Analizar las palabras que emplean algunas formaciones de derechas para no referirse por su nombre propio a la violencia machista –lo que no se nombra, no existe–, aporta mucha información sobre la negación de un hecho obvio y estadístico: los hombres asesinan a las mujeres porque están imbuidos de que estas son objetos de su propiedad.
Son suyas o no son de nadie, suelen decir los asesinos machistas cuando les detienen, muchas veces porque se presentan voluntariamente ante la policía tras cometer el crimen. Misión cumplida.
Una vez en la cárcel, los criminales machistas no sienten que hayan cometido un delito, más bien piensan que han hecho 'lo que tenían que hacer'. 'He matado a mi mujer, pero no soy un delincuente', dicen algunos, con un punto de orgullo testicular.
Así, cuando Casado nos cuenta que puede haber “personas” que “no se portan bien con la mujeres” –¡toma análisis sintáctico-político!– nos convoca a una cuestión infantil, como es el 'portarse bien'. Idea escolar, judeo-cristiana y un poco nacional-católica.
De alguna forma, con esa expresión se privatiza el problema; esa manera anecdótica de contarlo sin nombrar al hombre. 'No portarse bien', habla de una actitud individual, exclusiva al parecer de ese hombre concreto, que se diría que ha tenido una mala tarde. En ese regate palabrero desaparece el hecho evidente de que son los hombres los que asesinan a las mujeres. Repítase. Y que lo hacen en muchos casos cuando las mujeres maltratadas les dicen que se quieren separar, que no aguantan más torturas diarias, que quieren ser libres.
Luego está la violencia vicaria, cuando el hombre machista asesina a los hijos de la pareja para hacer el mayor daño posible a la mujer que acaba de decirle que se separa, que se va. Véanse los crímenes cometidos por José Bretón, David Oubel o el perpetrado, está bien esta palabra, por el marido de Ángela González, que después de poner setenta denuncias a su ex marido por maltratador de su hija y de ella misma, vio cómo el progenitor y exmarido asesinaba a la hija de ambos en una visita de fin de semana.
Empezaron los de a caballo con la gigantesca mentira de que había tantos hombres asesinados por mujeres como mujeres asesinadas por hombres. Palíndromo mentiroso. Mentira gorda. Pero eficaz. Se empatan mentirosamente las cifras y así desaparece el conflicto. Si todos matan por igual, nadie mata. Asunto zanjado. Encubrimiento.
Después intentaron los del partido monosilábico el cacheo de todas las personas que trabajaban por la igualdad en Andalucía, un modelo posmoderno de caza de brujas, nunca mejor dicho, que tenía como primer objetivo propagandístico sembrar el miedo entre todas aquellas, mujeres y hombres, que trabajan por la igualdad, no solo en Andalucía. Un cornetín de miedo para toda España.
Ahora está ese autobús en el que Hitler aparece con pestañas, colorete en los mofletes, labios pintados de rojo y el símbolo de la mujer, en vez de la cruz gamada, en la gorra de plato, y que nos convoca al travestismo del Cabaret de entreguerras, pura proyección de los autores. Mírenselo los del autobús tuneado.
Lo último ha sido una fiestuqui en una discoteca llena de testosterona, hombres de escote en pico, músculos por debajo y por fuera del niki, marcando paquete, cantando 'novios de la muerte', todo tíos, que gritan histéricos cuando escuchan LGTBI. Hay que mirárselo, no sea que lo tengan en casa.
Bueno, que los de a caballo y la de a pié de la Comunidad de Madrid han decidido que hay que retroceder en derechos conquistados hace años.
Un dato, la ley contra la violencia machista en España es de 2004. La ley equivalente de Noruega, un país de referencia en todo lo que tenga que ver con la igualdad entre mujeres y hombres, es de 2007.
Las encuestas nos dicen que las mujeres pueden decidir quién gobierna en España y eso las dota de un poder hasta ahora no explicitado. Eso explica que todos los partidos se vean obligados a definirse sobre las mujeres. Un éxito de la agenda feminista. Solo hace falta que quede claro en la casilla de salida que el feminismo es igualdad. Que feminismo no es lo contrario del machismo, que no hay empate posible entre ambos términos.
Tratan ahora, los de a caballo y los de a pié, de poner a las mujeres con la tilde de culpables y lo hacen en esa fiesta de discoteca testicular y quién sabe si gay sin salir aún del armario.
Bueno, el 8 todas a la calle, que ya es hora.