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Yo era un tonto de alquiler y tú un listo con hipoteca

Durante muchos años yo era un tonto con piso alquilado y tú eras un listo con vivienda en propiedad. Y resulta que ahora, al cabo de unos pocos años, las tornas han cambiado: yo sigo en alquiler y tú con tu hipoteca, pero ahora yo soy el listo que no mordió el anzuelo de la burbuja, y tú el idiota que te dejaste atrapar y hoy te asfixias pagando una hipoteca por un valor muy superior al que ya nunca valdrá tu piso. Cómo ha cambiado la película.

Llevo viviendo de alquiler desde que me fui de casa de mis padres. Va para veinte años ya que pago rentas mensuales a sucesivos caseros. No, no voy a echar la cuenta de lo que me he gastado en alquileres en estos años. Mucho.

Lo curioso es que hasta hace pocos años eran otros los que me echaban esa cuenta: bastaba que uno dijese, en conversación con amigos, que vivía de alquiler, para que le mirasen con una sonrisilla compasiva, ay, pobre, de alquiler, tirando su dinero de esa manera, y a continuación me calculaban el dineral que estaba tirando a la basura para nada, e intentaban convencerme de las ventajas de pedir una hipoteca: sí, son muchos años, pero al final tienes algo que vender o que dejar a tus hijos.

No sólo eso: comprar era el negocio del siglo. No ya que no tirases el dinero a la basura como los tontos de alquiler; es que además era una lotería de premio seguro, la inversión más rentable posible. Recuerdo decenas de cuentos de la lechera de quienes, tras enseñarte su casa, te decían eso de: “la compré por 200.000, pero ya vale 300.000”; o “el metro cuadrado ya está en 4.000 euros en mi calle”; o “si la vendo hoy le saco el doble de lo que me costó”. Y no aceptaban objeciones, no te escuchaban si tú les echabas tus propias cuentas, si les preguntabas cuánto acabarían pagando realmente al banco si sumaban el precio inicial más los intereses generados a lo largo de tantos años; qué iban a escuchar de un inquilino bobo que cada mes tiraba un puñado de billetes al fuego. Además, la vivienda subiría por los siglos de los siglos, era metafísicamente imposible una caída de precios.

Y ahora, de repente, el discurso se ha dado la vuelta. Ahora resulta que el problema de España es que no alquilamos tanto como en otros países, que tenemos la manía de comprar y ser propietarios a toda costa. Y de repente, buena parte de los antaño listos que se hipotecaron son ahora presentados como ignorantes que se dejaron camelar por los cantos de sirena; que fueron irresponsables por aceptar cargas hipotecarias que acabarían aplastándoles; que han provocado problemas con su irresponsabilidad a la banca campeona del mundo, ahora lastrada por ladrillos invendibles y créditos morosos: y que además se arriesgan a quedarse en la calle, desahuciados, sin casa, y con la deuda de por vida.

Pues no, oiga. Ni antes yo era el tonto del pueblo y tú el más listo de la clase; ni ahora yo puedo pasar por enterado y tú por el imbécil del tocomocho. En realidad los dos hemos sido víctimas de una política de vivienda hecha a medida del negocio de unos pocos.

Sí, vale, también hubo entre nosotros codiciosos e imprudentes, todos conocemos algún caso. Pero la inmensa mayoría no éramos ni demasiado tontos ni demasiado listos, y pagamos las consecuencias de una política económica que favorecía la burbuja, porque con ella se multiplicaban los beneficios de la banca, de las constructoras y de los grandes inversores y propietarios.

También los inquilinos de alquiler fuimos víctimas de esa política. Yo llevo años pagando rentas disparatadas, muy por encima de lo que pagan amigos que viven en capitales europeas con sueldos muy superiores. Tampoco disfruté de las ayudas y facilidades que sí tenían los compradores de viviendas, ya que todo estaba orientado a disuadir el alquiler y promover la compra: el escaso parque de viviendas en alquiler (y mucho menos públicas), la poca protección, los beneficios fiscales para comprar y no alquilar, los bajos tipos de interés, y hasta la presión social, política, financiera, mediática y familiar que empujaba siempre en la misma dirección: compra, compra, compra.

Como explican en el libro Qué hacemos con la política económica, eso de que los españoles somos por naturaleza proclives a la compra y no al alquiler es un mito: “al contrario, son individuos perfectamente racionales que actúan conforme a un patrón económico-financiero-fiscal lógico, dada la política pública existente, la situación del mercado y las condiciones económico-financieras y fiscales imperantes.” Y el mensaje que recibían era siempre el mismo: no alquiles, compra.

Incluso hoy, cuando se critica a quienes se hipotecaron “por encima de sus posibilidades”, tampoco se favorece el alquiler, porque el objetivo sigue siendo el mismo: vender pisos. Ayer había que vender pisos para seguir hinchando la burbuja; hoy hay que vender los pisos del gigantesco stock que ha quedado. En ambos casos, el mensaje sigue siendo el mismo: compra, compra, compra.

Como resultado de esta demencial política de vivienda, millones de ciudadanos han visto durante años cómo la vivienda era su principal problema: por quedar directamente excluidos del mercado (jóvenes, ingresos bajos, familias monoparentales, y por supuesto parados), o por verse obligados a endeudarse hasta las cejas.

Es decir, que la mayoría hemos salido perdiendo, atrapados en la gran estafa inmobiliaria: los inquilinos en alquiler que hemos pagado rentas desproporcionadas; los compradores que hoy se asfixian con hipotecas inasumibles; los propietarios que ven devaluado su patrimonio; y los desahuciados arrojados a la exclusión.

Pero no todos hemos salido perdiendo. Si el mercado inmobiliario funcionó así, era porque interesaba a esa minoría que se enriqueció obscenamente durante años. Los mismos que ahora lloran por la desaparición del negocio y se atragantan con activos tóxicos, pero encuentran rápidamente consuelo en gobiernos dispuestos a socializar sus pérdidas con rescates, nacionalizaciones, bancos malos y lo que haga falta.

Ya vemos quiénes son los tontos y quiénes los listos en esta historia.