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La vivienda y el ingenio

Miles de malagueños se manifestan por la dificultad de encontrar una vivienda para alquilar y vivir en Málaga.

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Hace unos días se estrenó en los Países Bajos una nueva legislación que amplía la limitación de los precios del alquiler a las viviendas de rango medio –y no solo a las de protección oficial–. En un momento en que la crisis de la vivienda se ha convertido en un problema global, estas medidas han sido aplaudidas como un golpe a la especulación inmobiliaria.

Pero aquí viene lo curioso: los Países Bajos no han tenido un gobierno de izquierdas desde 2004. Esta 'Ley de Alquiler Asequible' fue aprobada en abril por los liberales de Mark Rutte. Lo que se esconde detrás de estas medidas no es una agenda de asistencia social. Entonces, ¿qué es lo que realmente motiva esta iniciativa? 

La respuesta tiene que ver con la relación entre este nuevo “negocio” emergente de la vivienda y el programa de desarrollo económico de Países Bajos que es, en realidad, el mismo modelo que muchos en Europa envidian y desean replicar.

Este país pequeño y sin grandes recursos naturales siempre ha apostado por construir una economía del conocimiento. Si en el pasado fueron líderes en el comercio y la navegación, hoy buscan ser una potencia en la economía digital y tecnológica. Así, están en el tercer lugar en el ranking europeo de economías digitales y hacen inmensos esfuerzos por atraer talento con grandes inversiones de transformación urbana y exenciones fiscales para los trabajadores altamente cualificados que quieran mudarse a vivir allí.

En un mundo donde lo único realmente escaso es el ingenio, los países compiten por atraer –o retener– a las mentes más creativas, conscientes de que la creatividad ha sido la fuerza impulsora del desarrollo en las últimas décadas.

Y ocurre que, para atraer ese talento, no vale con dinero. Las economías que mejor funcionan no solo invierten en tecnología, sino también en aspectos sociales como la inclusividad y la confianza, la cultura, la seguridad, el bienestar climático y, en definitiva, el atractivo del país como lugar para vivir. Y este atractivo se precipita cuando los precios de la vivienda se disparan. 

Por eso, el avance del rentismo no solo perjudica la calidad de vida: va en contra del desarrollo de un modelo económico de éxito en el siglo XXI. No es solo que cada euro “invertido” en vivienda es un euro que no se invierte en otras industrias productivas, que también. Es que, cuando suben los alquileres, las ciudades pierden atractivo: cuando desaparece el comercio clásico y aparecen las franquicias, cuando la gente ya no puede vivir a una distancia razonable de su puesto de trabajo, cuando las viviendas se vuelven zulos, se espanta la energía humana que necesitamos en las ciudades. En otras palabras, cuanto menos atractiva sea la vida en las ciudades, menos talento tendremos. 

Es tan grave este problema, que está destruyendo Silicon Valley. En los últimos años, la escalada disparatada del precio de la vivienda ha acabado por producir un éxodo de la capital tecnológica del mundo. Primero, fue de trabajadores no cualificados que no tenían dónde vivir para trabajar, pero, después, empezaron a marcharse también los trabajadores cualificados y, finalmente, las empresas. El área de San Francisco ha perdido casi el 10% de su población desde 2020. Si hace 15 años el 90% de las empresas tecnológicas se instalaban en Silicon Valley, hoy son el 70%. 

Algo similar puede ocurrir en Málaga. Después de que en los últimos años la ciudad hiciera una gran inversión económica y política para consolidarse como un hub tecnológico y un polo de atracción de esos trabajadores remotos que llamamos “nómadas digitales”, la subida de los precios de la vivienda amenaza con desbaratar ese plan.

Y esto no es otra cosa que una extracción de recursos públicos a manos privadas: una ciudad hace una apuesta por crecer y unos propietarios privados le sacan la fuerza a esa iniciativa por la vía del alquiler.

Si en España queremos consolidar también una sociedad del conocimiento con empresas tecnológicas, industrias digitales e I+D+i. la clave no son –solo– los PERTEs, la tecnología o la infraestructura, sino el talento humano. Y es cierto que contamos con una importante ventaja competitiva en este ámbito, porque somos un país que sabe combinar progreso y calidad de vida, cultura y desarrollo.

Pero también es verdad que no podemos dejar que el esfuerzo de un país entero por producir una generación de universitarios, el impulso de las ciudades transformándose en urbes del futuro, acabe en manos de unos cuantos propietarios que no están aportando ningún valor a ese trabajo. El impulso de los países por modernizarse va en dirección contraria al modelo de burbuja y rentismo. Y lo que tenemos que decidir en España es si estamos por una economía del conocimiento o por una economía rentista, porque ambas son incompatibles.

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