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Caminando entre dilemas

Horacio Torvisco Pulido

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En esta “Sociedad del Riesgo Global” los dilemas sociales y globales surgen cada vez con más frecuencia y complejidad. Por citar dos: sostenibilidad del medio natural y crecimiento económico, o el que ha surgido recientemente referido a la Inteligencia Artificial (IA) donde se plantea el dilema de si hay que regularla o no, teniendo en cuenta que según algunos expertos, cualquier regulación que se intente hacer sobre la IA irá en detrimento de su necesaria innovación, señalando que ambas acciones son incompatibles entre sí.

Una primera y delicada situación que se da, es la de intentar encerrar la realidad y, por lo tanto, la solución de cualquier dilema, entre los extremos de partida a modo de “certeza interesada” provocando una competencia absurda donde lo que muchas veces se dilucida no es tanto encontrar la mejor solución sino imponer “mi solución” ¿Por qué conformarse con la pírrica victoria de uno de los planteamientos extremos de un dilema si se puede llegar a un acuerdo razonable que satisfaga a todos, aunque no sea de forma absoluta?

Hay que tener en cuenta que casi siempre los dilemas se forman, no tanto desde la objetividad de los hechos sino desde la subjetividad de sus diferentes lecturas o intereses particulares, lo cual nos lleva a una conclusión: los dilemas se deben encauzar o resolver mediante el acuerdo entre los diferentes intereses o puntos de vista en juego. Una negociación de este tipo siempre debe partir de dos premisas básicas: La primera, cualquier solución tendrá en cuenta el “bien común” es decir, los intereses de la mayoría; la segunda, debe tener una proyección en el tiempo teniendo en cuenta a las generaciones futuras, es decir, no solo es necesario que ahora se elija la mejor solución, sea lo que sea esto, sino que además, esta solución acordada que mira por el “bien común” no puede poner en un riesgo insoportable el futuro de las generaciones por venir.

Una circunstancia a tener en cuenta en esta necesaria e imprescindible negociación a la hora de afrontar los diferentes dilemas es el punto de partida, donde el nivel de conocimiento debe ser similar entre las partes, entendiendo como una de esas partes la sociedad en general y la otra el poder establecido.

No hace tiempo leí una sabia reflexión de Antón Costas, Presidente del Consejo Económico y Social, que sostenía que: “…los expertos en vez de hablarle al poder han de hablarle a la sociedad ayudándola a formar sus preferencias sobre los dilemas que nos aguardan”. De ahí la gran importancia que juega el conocimiento en cualquier ámbito de discusión, tanto en su vertiente científica como humanista.

La humanidad a medio y largo plazo se enfrenta de manera genérica, a diferentes dilemas y ni el sistema capitalista ni ningún otro de los demás sistemas actuales tienen una solución viable y fructífera. Se necesita, desde la ciencia y las humanidades, construir un pensamiento nuevo que ayude a salir del atolladero actual.

Un ejemplo de lo que no se debe hacer, es la construcción de discursos como los que a veces se publicitan sesgada e interesadamente, aparentemente “neutros” o “científicos” pero con una fuerte carga ideológica en sus planteamientos.

En la UE y en España se habla constantemente del reto de la transición energética y el de la transición digital, asuntos interesantes e importantes que nadie niega, pero, sin embargo, sólo se habla de ellos desde un punto de vista cuantitativo y relacionado con macroindicadores económicos o modelos de negocio que satisfacen los intereses de ciertas minorías poderosas, abandonando esa mirada cualitativa que mira por el “bien común” y por las futuras generaciones, como son la calidad o cantidad del empleo que se verá afectado, o cómo retomar una idea del progreso que sea respetuosa con el medio natural, o de cómo las desigualdades sociales actuales se podrían y se deberían revertir en estos nuevos escenarios tecnológicos.

En esta “Sociedad del Riesgo Global” los dilemas sociales y globales surgen cada vez con más frecuencia y complejidad. Por citar dos: sostenibilidad del medio natural y crecimiento económico, o el que ha surgido recientemente referido a la Inteligencia Artificial (IA) donde se plantea el dilema de si hay que regularla o no, teniendo en cuenta que según algunos expertos, cualquier regulación que se intente hacer sobre la IA irá en detrimento de su necesaria innovación, señalando que ambas acciones son incompatibles entre sí.

Una primera y delicada situación que se da, es la de intentar encerrar la realidad y, por lo tanto, la solución de cualquier dilema, entre los extremos de partida a modo de “certeza interesada” provocando una competencia absurda donde lo que muchas veces se dilucida no es tanto encontrar la mejor solución sino imponer “mi solución” ¿Por qué conformarse con la pírrica victoria de uno de los planteamientos extremos de un dilema si se puede llegar a un acuerdo razonable que satisfaga a todos, aunque no sea de forma absoluta?