tecnológicos. Estamos en la era de la mitificación y automitificación de líderes fuertes con ideas revolucionarias. Aunque en realidad, no hay nada más débil que un líder que tiene que demostrar constantemente su grandeza y liderazgo.
Mientras esto sucede, mientras desde abajo se idolatra a visionarios del más arriba, los líderes del big tech se atrincheran y protegen lo suyo. Y lo suyo es el producto, no los que lo fabrican. Lo suyo es el dinero, no los que lo generan. Así que si eso pasa por exigir que los trabajadores duerman en la alfombra del trabajo después de pasar catorce horas delante del ordenador, pues se exige. Porque hay gente dispuesta a dormir en la alfombra después de trabajar catorce horas, y otros dispuestos a venerarlo.
Pero, y he aquí el problema para Musk, cada vez están más visibles las costuras del traje a medida del nuevo emperador. Como decía, tras el ultimátum de Musk, cientos de empleados de Twitter renunciaron. En varios países, EEUU especialmente, se sigue produciendo ‘La gran renuncia’ a gran escala. Muchos empleados son ya conscientes de que trabajar en un entorno abusivo les hace menos productivos y que tener un jefe que exige “trabajo duro” como mantra no es exactamente un líder, sino otra cosa. Vamos, que mejor un jefe con los pies en la tierra que uno que promete viajes a Marte.