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Un águila blanca y un águila bicéfala

Francisco Ochoa

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¿Lo recuerdas? Aquellos juegos entre los vecinos en el patio del edificio eran tensos, muy tensos. Cada vez que se colaba la pelota por encima de la valla, nadie se atrevía a colarse a coger el balón.

Durante años, un águila calva y un águila bicéfala dominaban un edificio (habitado por personas) y estaban siempre a la gresca. Nunca habían salido a picotazo limpio entre ellas pero sí que metían bulla para que los hombres de otras casas del bloque discutieran e hicieran el vándalo unos a otros.

Cuchillos, reyertas, cócteles molotov, cámaras, ganzúas para abrir las puertas de las casas y robar, butrones e incluso revólveres. En fin, todo valía en este templo monóptero cerrado en el que no todo el mundo podía vivir ni en la planta ni en la letra que quería; ahora bien, aquellos que sí se lo podían permitir, estaban obligados a arrimar las ascuas a su sardina cuando había un conflicto entre bloques o vecinos y jamás participaban como mediadores, sino que, de parte del águila calva o del águila bicéfala, azuzaban y metían toda la bulla que podían o incluso les vendían cualquier tipo de artilugio, ya que se dedicaban muchos de ellos a la cuchillería o a la armería.

Los pocos pacifistas que había, conocedores de los entresijos de los pasillos del bloque, pues habían leído y comprendido a los poetas y escritores/as que en tiempos anteriores habían huido de unas y otras casas por estos conflictos aguileños, ahí estaban. Firmes ante las críticas.

Sabían que siempre jugaban fuera de casa y que los árbitros en ese bloque eran los más grandes, de los “más grandes hijos de puta”, pero eran los nuestros, decían y, con todo ellos, lo tenían claro: “Ellos están pitando en la grada, nosotros estamos jugando el partido”.

Tras varias décadas, el hijo del águila bicéfala comprendió la situación e hizo un esfuerzo por quitarse algunas de las manías que llevaban al enfrenamiento continuo en un piso cuyas tuberías estaban contaminadas de sangre de vidas humanas rotas que despedazaban y fragmentaban aún más cada segundo que allí se vivía.

Muchos vecinos estaban contentos. Ya no estaban sometidas a la presión del águila bicéfala ni a sus manías de cómo organizar sus hogares. ¿Cómo lo consiguió?

Un acuerdo con el águila blanca fue la clave. A cambio de dejar de someter a estos hogares, el águila bicéfala recogía el compromiso del águila blanca de que cesarían las hostilidades de su banda contra ella.

En un acuerdo de paz, es necesario concienciarse de que ni una parte ni otra del conflicto van a recibir el 100% de sus pretensiones porque ha habido víctimas en ambos lados; si una parte queda totalmente satisfecha, en la otra, que también ha muerto gente inocente (clase trabajadora y pobre), habrá sentimiento de humillación y el enfrentamiento reavivará como un fuego de verano porque aún crepitan chispas entre las cenizas del conflicto.

Águila bicéfala comprendió todo esto. Había muerto su estilo de vida. Lo había devorado el paso del tiempo. Águila blanca no lo comprendió y quiso seguir picoteando.

Han pasado más de treinta años y uno de los hijos del águila bicéfala que hizo el acuerdo de paz se ha cansado y ha invadido la casa de los girasoles, que abastece de grano a gran parte del edificio.

Hoy el vocerío ha vuelto a los pasillos del bloque contra el águila bicéfala y los poderosos que controlan la opinión de las casas del edificio atacan a los pacifistas, que son ninguneados y acusados de apoyar la invasión del águila bicéfala.

Sin embargo, muchos vecinos olvidan que en tiempos del silencio, ese silencio que necesitan los tiranos y ocupantes para que su actuación sea inadvertida, según Ryszard Kapuscinski, el águila blanca no cumplió su acuerdo y jamás cerró su banda, la OTAB (Organización del Tratado contra el Águila Bicéfala), y con disimulo fue incluyendo a los nuevos hogares (hasta 15) que se habían independizado del águila bicéfala, en cuyas ventanas que daban al patio interior y que enfrentaban a la casa del águila bicéfala, el águila blanca fue instalando artillería apuntando al salón del águila bicéfala.

También pueden preguntar en las casas del águila de saladino, del huemul y del cóndor o en la casa del dab lizard. Ahí les contarán bien cómo actúa en el silencio el águila blanca y sus secuaces occidentales.

¿Lo recuerdas? Aquellos juegos entre los vecinos en el patio del edificio eran tensos, muy tensos. Cada vez que se colaba la pelota por encima de la valla, nadie se atrevía a colarse a coger el balón.

Durante años, un águila calva y un águila bicéfala dominaban un edificio (habitado por personas) y estaban siempre a la gresca. Nunca habían salido a picotazo limpio entre ellas pero sí que metían bulla para que los hombres de otras casas del bloque discutieran e hicieran el vándalo unos a otros.