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Las DANA: ni ordalías ni fenómenos exclusivos de la naturaleza
El terremoto de Lisboa de 1755, con cerca de 100.000 víctimas mortales produjo aparte de un gran impacto en la Europa de la incipiente Ilustración, una intensa y encarnecida confrontación dialéctica entre los grandes pensadores de la época; sobre todo entre Voltaire, Rousseau y en menor medida en un aún joven Kant.
Algunos pensaron que Dios se había hecho invisible e inmisericorde al permitir tan inmenso infortunio, otros como Rousseau opinaron muy acertadamente: “no fue la naturaleza quien concentró allí 20.000 casas de seis o siete pisos y que si los habitantes de esta gran ciudad hubieran estado más regularmente dispersos el desastre hubiera sido mucho menor, tal vez nulo”.
Desastres posteriores como el fatídico del camping de Biescas en agosto de 1996, done en apenas unos minutos, una enorme tromba de agua arrasó el Camping de Las Nieves, situado en el cauce de un río del pirineo aragonés, llevándose por delante la vida de 87 personas; y el fatídico Tsunami del Índico del 2004 con casi 300.000 víctimas: víctimas de la codicia del turismo de masas en zonas costeras y la ausencia e inoperatividad de boyas de detección de tsunamis (Sistema de Detección y Alerta Temprana de Tsunami).
La historia se repite y se repetirá hasta que los seres humanos pongamos límites a nuestra codicia y sobre todo a nuestra estupidez. De poco sirven los lamentos, y desde mi punto de vista menos aún los protocolarios tres días de luto anunciados con pompa y mucho postureo desde la mayoría de las instituciones públicas, unos golpes de pecho de cara a la galería mediática. Aunque no estoy seguro, creo que con las últimas y numerosas muertes de migrantes en Canarias y en el Mediterráneo no se han producido estas manifestaciones desde las administraciones públicas.
En definitiva: ayudas, humanas y económicas, inmediatas ante las tragedias: sí; una expresión empática ante las víctimas: sí; pompa, boato, hipocresía y días de luto en todo el territorio español: no.
El terremoto de Lisboa de 1755, con cerca de 100.000 víctimas mortales produjo aparte de un gran impacto en la Europa de la incipiente Ilustración, una intensa y encarnecida confrontación dialéctica entre los grandes pensadores de la época; sobre todo entre Voltaire, Rousseau y en menor medida en un aún joven Kant.
Algunos pensaron que Dios se había hecho invisible e inmisericorde al permitir tan inmenso infortunio, otros como Rousseau opinaron muy acertadamente: “no fue la naturaleza quien concentró allí 20.000 casas de seis o siete pisos y que si los habitantes de esta gran ciudad hubieran estado más regularmente dispersos el desastre hubiera sido mucho menor, tal vez nulo”.